El fútbol es algo más que un deporte, para los argentinos y buena parte de la población mundial, este juego despierta pasiones y emociones. Pero como contracara de esto, el balompié es un enorme negocio capitalista, y bastante sucio por cierto. En los últimos meses el gobierno de Milei habilitó las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) lo que, presumiblemente, terminará siendo un nuevo descenso en el fango. Pero para aclarar esta cuestión, entrevistamos a Pablo Alabarcés, que es licenciado en Letras, sociólogo y autor de infinidad de libros, muchos con temáticas ancladas en el fútbol su universo. Además es profesor en la carrera de Comunicación Social.

Casi 15 días han pasado de aquel jueves 6 de octubre en que los hinchas triperos -así se autodenominan y son reconocidos los simpatizantes de Gimnasia y Esgrima de La Plata- se acercaron a su estadio para vivir una fiesta. Familias enteras, jóvenes parejas con sus pequeños hijos de la mano o aun en brazos; todos esperaban un eventual triunfo de su equipo que los acercaría al tope de la tabla, habilitándolos a soñar con ese campeonato que les coqueteó en varias ocasiones pero que nunca pudieron consumar. Iban con la sensación de que si ellos ponían todo desde las tribunas, los jugadores en la cancha sentirían ese jugador extra y tal vez, esta vez sí, el milagro alumbrara. Iban armados solo con la pasión y las banderas, inocentes, a disfrutar de las pocas cosas en que los sectores populares pueden encontrar disfrute por estos días. Nadie esperaba la represión furiosa y artera que estaban a punto de sufrir.