Artículo publicado en el blog Miguel Espinaco – cosas para leer
Por Miguel Espinaco
El presidente Milei debe haber creído que estaba con Fantino y entonces fue y repitió en el escenario mundial de Davos las cosas que decía por la tele, en aquellos buenos tiempos en los que se dedicaba a pasear por los estudios de los canales amigos.
Fue un discurso verdaderamente lamentable, lleno de las usuales incoherencias a las que él y sus seguidores llaman pomposamente ciencia, un manual del viejo laissez faire del capitalismo del siglo XIX, pero ahora renovado con un leve aroma libertario, con una pincelada de viva la libertad carajo que es en realidad una libertad para poquitos, para esos pocos que pueden marcar la cancha en el mercado y quedarse siempre con la parte del león (nunca más apropiada la referencia a aquella vieja fábula de Esopo)
Toda su construcción argumentativa – que padece de graves defectos lógicos a los que Milei llamaría “falacias” – toda esa comparación de esos dieciocho siglos con los dos siglos y pico posteriores, estaba puesta al servicio de justificar lo siguiente:
- Que el capitalismo y la revolución industrial provocaron un salto ininterrumpido en el crecimiento.
- Que ese salto se logró en un mítico mundo en el que el estado no se metía para nada.
- Que ese mundo ahora estaría en peligro por la impronta “colectivista” y “socialista” que le imprime la “casta” mundial.
- Que los empresarios son héroes y el Estado es el problema.
Veamos cada una de estas cuestiones de forma un poco más exhaustiva:
1 – De crisis en crisis
No vale la pena expresarse sobre los artilugios estadísticos utilizados para imaginar el producto bruto per cápita del mundo anterior al 1800 – más precisamente “desde el año cero hasta el año 1800” – porque me parece un exceso casi delirante imaginar el precio en dólares actuales de una tonelada de trigo producida en el imperio romano, incluso el intento de valorizar los esclavos sería tarea verdaderamente complicada.
De modo que conviene focalizarse en los doscientos veintitrés años más recientes y decir antes que nada que el capitalismo y las revoluciones tecnológicas de estos siglos provocaron un gran crecimiento, pero que ese crecimiento está lleno de contradicciones y fue jalonado por inmensas crisis, por guerras descontroladas, por hambrunas, migraciones, retrocesos brutales de las condiciones de vida, existencia de gigantescos bolsones de miseria del tamaño de continentes.
Por eso, el temario de esta conferencia de Davos – del que Milei no podía decir ni una palabra sin que se le caiga toda su estrategia discursiva -muestra el actual estado de ese mundo parido por décadas de reinado del capital: “lograr seguridad y cooperación en un mundo fracturado”, o sea plagado de guerras comerciales y de las otras, “crear crecimiento y empleos para una nueva era”, porque ya se sabe que el capitalismo no puede resolver el problema de que la tecnología reduce la demanda de tiempo de trabajo y los capitalistas quieren quedarse con esa ventaja ampliando la desocupación al infinito, en vez de reducir tiempos de trabajo, “la inteligencia artificial como motor de la economía y la sociedad”, lo cual es reconocer que sin alguna intervención se convertirá sólo en motor de la ganancia poniendo en peligro a la economía y a la sociedad, “una estrategia a largo plazo para el clima, la naturaleza y la energía”, porque la locura de la renta que destruye mares y bosques y montañas, está destruyendo el planeta.
2 – Un estado bien presente
Javier Milei dibuja un mítico mundo con competencia en el que empresarios “héroes” consiguen por ensayo y error mejoras en el nivel de vida pero eso, jamás existió en la realidad.
La verdad es que el capitalismo no podría ni siquiera haber existido si no hubiera sido gracias a su nave insignia: el Estado Capitalista, empezando por los grandes estados imperios – primero Inglaterra, después EEUU – que regimentaron y coordinaron violentamente el reparto del mundo y de los negocios, que instalaron monedas mundiales – primero el oro, después el dólar – para que los empresarios pudieran obtener sin obstáculos las ganancias que ambicionaban.
Fueron aquellos barcos, los aviones y las bombas de esos Estados Imperio los que impusieron la ley mundial que le abrió puertas al capital y los que mantuvieron cierto orden necesario para que el sistema funcione, por lo menos a los tumbos como viene funcionando.
Obviamente, cada Estado capitalista nación hizo lo suyo, arancelando, cerrando o abriendo la economía según conviniera, instaurando regímenes de cambio, defendiendo los intereses de sus empresarios para que no perecieran en la arena mundial.
3 – La impronta colectivista no es nada nuevo
Esos doscientos años de crecimiento que tanto apasionan a Javier Milei, estuvieron cruzados por lo que él llama intervencionismo socialista.
Bastaría pensar en medio planeta con Estados que se decían comunistas pero que siempre operaron como parte del mercado capitalista mundial – como ahora mismo China o Cuba – o incluso alcanzaría con hablar del estado benefactor en la posguerra, una etapa dorada del capitalismo, en la que los estados fueron potenciadores del crecimiento multiplicando el consumo, invirtiendo algo en la seguridad social – especialmente en Europa, pero también en Argentina – y mucho en fabricar bombas y armamento para la llamada guerra fría.
La impronta colectivista no es entonces una excepción sino una regla en el mundo del capital y tiene que ver también con la necesidad de mantener cierto orden para que la explotación capitalista se pueda seguir realizando sin problemas, pero eso en el razonamiento simplificado de Milei no entra. El Plan Marshall – el estado norteamericano poniendo montañas de dólares en la Europa que había dejado la segunda guerra mundial – se le debe aparecer como un plan “socialista”, aunque para su relato mentiroso es mejor fingir demencia y olvidar que todo esto pasó.
Es así que en su delirio místico y para nada científico, Milei descubre ahora una amenaza para el mundo, un intervencionismo “socialista” que le parece novedoso, cuando lo cierto es que el mundo de los “héroes” empresarios nunca pero nunca, pudo sobrevivir sin un estado que ponga aspirinas a los dolores que el mismo sistema provoca.
4 – Para robar hay que estar armado
El estado capitalista es parte necesaria – mejor decir imprescindible – del sistema capitalista.
Eso, porque ocurre que el punto central de cualquier modelo capitalista – punto central que Milei siempre omitirá minuciosamente – es que sus “héroes” viven del robo de trabajo de otros igual que los reyes, disfrutando de festines en los que se come lo que otros cosecharon, lo que otros produjeron.
Para que esos otros se dejen robar, lo primero es tratar de convencerlos que eso es lo mejor para el mundo, entonces los grandes empresarios contratan fabuladores como este señor Javier Milei, gente que va y te explica que los capitalistas son necesarios, incluso que son héroes que se juegan el cuero y no señores que viven bárbaro consumiendo a montones lo que el trabajo de otros produce.
Sin embargo, aunque estos vendedores de espejitos de colores hacen falta para que el sistema funcione, lo que más hace falta es el monopolio de la ley y de la violencia, porque como ellos quieren vivir sin trabajar – como la cigarra a costa de la hormiga – tienen que estar armados para que si te das cuenta de que no tienen ninguna utilidad social, no puedas agarrar y echarlos a patadas así como así.
Por eso, porque Milei sabe bien que lo que dice es una gigantesca chantada, en el mismo momento en que habla en Davos contra el Estado – con poses de “libertario” – intenta implementar un protocolo contra las huelgas y contra los piquetes y usar toda la fuerza del Estado que critica para que vos no puedas ni intentar defenderte de la inflación creciente que hunde salarios, jubilaciones e ingresos populares, para que vos no puedas oponerte a los despidos que prometen sumarte al ejército de desocupados, para que vos no puedas enfrentarte a las medidas que a cada rato produce el Estado, en favor de los millonarios.