En momentos en que el mundo continúa azotado por una nueva ola de Corona virus, la lucha de clases continúa recalentándose al igual que las tensiones entre las potencias en zonas puntuales. En este caso el estallido social en Kazajistán dejó en evidencia que el desarrollo petrolero y gasífero estuvo lejos de beneficiar a la población oprimida, y además, aumentó la inestabilidad política, económica, social y militar en la periferia de Rusia.
Por Alejandro Morales
Cuando el año comenzaba, la aparente tranquilidad de Kazajistán, el país más grande de Asia Central, fue sacudida por el estallido de enormes protestas contra el gobierno, las cuales incluyeron enfrentamientos armados, ocupación y quema de edificios estatales, saqueo de bancos y empresas, más de 200 muertos (no hay cifra certera), centenares de heridos, miles de detenidos y que provocó la intervención de tropas rusas a través de la organización del tratado de seguridad colectiva (OTSC), básicamente un acuerdo de defensa militar entre los países de Asia Central comandada por Rusia.
La importancia de los hechos está, además, en que se producen en un Estado fronterizo con Rusia y China, y cercano a Irán, minando la estabilidad de un escenario regional ya caldeado por la crisis en Ucrania que enfrenta a Rusia con la Unión Europea y Estados Unidos.
Sin embargo, no solo ese factor internacional ayuda a esclarecer la situación, también, hay que tener en cuenta otros elementos de índole local e históricas propio de un país signado por la influencia extranjera, y por haber pertenecido a la URSS desde la década del 30 hasta 1991, cuando se impuso la restauración capitalista por parte de los mismos dirigentes del partido comunista que lideraban la burocracia, quienes se convirtieron en la nueva clase dominante asociada al gran capital financiero mundial.
Los acontecimientos, si dudas, señalan facetas de una situación internacional inestable marcada por la pandemia, que profundizó los males generados por el capitalismo. Por estos motivos vale la pena observar dicho proceso que en distancia geográfica está lejos, pero que en situación y condiciones se asemeja bastante a regiones como la nuestra.
El capitalismo es un sistema integrado globalmente y de alguna manera los procesos internacionales tendrán su efecto en nuestro país o señalan realidades parecidas. Por lo que sería imprudente dar la espalda a los acontecimientos de otros lares, y que no están directamente ligados a la pandemia. Es más, desde este portal venimos definiendo, que la propia pandemia es producto de la organización económica, política y social del capitalismo a escala planetaria.
El desarrollo de hidrocarburos no llevó el crecimeinto a la población
Desde el domingo 2 de enero se desataron protestas que de inmediato alcanzaron a las principales ciudades de Kazajistán, comenzando por Almaty, centro económico y comercial, junto a la capital Astaná y otras más. El origen estuvo en la ciudad petrolera de Zhanaozen ubicada en el oeste a partir de una huelga obrera que rechazaba el aumento del gas licuado, detonante de las manifestaciones.
De un día para otro las protestas tomaron proporciones inéditas. Imágenes compartidas en internet por medios masivos, corresponsales y usuarios mostraron numerosas personas protestando en las calles y frente a edificios gubernamentales. Inclusos existieron enfrentamientos armados contra las fuerzas del orden, con saqueos y hasta la toma del aeropuerto de Almaty, dejando unos 225 muertos (DW 15/01/22), cerca de 2000 heridos y unos 10 mil detenidos. En la ciudad de Aktobe, al oeste del país, la policía se negó a reprimir.
Ante la situación el gobierno de Tokayev acudió a Putin para su sostenerse en el poder, quien activó el mecanismo de intervención de 2 mil soldados para la represión.
Durante casi una semana Kazajistán fue un polvorín social que se fue aplacando y la situación política fue tomando cierta calma. Pero los hechos dejaron mucha tela para cortar, mostrando la realidad sobre las condiciones de vida del pueblo y sobre la situación mundial.
Aunque la chispa del estallido estuvo en el encarecimiento del gas licuado, que pasó a costar el doble, a partir de la liberación de su precio y de la quita de subsidios, ese golpe al bolsillo se combinó con problemáticas de largo plazo y estructurales y que son similares o iguales a las que padecen los ciudadanos oprimidos de todo el mundo: la desigualdad, salarios bajos, explotación y la opresión de un régimen autoritario.
El aumento del valor de los combustibles fue una gran gota que rebalsó el vaso del hartazgo de la población. Un verdadero gasolinazo que encarecía el gas licuado usado utilizado por los autos, vehículo esencial entre los kazajos, y de los medios de transportes.
La medida ensanchaba la desigualdad imperante, con super ricos viviendo de la explotación de hidrocarburos y la minería por un lado, y con un mar de trabajadores que viven al día, cobrando una media de 530 euros mensuales, el por otro (The Guardian 12/01). En Kazajistán quedó expuesta la estructura desigual de un país típico semicolonial, del cual extraen riquezas las multinacionales de las potencias imperialistas. El cásico modelo extractivista.
Queda claro que la explotación petrolera y gasífera no trajo beneficios para la población.
Bronca contra la opresión política
Otro de los factores que explican el estallido es la bronca contra el régimen político opresivo y autoritario, que desde la independencia de la URSS en 1991 estuvo dominado por un solo hombre hasta 2019, Nazarbayev. Narsultan Nazarbayev era el líder de la burocracia del partido comunista que gobernó en el último período soviético. Desde esa posición de poder logró quedarse con empresas estatales y convertirse en la cabeza de la nueva elite capitalista que usufructuó las riquezas energéticas del país.
Esa elite estableció vínculos con las burguesías imperialistas de las potencias, con multinacionales de EEUU, Europa y con China; tejió lazos a varias puntas para no depender exclusivamente de la Rusia de Putin.
Para proteger sus privilegios de la población, el poder económico forjó un régimen político autoritario donde el Estado ejercía un control férreo sobre la sociedad, digitando a los medios de comunicación y hasta prohibiendo dar información que comprometa a la familia gobernante.
Con las movilizaciones emergió el odio hacia ese sistema político, demostrándose también con el derribo de estatuas conmemorativas del viejo líder. El poder político recibió el golpe. El presidente destituyó a todo el gabinete y retrocedió en el aumento; otra medida fue el desalojo del ex presidente del dominio del consejo de seguridad. Las acusaciones de traición cruzaron a la casta política generando fricciones y fuertes disputas, llegando a la detención del jefe de inteligencia.
Aunque la reacción más importante fue la generalización de la represión con toda la fuerza del Estado, ordenando disparar a matar, con la excusa de que estaban siendo atacados por “terroristas”, lo que no pudo probarse.
La represión contó con la ayuda de las fuerzas rusas que tras la revuelta, junto al ejército local mantuvieron el orden, con tanquetas, patrulleros y soldados en las calles de Almaty y otras ciudades. Pasaron los días y la calma regresó pero se mantuvo el miedo del poder político que ordenó dispersar cualquier reunión en la calle (El País, 12/1)
El factor geoestratégico y económico. Una región cada vez más desestabilizada
Kazajistán siempre fue una región que recibió influencia de las civilizaciones que la rodearon, desde los turcos, los Chinos, de los musulmanes y de Rusia. Históricamente Kazajistán estuvo en la ruta que une Asia de Europa, pero los vínculos más fuertes se establecieron con Rusia por razones históricas y actuales; formó parte del imperio zarista y luego se integró a la Unión Soviética transformándose en la república socialista de Kazajistán.
De manera general es el país más grande de lo que se denomina Asia Central junto a Tayikistán, Kirguistán, Uzbekistán y Turkmenistán. Tal posición geográfica y por las características físicas en la que predominan las estepas y los cordones montañosos le otorgó la posesión de importantes reservas de gas y petróleo, y de minerales.
Kazajistán es el mayor productor petrolero de Asia Central, ostenta el puesto N° 12 a nivel mundial, en el 2020 produjo 1, 8 millones de barriles diarios y en la rama ocupa el 21 % del PBI (El Portafolio). Varias multinacionales tienen inversiones en el sector como la estadounidense Chevron o la francesa Total Energies. En cuanto a la minería posee manganeso, hierro, cromo, carbón, y el 30 % de las reservas de uranio en el mundo, las que abastecen a las centrales nucleares de Francia. También es un jugador importante en la infraestructura de las criptomonedas como el Bitcoin.
Estos datos evidencian la importancia en la economía mundial y como acontecimientos alejados del centro de las decisiones pueden hacer subir o caer negocios.
La presencia de riquezas naturales y su lugar geográfico entre China, Rusia e Irán la colocan en medio de una región turbulenta, desde el conflicto de Ucrania, la anexión de Crimea por parte de Rusia, más la situación de Afganistán lo que azuzó el conflicto con EEUU y Europa occidental. Por estos factores, los medios pro rusos hablan de la injerencia extranjera en Kazajistán asemejándola a las llamadas “revoluciones de colores” impulsadas por occidente.
A la tensión entre potencias mundiales y regionales debemos sumarle el factor de la tensión social, donde los explotados pueden reaccionar y responder ante la explotación de los capitalistas y sus Estados, como sucedió en Kazajistán.
Para aproximarnos a un mejor entendimiento del conflicto debemos tener en cuenta todos los elementos mencionados y otros más. Pero seguramente estamos ante más realidades que demuestran que las lógicas de las potencias imperialistas, las lógicas del capitalismo, están volviendo al mundo en un lugar cada vez más peligroso.
Nosotros depositamos nuestra confianza en la respuesta de los pueblos.