La historia de la humanidad está plagada de conquistas, de avances de potencias fuertes sobre los territorios de pueblos débiles, que oponen resistencia, pero que muchas veces se ven sobrepasados por el poder de la fuerza. ¿Pueden las diferentes conquistas y masacres de poblaciones autóctonas por parte de los invasores, compararse? En esta nota que compartimos, el autor se plantea un paralelo no tan arbitrario como podría parecer.
Por Miguel Espinaco (miguelespinaco@gmail.com)
Publicado originalmente en la página El mango del hacha (28/5/2021)
Ahora dicen que llega el tiempo de la reconstrucción y todo suena a déjà vu
Hace siete años, dieciocho mil viviendas habían quedado destruidas, resultado de la operación Margen Protector desatada por la maquinaria bélica israelí en la que habían muerto más de dos mil habitantes de Gaza. Y mientras Amnistía Internacional hablaba de crímenes de guerra ejecutados por Israel (los cuales nunca se condenaron, obviamente) una Conferencia Internacional de Donantes se reunía en El Cairo para juntar cinco mil cuatrocientos millones de dólares para reconstruir lo que el mismísimo secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, definió como “una destrucción que no puede describirse”. (1)
“Ahora son también grandes fábricas, torres de oficinas y una amplia zona agrícola en la frontera las que han sido arrasadas” explica Yusuf Sarhan, viceministro palestino de Obras Públicas al diario español El País, porque esta nueva acción Israelí –que esta vez se llamó Operación Guardián de los Muros– “parece haber estado dirigida también contra la economía civil”
Es así que la destrucción alcanzó además de viviendas, comercios y pequeños negocios, a siete grandes centros industriales y a la única planta de producción de electricidad – lo que dejó una secuela de apagones y afectó el suministro de agua potable – a más de cincuenta colegios, a setenta y cinco edificios oficiales, a redacciones de treinta y tres medios de comunicación, a seis hospitales y a doce centros sanitarios de atención primaria. (2)
Las cosas parecen repetirse como en un ciclo infernal de destrucción y reconstrucción, pero eso es sólo una impresión que nos da nuestra contemporaneidad con los hechos. Si tomamos distancia, veríamos una operación de conquista que implicó el desplazamiento de gigantescas masas humanas que ya empezó hace décadas y que ya acumula más de cinco millones de palestinos forzados a dejar sus hogares. Eso, sumado a la cotidiana operación de pinzas que combina la presión militar, los periódicos bombardeos, la instalación de colonos que empujan las fronteras, los muros que transgreden los límites previamente aceptados, todo un movimiento que encierra, aísla y aterra a los millones de palestinos que viven en Gaza y en Cisjordania.
Los Sioux y el séptimo de caballería
Toda comparación histórica es en alguna medida un exceso y no debería ser tomada más que como metáfora que sirve para describir un hecho, para hacerlo reconocible. Digamos que en ese sentido la conquista del Oeste americano comandada simbólicamente por el séptimo de caballería, y la conquista de Palestina embanderada en el mito de la tierra prometida, difieren antes que nada en la escala, pero también porque los motivos que empujan al robo sistemático de tierras no es el mismo.
Digamos primero que entre el río Mississippi y el Océano Pacífico hay más de tres mil kilómetros y si uno cuenta desde los Apalaches mucho más, mientras que los territorios palestinos en el que se desarrolla el actual drama histórico mide en su más larga distancia de sur a norte, menos de quinientos kilómetros. Estados Unidos tenía en 1790 unos cuatro millones de habitantes, cuarenta años después ya tenía trece millones y ya eran cuarenta millones en 1870 y casi ochenta en 1900. Los actuales territorios ocupados por Israel, Gaza y Cisjordania, no pasan hoy en día de los quince millones.
A más de esta cuestión de tamaño, habrá que poner del lado de las diferencias los objetivos, ya que aquella conquista respondía a una cuestión preponderantemente económica – la necesidad de darle una base primaria a la naciente potencia capitalista – mientras que esta de hoy en día responde a la necesidad preponderantemente política de mantener una especie de portaaviones, una base militar en medio del mundo árabe.
Digamos que si en aquellos tiempos el Séptimo de Caballería era la tropa auxiliar de los colonos, las cosas podrían decirse hoy inversamente: el pueblo judío movilizado alrededor del mito de la tierra prometida funciona hoy como auxiliar del ejército israelí, como una especie de masa de reclutamiento y, al mismo tiempo, de escudo humano de las tropas de ocupación.
El sendero de las lágrimas
Sin embargo los parecidos son muchos.
Estados Unidos no contaba con una biblia, pero también se las arregló para tener su excusa histórica: John Louis O’Sullivan, un popular editor y columnista, se explayaba en 1845 sobre “nuestro destino manifiesto de extender el continente asignado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones que se multiplican anualmente” y festejaba que “ya la vanguardia del irresistible ejército de la emigración anglosajona ha comenzado a caer sobre ella, armada con el arado y el rifle, y marcando su rastro con escuelas y colegios, juzgados y salones de representantes, molinos y casas de reunión” (3).
La manipulación del relato también los iguala. A estos comentarios de Sullivan que se multiplicaban entre la intelectualidad norteamericana del siglo XIX, hay que sumar todo lo que significa el oeste americano modo Hollywood, que creó toda una historia mítica alrededor de esta gesta genocida. La fábula – que se remonta a las primeras novelas en folletín – fue construyendo un universo en el que los pueblos indios van a quedar inevitablemente como los “malos”, a pesar de que lo que hacían era defender su territorio amenazado por tantos Ingalls, llaneros solitarios y generales.
La historia de los acuerdos y de sus inevitables violaciones por los conquistadores, también es un paralelo evidente. El Sendero de Lágrimas es el nombre que recibió el destierro al oeste de los Choctaw en 1831 y de los Cheroquis en 1838. Fue el primer empujón que puso a los habitantes originarios en la margen oeste del Mississippi al costo de muchas vidas.
Sioux, cheyennes, arapahoes, cherokees, comanche, apaches. La historia de los indios del oeste americano los iguala en esta historia de treguas, hambrunas, desplazamientos y guerras. En 1849 se inició la reclusión en reservas, la versión norteamericana de la solución de los dos estados (en aquel caso de los varios estados, porque eran varias naciones indias).
Los Lakotas, por ejemplo, anduvieron un tiempo atacando fuertes estadounidenses hasta que en 1868 les dieron un vasto territorio al oeste del río Misuri en el que los colonos no tendrían derecho a entrar. Los Sioux obtuvieron una gran reserva en el suroeste de Dakota del Sur para aquellos que quisieran abandonar la vida nómada, pero “la tregua duró muy poco. Hacia 1875, los territorios libres de colonos habían ido menguando vertiginosamente, los búfalos eran cada vez más escasos y muchos de los indios que se habían quedado en la reserva veían cómo las tierras que les habían concedido para la agricultura no eran lo bastante fértiles y las provisiones que recibían del gobierno eran cada vez más exiguas” (4). Lo que siguió a esto fue el exterminio y después, el olvido.
El resultado final de la conquista está a la vista. La presencia de las naciones originarias en Estados Unidos que ocuparon antaño la vasta extensión del oeste americano es hoy apenas simbólica, con unas trescientas reservas indígenas que ocupan sólo el 2.3% de la superficie total del país.
El sendero de las lágrimas que camina actualmente el pueblo palestino, nos permite trazar un paralelo. La resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas votada el 29 de noviembre de 1947, establecía la partición de Palestina en 14.000 kilómetros cuadrados para un estado judío (hoy Israel se autoasigna 22.145) y 11.500 kilómetros cuadrados para un estado palestino (hoy le quedan 6.020) dejando una zona bajo control internacional que comprendía Jerusalén y Belén.
Sin embargo las cosas son peores que lo que indican estos números ya de por sí impresionantes. El muro construido para separar a Cisjordania “se desvía significativamente de la Línea Verde que marca el límite internacionalmente reconocido entre territorio palestino e israelí, adentrándose reiteradamente en Cisjordania, donde ha tragado enormes franjas de tierra palestina fértil” (5) y a esa intromisión hay que sumar los asentamientos: “Según la ONG israelí Peace Now (Paz Ahora), que se dedica a la fiscalización de asentamientos, existen unos 13 asentamientos en Jerusalén Oriental, habitados por unas 200.000 personas. En Cisjordania las áreas urbanas ocupadas por los asentamientos corresponden a un 2% del territorio, pero los críticos apuntan a que más allá de actividades típicas de “colonos”, como serían la agricultura y la construcción de caminos, son puntos estratégicos altamente militarizados” (6).
Cien canchas de river
Las Naciones Unidas nos informan que “en la actualidad hay 5,4 millones de palestinos que viven desplazados en su país o en otros de Oriente Próximo, como Siria, Líbano o Jordania”. Esto es más que una Buenos Aires entera y habría que agregarle el partido de Avellaneda y seguro que alguno más. La cantidad equivale a unas 100 monumentales de Núñez, llenos como antes de la pandemia
Ocurre que la famosa tierra prometida – igual que el oeste americano – no era ningún desierto, sino que estaba mayoritariamente ocupada con población árabe. Obviamente, si uno pretende montar allí un estado confesional – y por ende racista – tiene que dedicarse a echar a los que lo habitan.
Rodolfo Walsh detallaba en una serie de siete artículos publicados por el Diario Noticias en Junio de 1974, varias operaciones terroristas israelíes que significaron ocupaciones de territorio con expulsión de árabes entre el 21 de diciembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, o sea anteriores a la declaración de independencia y mostraba con números que Palestina no era un territorio despoblado: “el 31 de diciembre de 1922 el “Gobierno de Palestina” (o sea el Mandato británico) hizo un censo que dio estos resultados: Árabes 663.914, Judíos 83.794, Otros 9.474, Total 757.182” (7).
Es evidente que mientras se mantenga este estado de cosas, Israel seguirá amontonando a los palestinos a fuerza de bombas, de muros y de colonos, tal como hiciera el ejército estadounidense con los pueblos originarios de la América del Norte. La tan soñada “solución de los dos estados“, se parece cada vez más a un sueño irrealizable y los hechos la hacen acercarse tristemente a un engañoso ”un Estado y un pedacito” o peor todavía, a “un Estado y una reserva”.
Cambiar la historia
Lo que sucede y generalmente se pierde de vista – lo pierden de vista algunos progresistas pacifistas de buenas intenciones – es que el estado de Israel no es cualquier Estado, que no se trata de un estado burgués común y silvestre que se dedica más o menos violentamente a mantener el orden de la explotación capitalista, sino que tiene dos características que lo hacen muy especial: “el ser racista al punto que tiene una ley de retorno para los judíos que nunca vivieron en Israel y una ley de no retorno para los palestinos que sí vivieron allí y fueron echados, y su especialización en gestionar métodos de terror contra la población civil palestina” (8).
Volviendo a las películas del oeste, los indios eran los malos, eran los salvajes que se quedaban con tu cabellera, pero los relatos son relatos y al final resultó que la maquinaria asesina era el séptimo de caballería y no los sioux, al punto que en las últimas décadas la historia ha empezado a contarse de otra forma. Corría a favor del sostén de aquel relato casi infantil que los indios eran muy diferentes, que eran casi de otro mundo respecto a los europeos, pero hoy eso no sucede: en la orquesta de Daniel Barenboim son indistinguibles los judíos y los árabes.
El pueblo israelí parece todavía convencido del relato oficial pero han empezado a aparecer grietas, quizás porque hoy las cosas se saben más rápido que en la época de Jesse James. La organización Breaking the silence, es una de esas grietas.
Se presentan ante la sociedad como “una organización de soldados veteranos que han servido en el ejército israelí desde el comienzo de la Segunda Intifada y se han encargado de exponer al público israelí la realidad de la vida cotidiana en los Territorios Ocupados”. Cuentan que pretenden “estimular el debate público sobre el precio que se paga por una realidad en la que los jóvenes soldados se enfrentan a diario a una población civil y están comprometidos en el control de la vida cotidiana de esa población. Nuestro trabajo tiene como objetivo acabar con la ocupación” (9).
Por estos días Ori Givati, uno de los soldados de la organización, se encuentra en Lisboa presentando una exposición de fotos que denuncia las acciones israelíes: “hacemos esto porque creemos que todas las personas que miren y escuchen lo que hemos hecho con nuestras manos querrán el fin de la ocupación” (10).
¿Servirá esto para cambiar la historia, o habrá que esperar más de un siglo para contar los muertos y las verdades? ¿Repudiarán masivamente los jóvenes judíos el triste papel de gendarme asesino del Estado de Israel? ¿Estaremos a tiempo todavía de pensar en una Palestina sin credos en la que todos puedan convivir?
Citas
- BBC – Los desafíos de la multimillonaria reconstrucción de Gaza” – Noviembre 2014
- datos diario El País de España – La ONU llama a reconstruir Gaza tras la devastadora crisis con Israel – 24/05/2021
- Primary Source: John O’Sullivan Declares America’s Manifest Destiny, 1845
- National Geografic – Toro Sentado, el último gran jefe de los Sioux
- Interpress service – Palestina: Atrapados entre el muro y la Línea Verde
- BBC News – Asentamientos judíos en Cisjordania
- citado por Borrador Definitivo – Rodolfo Walsh desmiente a la Embajada de Israel
- El Mango del Hacha – Nazi el que lee
- Breaking the Silence – Quienes somos
- Mundo ao minuto – Notícias ao Minuto – Soldados israelitas contra ocupação apresentam exposição em Lisboa