Artículo publicado originalmente en Kalewche
Nota.— La huelga general y las movilizaciones contra la reforma del sistema previsional en Francia se cuentan entre las acciones más masivas y radicales de la clase trabajadora mundial en los últimos tiempos. Expresan la capacidad de resistencia ante reformas perjudiciales para los intereses de los trabajadores, que siguen premisas típicamente neoliberales, por mucho que se proclama al neoliberalismo muerto y enterrado. La reforma impulsada por Macron se alinea perfectamente con la búsqueda de aumentar la explotación laboral, prolongando e intensificando las jornadas laborales, en un contexto de creciente precarización del empleo. Desde Kalewche saludamos la resistencia de los trabajadores y trabajadoras de Francia.
A continuación, ofrecemos un texto de François-Xavier Hutteau que, nos parece, ofrece una muy buena panorámica y un sugerente análisis de la situación. El artículo fue originalmente publicado el miércoles 29 de marzo en la página web argentina Coyunturas. La política en disputa, con traducción del manuscrito inglés a cargo del editor, Ariel Pennisi (Hutteau lo redactó en ese idioma vehicular, no en francés, su lengua materna). Coyunturas se presenta como “un espacio de reflexión política que profundiza ejes centrales, analiza a contrapelo problemáticas singulares y convoca a la construcción de un pensamiento y una práctica política de manera amplia y transversal”. Una versión inglesa anotada y ligeramente aumentada del texto fue difundida al día siguiente, jueves 30, por Notes from Below –un medio digital británico de izquierda– bajo el título “The French Unions Strike Back” o “Los sindicatos franceses contraatacan”. Hemos incorporado dichas adiciones a la traducción castellana de Pennisi. En cuanto al autor, Hutteau, esta es la noticia biográfica que figura en la publicación original de Contrapuntos, en nota al pie: “máster en Filosofía Política y estudiante de Sociología del Trabajo en París. Participó en la Plateforme d’enquêtes militantes”.
A pesar de los muchos méritos del escrito que reproducimos, quisiéramos señalar por nuestra parte algunas disquisiciones. La primera tiene que ver con las jubilaciones y la edad jubilatoria. Aunque es evidente el sentido reaccionario de la iniciativa del gobierno de Macron, no nos parece menos indudable que, en un contexto de elevada esperanza de vida y baja tasa de natalidad, las jubilaciones son ya y serán en el futuro un serio problema. Hay que afrontarlo sin esconderlo, ni esconderse. Pero no menos importante nos parece comprender que esta problemática cambia por completo –y las soluciones imaginables se modifican de manera radical– si nos planteamos la abolición de las relaciones capitalistas de producción. Dado que esta alternativa no es visualizada como posible por el movimiento de masas, es difícil ir más allá de la mera resistencia. Viejos resistentes después de todo, apoyamos la resistencia. Pero la misma, por sí sola no alcanza: es capaz de bloquear iniciativas reaccionarias, aunque incapaz de ofrecer alternativas viables. La imperiosa necesidad de reinstalar al socialismo como alternativa creíble ante los desmanes del capital, es cada día más candente. Sin este horizonte, la resistencia no puede conseguir más que pasajeras pausas, a la espera de renovados embates de los agentes del capital.
La combatividad laboral francesa se da en un mundo signado por dificultades que no son nuevas, pero sí acuciantes: guerra, crisis energética y cambio climático. El apoyo por parte del movimiento ecologista a las movilizaciones, bien retratado por Hutteau, presenta algunos problemas que no quisiéramos dejar de señalar. Aunque consideramos que es imprescindible la acción mancomunada de trabajadores y ecologistas, las bases sobre las que se asienta dicha alianza no nos parecen asunto menor. En el caso concreto referido en esta nota, un grupo ecologista apoya las movilizaciones bajo el argumento de que “la reducción de la jornada laboral es un imperativo ecológico, ya que todo aumento de la jornada laboral global supone necesariamente un aumento de la cantidad de recursos biofísicos extraídos y un aumento de la cantidad de CO2 emitida”. No sólo no somos capaces de ver las razones por las cuales el aumento de la jornada laboral supondría necesariamente un aumento de las emisiones, sino que nos parece que este argumento, además de ser casi con seguridad errado, reproduce en el fondo la lógica identitarista que está haciendo estragos en la política contemporánea. A nuestro juicio, no se trata de apelar a argumentos empíricamente dudosos (como poco), sino de pensar que nadie debería ser puramente ecologista o puramente sindicalista. Debemos ocuparnos y preocuparnos de ambas cosas (y de muchas más). Un ecologista puede y debe apoyar las justas reclamaciones del proletariado simplemente porque son justas, y no porque tengan tales o cuales presuntos efectos en términos ecológicos. Por otra parte, no habría que olvidar que el movimiento ecologista se halla dividido entre diferentes corrientes y tendencias, algunas abiertamente pro-capitalistas, otras vergonzantemente capitalistas, algunas tibiamente contrarias al capitalismo y una minoría radicalmente anticapitalista y socialista. En estas últimas filas nos contamos: y para el ecologismo anticapitalista, la alianza con el movimiento obrero es central y fundamental.
Una acotación final: ¿qué sucede con ese amplio segmento de la clase trabajadora francesa que permanece en los marcos de la llamada «economía informal», cuya composición u origen es en gran medida inmigrante? Hablamos de la población más pauperizada y postergada, aquella que vive en las banlieues, un sector social donde la precarización laboral, la marginalidad, el subempleo y el desempleo mitigados –pero nunca erradicados– por el asistencialismo estatal son excepcionalmente intensos. ¿Participa de las actuales protestas? Quisiéramos creer que sí. Pero no lo sabemos a ciencia cierta, y hasta el momento los análisis suelen prescindir de esta dimensión, como ya sucediera con las protestas de 2018 protagonizadas por los gilets jaunes o «chalecos amarillos». La alianza entre la clase obrera formal y la clase trabajadora informal es clave. Pero, lo sabemos bien, no ha sido sencilla en los últimos tiempos.
Por François-Xavier Hutteau
Desde enero de este año, Francia vive al ritmo de la reforma de las pensiones de Macron y del poderoso movimiento que se opone a ella. La salvaguardia del sistema de pensiones es una de las batallas recurrentes de los sindicatos y la izquierda francesa contra los neoliberales. Basta enumerar las reformas para entender cuán recurrente es este conflicto social: 1993, 1995, 2003, 2010, 2013 y la fallida reforma de 2019 derrotada por el paro. El movimiento contra esta reforma es muy amplio: el 93% de los trabajadores se oponen a ella. Una coalición sindical muy amplia lo sostiene, y ha sido apoyado por la reciente coalición de izquierda NUPES (Nouvelle Union populaire écologique et sociale) en el parlamento. Sin embargo, como resultado de no ganar nada después de dos meses de movilización muy estructurada, el movimiento se ha endurecido.
Para entender la fase en la que se encuentra el actual movimiento contra la reforma jubilatoria en Francia, es necesario comprender el «movimiento social a la francesa» (mouvement social à la française), que ha sido el marco general de las movilizaciones durante más de 20 años. El arquetipo es el movimiento de 1995, contra el plan Juppé y, por tanto, contra un ataque a los derechos de los trabajadores del sector público, y, en particular, a sus jubilaciones. El movimiento social a la francesa es una alianza entre diferentes sectores económicos y sindicatos contra las reformas neoliberales, por lo que siempre se trata de un contraataque. Este movimiento ha experimentado una doble crisis, que se manifestó primero durante 2016 contra las leyes laborales, pero también con el movimiento de los «chalecos amarillos» (gilets jaunes), que muchos interpretaron como el final de esta forma de movilización.
En primer lugar, 2016 fue un momento de radicalización de consignas y prácticas que tuvo lugar en el marco político del macronismo, ya que en aquel momento Macron aún era ministro de Economía. Este movimiento iba en contra de una ley que pretendía restringir los derechos laborales y, en consecuencia, era de vital interés para los sindicatos, ya que la loi travail (ley laboral) restringía gravemente los derechos sindicales y las posibilidades de organización y negociación. Sin embargo, los sindicatos no llevaron el antagonismo más allá de las formas ritualizadas del conflicto social en Francia, como la manifestación de los martes o jueves, y la «huelga intermitente» (grève perlée)1. Una de las cuestiones en juego en los próximos días es si las direcciones sindicales serán capaces o no de acompañar eficazmente una huelga continuada.
La segunda crisis, decíamos, fue la que tuvo como protagonistas a los chalecos amarillos. Su objetivo, en un principio, fue anti-impuestos, ya que el movimiento comenzó con el rechazo al aumento del precio de los combustibles provocado por un impuesto sobre las emisiones de CO2. Cabe señalar que esta reivindicación plantea fundamentalmente la cuestión que la ecología burguesa se niega a responder, a saber, quién paga el aumento de las emisiones de carbono en el marco de los mercados de combustibles fósiles establecidos por el Protocolo de Kioto. El movimiento de los gilets jaunes que comenzó en 2018 atrajo solo a un número limitado de sindicalistas, probablemente debido a la reticencia de ambas partes. Sin embargo, donde sí ha habido una apuesta significativa de sindicalistas es en los casos en que se reunieron los chalecos amarillos y sindicalistas convertidos en chalecos amarillos, procedentes de sectores que siguen estando entre los más combativos.
En esta época, también se produjo una ampliación de las luchas desde el punto de vista territorial, que sin duda afectaba a los suburbios, pero que en la fase de los gilets jaunes afectaba más particularmente a las ciudades medianas y las zonas rurales, que en muchos casos están menos densamente pobladas en Francia. La forma típica de acción de los gilets jaunes tiene lugar en las rotondas que se encuentran por doquier en los suburbios franceses, símbolo del control del territorio por parte de los pequeños emprendedores (entrepreneurs) del transporte. Vemos en la composición espacial del movimiento actual como una continuidad con los gilets jaunes, que han reinscrito lugares como las rotondas en el centro del conflicto social. No es casualidad que muchas de las acciones organizadas esta vez por los sindicatos hayan tenido lugar en las rotondas.
El movimiento de los gilets jaunes experimentó entonces una hibridación a finales de 2019, cuando Macron anunció una reforma jubilatoria. Esta reforma no era la misma que la propuesta actualmente, sino que era en muchos aspectos peor, ya que proponía el pasaje hacia un sistema mercantilizado frente al sistema actualmente basado en la solidaridad entre trabajadores. De hecho, los fondos de pensiones en Francia están gestionados por los trabajadores desde la Liberación, y se basan en un sistema solidario. Este poderoso movimiento marcó un primer paso en la «gilet-jaunisation» de la huelga, de la que pueden señalarse tres características: un fuerte antagonismo con el gobierno, la proliferación de iniciativas locales y el uso de huelgas de bloqueo (lockouts) como único modo de acción que permitió lograr una victoria. En cierto sentido, este diagnóstico estratégico resultó acertado, porque es uno de los únicos movimientos de los últimos años en Francia que ha ganado algo. Hoy la radicalización del gobierno en sus posiciones hace visible, incluso para los sindicatos más moderados, que sólo este método es eficaz en el contexto del macronismo. Hay que decir que el movimiento se caracteriza por una ebullición militante, por la presencia de asambleas obreras o barriales en muchos lugares, y una intensa actividad política caracterizada por la participación de las masas.
En 2019, la presencia de activistas ambientalistas fue crucial. Salíamos de una fase en la que XR (Extintion Rebellion o «Rebelión contra la Extinción») y, en particular, algunas de las corrientes más radicales y abiertamente anticapitalistas se organizaban en grupos, gilets jaunes, colectivos queer, etc. Salíamos de un momento de acciones internacionales de XR que habían conseguido federarse pero que, sin embargo, no habían logrado construir una fuerza social ofensiva en cuestiones de medio ambiente. Algunos compañeros ecologistas habían intervenido en esta ocasión con un texto que empezaba así: “La huelga contra la reforma de las jubilaciones no corresponde a lo que llamamos una lucha ecologista. Sin embargo, los ecologistas estamos en los piquetes, apoyamos las movilizaciones de los ferroviarios, de los gilets jaunes, de los profesores, de los sanitarios y de todos los que luchan contra la reforma”. ¿Por qué los ecologistas apoyan la huelga? El argumento principal de este texto era que la reducción de la jornada laboral es un imperativo ecológico, ya que todo aumento de la jornada laboral global supone necesariamente un aumento de la cantidad de recursos biofísicos extraídos y un aumento de la cantidad de CO2 emitida. Esta convergencia y este discurso se encuentran ahora en muchas más manifestaciones de la ecología política actual, lo que constituye innegablemente una victoria para el frente del movimiento de 2019.
Aparte del marco específico del movimiento de 2019 tras los gilets jaunes, los movimientos a favor de las jubilaciones solidarias en Francia tienen un carácter más bien interclasista, dada la tradición reivindicativa de los sindicatos, sobre todo entre sus cuadros. El movimiento actual está liderado por la coalición más amplia posible de sindicatos dentro de lo que se denomina la Intersindical2. La defensa de las jubilaciones ha sido un aspecto revulsivo del movimiento de cuadros sindicales franceses desde los años 30. Es, pues, el carácter interclasista el que explica tanto la inmensa popularidad de este movimiento en la población, como su dificultad para superar sus límites en términos de antagonismo hasta hace poco.
Por consiguiente, es importante entender que ya no estamos en 2016, cuando la cuestión era la radicalización de un movimiento obrero que luchaba por ejercer su poder. Estamos en el contexto de un movimiento interclasista, y los sindicatos más centristas –como la CFDT– son ahora capaces de reunir a la gente. Esto contrasta fuertemente con el movimiento de 2019, donde un vacío caracterizaba a las marchas sindicales, mientras que el cortège de tête («cortejo a la cabeza», vanguardia de la movilización) más radical estaba densamente poblado.
El 7 de marzo fue uno de esos días de intensa actividad militante en piquetes y bloqueos: escuelas, institutos e incluso estaciones de autobuses de la región parisina. De esta situación se desprende una apuesta política muy importante, que las federaciones de la energía han comprendido muy bien: es necesario dividir a la burguesía sobre la cuestión de las jubilaciones. Como de hecho ya está fracturada, ahora se trata de poner una palanca en esta apertura. Esta fractura parecía evidente hace un año, ya que el MEDEF –el sindicato patronal francés– había pedido a Macron que no hiciera su reforma. Pero la CGT Energie se dio cuenta de que los créditos fiscales y las exenciones de impuestos no son suficientes, desde el punto de vista de los capitalistas, para que estos acepten estar del lado de Macron a toda costa. Por eso son particularmente interesantes las acciones de cortes eléctricos en los almacenes de Amazon y en varios lugares estratégicos: aparentemente los créditos fiscales por sí solos no hacen posible el funcionamiento de una fábrica.
La reforma
Tras repetir durante meses que la edad legal para jubilarse se elevaría a 65 años en 2031, el gobierno propone finalmente un aumento a 64 años [nota del editor: hoy es de 62]. Macron hizo de esta reforma uno de los temas de su reelección el año pasado. En efecto, la edad legal se elevará a 64 años, a razón de un cuarto más por año, a partir de septiembre de 2023 para la generación nacida en 1961. En realidad, la reforma es una prolongación de la reforma de Touraine votada bajo Hollande, con la diferencia de que acelera los ajustes paramétricos: en efecto, en lugar de alcanzar la edad de 43 años para una pensión completa en 2025, con esta reforma se llega en 2027. Por lo tanto, esta reforma es ante todo una prolongación de la jornada laboral de por vida.
La reforma es un ataque a los regímenes jubilatorios especiales, que serán suprimidos. Estos regímenes ya estuvieron en el centro de otras luchas anteriores, en particular la reforma de 2019, que finalmente no se llevó a cabo. En el centro de la reforma está también la batalla sobre la cuestión de las tareas «penosas» (penibilité). Macron dijo hace unos años que no le gusta la palabra pénibilité. Se trata de un verdadero problema de reconocimiento. Por ejemplo, el C2P (un fondo para los trabajadores expuestos a riesgos profesionales) fue utilizado por 10 mil personas, mientras que en Francia el 61% de los trabajadores están expuestos al menos a algún tipo de riesgo por su profesión o labor. La reforma de las jubilaciones continúa así con la idea de que el trabajo duro no existe. El senador macronista Patriat explicó en televisión que el trabajo duro ya no existe porque todos los trabajadores de la construcción y la logística tienen ahora exoesqueletos. ¡Esta reforma demuestra el odio de la burguesía macronista hacia los trabajadores! Una portavoz del partido de Macron, por ejemplo, se burló de Mouloud Sahraoui, trabajador de logística en Geodis y uno de los líderes de las luchas más avanzadas y a menudo victoriosas en logística, porque exigía el derecho a la jubilación completa a los 50 años, cuando NUPES exige 60 en lugar de los 62 actuales.
Pero la reforma jubilatoria de este año es muy diferente de la presentada por Macron a finales de 2019, justo antes de la pandemia. Esta se trataba de una reforma estructural que no solo alargaría el tiempo de trabajo, sino que también transformaría el sistema de jubilaciones y pensiones en un sistema basado en puntos. Evidentemente, este cambio estructural preparaba la transición hacia un sistema de capitalización. El objetivo era crear con el tiempo un nuevo sector económico de fondos de pensiones a la francesa. Un poderoso movimiento en 2019 había puesto en apuros al gobierno, con importantes huelgas y un ambiente político en el que las prácticas de los chalecos amarillos desempeñaban un papel decisivo.
Posteriormente, a principios de 2020, el gobierno moderó su reforma. Sin embargo, la pandemia ha bloqueado por completo el proceso de polarización en torno a la reforma jubilatoria, tanto del lado del capital como de los trabajadores. El MEDEF, el sindicato patronal, se opuso a la reforma, precisamente por considerarla demasiado polarizadora tras el bloqueo. En cualquier caso, el capital estaba masivamente subvencionado en aquel momento. Por tanto, hay que insistir en que esta vez se ha pasado a una reforma paramétrica y no estructural. La reforma modifica un parámetro concreto del sistema, a saber, la edad legal de jubilación, pero no el sistema en sí. Por supuesto, este cambio llevará cada vez a más personas a invertir en pensiones complementarias privadas, puesto que ya no podrán jubilarse con buena salud con el sistema público de seguridad social… Sin embargo, el giro de Macron hacia una reforma paramétrica es un síntoma de la dificultad del bloque neoliberal francés para proponer un proyecto social tras la pandemia del covid.
Para entender el vínculo con la reforma de 2010, es necesario darse cuenta de que, con las reformas paramétricas de las jubilaciones y pensiones, está en juego una cuestión epistemológica y política. La reforma de 2010 es esencialmente el mismo tipo de reforma que la actual, es decir, una reforma paramétrica que aumenta la duración de la vida laboral de 60 a 62 años. Sin embargo, la gestión obrera se ha complementado con una serie de organizaciones que pretenden integrar la gestión de la seguridad social en la perspectiva neoliberal del equilibrio presupuestario. Así pues, hay que señalar que lo que a menudo se invoca para justificar una reforma es un desequilibrio presupuestario. En este caso, es el COR (Conseil d’Orientation des Retraites) el que propone modelos tanto demográficos como macroeconómicos.3 En 2010, el COR anunció que el sistema de pensiones ya no estaba en equilibrio. La idea que siempre vuelve es la de un pánico financiero sobre la financiación de las jubilaciones. De hecho, las jubilaciones de los jubilados actuales las pagan los trabajadores actuales. Esto plantea el siguiente problema a la burguesía: cómo mantener el nivel de las jubilaciones cuando la proporción entre la población actual y los jubilados es cada vez menor. De hecho, hay que señalar que este cambio refleja plenamente los aumentos de la productividad del trabajo.4 También hay que mencionar que en los últimos años el Consejo se ha equivocado casi siempre en los informes que motivaban las anteriores reformas jubilatorias.
Esta vez el informe propone cuatro escenarios, de los cuales sólo uno es desequilibrado. Por eso, la izquierda política denuncia la reforma como una estafa. De hecho, la reforma no hace nada por equilibrar las cuentas de la seguridad social, sino que pretende la transición hacia un sistema privado de jubilaciones y pensiones. El sistema de seguridad social francés está siendo atacado una vez más por los capitalistas. Los objetivos de esta reforma son aumentar las horas de trabajo para incrementar las tasas de crecimiento y también crear nuevos mercados para las compañías de seguros. También marca un conflicto de interpretación en torno a la constitución social francesa. En la izquierda, la interpretación es que el sistema de seguridad social es propiedad de los trabajadores y debe ser gobernado por ellos, mientras que la derecha siempre ha interpretado, después de los años 50, que estos fondos deben ser gestionados por el estado o por el capital.
De la crisis social a la crisis política
El elemento que hizo que el movimiento contra la reforma de las pensiones pasara de ser una crisis social a una crisis política más amplia fue, obviamente, la utilización por parte del gobierno del artículo 49.3 de la Constitución francesa. Este artículo permite al gobierno aprobar una ley sin que el parlamento la vote. La única manera de bloquear la aprobación de la ley es una moción de censura, que si se votara haría caer al gobierno. Este artículo de la Constitución se ha convertido desde 2016 en un símbolo de la forma neoliberal y autoritaria de gobernar Francia. El anuncio del uso de este artículo provocó manifestaciones en toda Francia desde la semana pasada. En París, el movimiento comenzó a reunirse frente a la Asamblea Nacional en la Plaza de la Concordia, por la noche, para protestar contra los métodos autoritarios del régimen macronista. Aunque un diputado centrista independiente propuso una moción de censura, le faltaron nueve votos en el parlamento para derrocar al gobierno.
El fracaso de esta moción de censura dejó claro que la negociación por vía parlamentaria estaba bloqueada y, al mismo tiempo, el llamamiento de la Intersindical a negociar con el Gobierno se encontraba en un callejón sin salida. Hay que señalar que fueron los propios macronistas quienes quemaron todos los puentes que podrían haber regulado este conflicto social. Esto dio lugar a diversas acciones contra las oficinas de los diputados favorables a la reforma en toda Francia. La CGT comenzó, por ejemplo, a organizar el cercamiento de las oficinas de algunos diputados y de las sedes locales del MEDEF.
El corolario de esta aguda crisis política es el uso sistemático de la brutalidad policial para impedir que se produzcan manifestaciones espontáneas. Tras el fracaso de la moción de censura, el 20 de marzo, todas las concentraciones cercanas a la Asamblea Nacional fueron limitadas y se cometieron diversos atropellos policiales. La estrategia de represión del estado nos hizo adoptar una estrategia más versátil, basada en la proliferación de lugares de manifestación.
Pero el reciente salto cualitativo del movimiento está profundamente relacionado con algunos trabajadores más avanzados de los sectores de la energía, el transporte y los residuos. La estrategia de estos sectores en huelga desde el 7 de marzo es el bloqueo. En el caso del sector de los residuos en París, la huelga se construyó tras un estudio en profundidad de la cadena logística de los residuos en París, permitiendo huelgas en puntos de estrangulamiento como la incineradora de Ivry. La idea es que el bloqueo de puntos estratégicos de la cadena logística permite hacer prácticamente imposible el trabajo en otro punto, por ejemplo, manteniendo los camiones de basura a plena carga al final del día. De este modo, es posible dedicar tiempo al día siguiente para reunirse con los trabajadores que aún no están en huelga y discutir la sindicalización, las condiciones de trabajo y las jubilaciones. Estos bloqueos y huelgas son las condiciones de posibilidad de las manifestaciones «salvajes» que tienen lugar en París por la noche, ya que permiten que no se recoja la basura, dejando así a los manifestantes posibilidad de quemar algo en las calles.
En este contexto, el principal obstáculo para el movimiento son los requerimientos a los trabajadores. Desde la presidencia de Sarkozy, es posible que el estado utilice a la policía para obligar a los trabajadores en huelga a volver al trabajo si su acción bloquea algunos bienes estratégicos, como el abastecimiento táctico de combustible. Evidentemente, estos requerimientos se utilizan de forma distorsionada para obligar, por ejemplo, a repostar los aeropuertos de París. La movilización de los trabajadores y estudiantes contra estos requerimientos es central para la continuidad del movimiento, para la preservación del derecho de huelga y para mantener a raya a la policía.
El jueves pasado el movimiento dio un paso más hacia la generalización de la huelga, ya que el movimiento volvió a crecer con 3 millones y medio de personas en las calles, y buenas cifras en cuanto a las huelgas en diversos sectores. Esta jornada se caracterizó por la proliferación de acciones como el bloqueo del aeropuerto Charles-de-Gaulle de París organizado por la sección local de la CGT-Roissy. La manifestación de París también fue testigo de un aumento de la conflictividad, que marcó el final de un movimiento que estaba muy tranquilo desde el principio. Esta novena jornada de huelga nacional es muy representativa del ritmo de las movilizaciones: bloqueos y acciones por la mañana, manifestaciones por la tarde y manifestaciones «salvajes» por la noche.
Este movimiento atestigua más que nunca la vivacidad de la huelga como forma de acción, contra todas las profecías de su superación. Por supuesto, no se trata sólo de la huelga en la gran fábrica, ya que la huelga, el motín y el bloqueo no corresponden tanto a esta fase del capitalismo como a una forma de conocer y actuar sobre la producción y la reproducción. Si el resultado del conflicto sigue siendo incierto, el reto a largo plazo del conflicto es ver si una nueva generación de sindicalistas de base es capaz de surgir de este movimiento. La implicación masiva de la juventud en los últimos días parece ir en esa dirección.
NOTAS
1 El término es ambiguo incluso en francés. Originalmente designa un modo de rotación de la huelga que sabotea el funcionamiento continuo del proceso de trabajo, mientras permite a los trabajadores reducir sus salarios perdidos. Este modo de acción es ilegal en Francia. Hoy en día, la grève perlée designa días de huelga discontinuos, una práctica favorecida por los sindicatos moderados. Los que se oponen a esta práctica la llaman «salto de rana».
2 Esta coalición incluye a la CGT (Confederación General del Trabajo), SUD-Solidaires, Force Ouvrière, FSU (Federación Sindical Unitaria), CFDT (Confederación Francesa Democrática de los Trabajadores), CFE-CGC (Confederación Francesa de la Dirección-Confederación General de Ejecutivos) y CFTC (Confederación Federal de Trabajadores Cristianos).
3 El Conseil d’Orientation des Retraites es un comité directivo de presupuesto que se ocupa de los aportes obligatorios de pensiones públicas. Está integrado por legisladores, representantes sindicales y patronales.
4 Desde 1979, la productividad del trabajo se ha triplicado en Francia. Véase este documento.