Continuamos aportando testimonios y análisis para reflexionar y debatir sobre la rebelión popular de diciembre de 2001 y su ulterior desarrollo; a 20 años de aquellas jornadas. En este caso compartimos un texto del escritor, sociólogo y docente universitario Pablo Alabarcés. El mismo fue publicado por el autor en su muro de Facebook y lo reproducimos aquí con su autorización y nuestro agradecimiento.
Por Pablo Alabarcés
20 de diciembre de 2021
Siempre me voy en promesas. Entonces, cortazarianamente, esto lo estoy escribiendo ayer.
El 19 de diciembre de 2001 a la tarde estaba tomando examen. Los rumores y las radios nos hicieron levantar la mesa, para que cada quien hiciera lo que pudiera. Yo terminé en mi departamente de divorciado, entre Once y Congreso: allí escuché el discurso de De la Rúa declarando el Estado de Sitio, mientras trataba de darle la última revisada a la versión en inglés de mi tesis de doctorado, que tenía que llegar el 21 de diciembre a Brighton para poder ser defendida en febrero siguiente. Oí los cacerolazos, bajé a ver cómo venía la mano, con la tesis abajo del brazo. Ya conté en algún lugar cómo esa pobre tesis estuvo a punto de alimentar la hoguera de una barricada en Perú y Avenida de Mayo.
Yo tenía un sólo objetivo: movido por la memoria del 16 de diciembre de 1982, me tomé de una valla en la Plaza de Mayo para tratar de entrar a la Casa Rosada (vean la foto, que ya nadie recuerda: también había estado ese día, gaseado y apaleado por la dictadura). En 2001, también me gasearon y apalearon en la Plaza , así que terminé en el Congreso, abrazado con Pablo de Marinis, parado en la escalinata dando por sentado que estábamos al borde de la revuelta final. Lástima que también nos cagaron a palos ahí, e hirieron de muerte a Jorge Cárdenas, que murió meses después. En el camino, recuerdo haber convencido a una señora, que no quería que rompiéramos nada, de que los bancos sí se podían, y se debían, romper. Bueno, no la convencí: la corrí un poquito.
Al día siguiente, volvimos, pero orgánicos, con la AGD, la Gremial docente de la UBA, tratando una y otra vez de llegar a la Plaza, con las radios en las orejas (¿celulares? ¿qué celulares?), bloqueados por Diagonal Norte, corriendo a cada carga seria de la cana, con decenas de compañeros que aún lo recuerdan, como Santiago Gándara o tantos otros. Recuerdo que alguien, por Corrientes, propuso saquear librerías, nuestra especialidad. Luego supimos que estaban matando gente cerca de allí. Supimos de la renuncia de De la Rúa, nos supimos corresponsables, triunfadores circunstanciales: lo habíamos echado. Dispersamos, desconcentramos, supusimos que estábamos al borde de algo groso.
Esa revuelta se fue esfumando, entre los errores propios y los aciertos ajenos. Las clases dominantes comprendieron demasiado rápido que se había llegado a un límite complicado; que había que ceder y recomponer, que primero Duhalde y luego Kirchner podían ser los modos de rearmar un modelo de acumulación al que todavía podían sacarle el jugo. Perdonen, queridos y queridas compañeras y compañeros que creen otra cosa, pero el ciclo K también fue la recomposición de un esquema de poder -cada vez me queda más claro. Ya que estamos chilenizades, recuerdo que muchos pedíamos, en enero de 2002, una Asamblea Constituyente. La revuelta chilena de 2019 la consiguió: nosotros no supimos obtenerla, y los grupos dominantes -el kirchnerismo fue una de sus herramientas- no estaban dispuestos a concederla.
Nos jodieron. Nos siguieron jodiendo. Seguimos pagando esos modos infinitos de jodernos, y sigue sin haber un solo preso por los 39 muertos de esos dos días. No, no estoy pesimista. Estoy, 20 años después, mientras la adrenalina de esos dos días me sigue corriendo por las venas, resignado a aceptar que nos jodieron y que, seguramente, nos volverán a joder, si tantos y tantas siguen creyendo que con los K «volvió la política como herramienta de transformación», como si los 39 muertos hubieran estado, esos dos días, asistiendo a una kermese. Veinte años después, y muy especialmente tras los últimos seis, sigo creyendo que esa fue una oportunidad traicionada por los mismos que hoy, mal que mal, la reivindican. Pasen lista y verán, a ambos lados de la presunta grieta, dónde estaban el 19 y 20 de diciembre muchos de aquellos y aquellas que hoy nos gobiernan, ficticiamente hoy oficialistas u opositores (Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich, Alberto o Aníbal Fernández). Eso no significa caer en el sonlomismismo ortodoxo, aunque sí, lo reconozco, en alguna de sus heterodoxias.Perdón, debe ser culpa del vino nocturno.