
El pasado 24 de marzo se cumplió un año de la explosión en la planta de Atanor, en la ciudad de San Nicolás, provincia de Buenos Aires; que dejó un saldo en contaminación que todavía no se ha podido magnificar. Atanor fabrica principalmente materiales para el agronegocio y está anclada en plena zona residencial de la ciudad. Una muestra, a nivel local, de la política continental de saqueo a como dé lugar.
En la madrugada del 24 de marzo del año pasado, un terrible explosión despertó a los vecinos del barrio Química y aledaños, en la zona este de la ciudad de San Nicolás. Luego de la explosión una nube de polvo cubrió toda la zona, obligando a cerrar puertas y ventanas- Con el paso de las horas se supo que lo que explotó fue un reactor de la empresa ATANOR, fabricante de agrotóxicos para el agronegocio; y que la nube era nada menos que cianurillo, un elemento altamente cancerígeno.
Miriam es vecina de Barrio Química y de esta forma relata el día de la explosión:
“Cuando tuvimos la última explosión el 24 de marzo del año pasado, que fue despertarte con un olor terriblemente ácido, con dolor en los ojos y garganta, y salir con esa explosión que parecía que se venía a una guerra, fue algo muy, muy, muy catastrófico. Más allá de que uno todos los días, a diario, siente el olor, pero ese 24 de marzo fue lo peor que pasamos. No sabíamos qué hacer, el mismo olor nos hacía meter adentro, una lluvia blanca, como un granizo que caía, que era la atrazina, y nos encerramos, tuvimos 72 horas encerradas, esperando que alguien nos trajera un vaso de agua. No sabíamos si tomar el agua, no tomarla, no podíamos salir a hacer mandados, completamente descompuesto, dolor de cabeza, la vista roja, el estómago, la garganta seca. Pues acá el señor intendente, que es el principal, que después pide votos a este barrio química, no puede venir, nunca vino acá. Nadie vino a preguntarnos cómo estábamos, no vino la policía, no vinieron los bomberos, nos dejaron desamparados totalmente”
En una primera etapa luego de la explosión, la fábrica fue cerrada y los vecinos retomaron una infructuosa lucha por lograr erradicarla del lugar. Sin embargo a los pocos meses de la explosión, con el empuje del gobierno Nacional y Municipal y apalancado en un informe ridículo, según los especialistas, la fábrica volvió a trabajar y consecuentemente a matar en cuotas.
Pero la lucha contra la fábrica no nació el día del “accidente”, sino que viene desde hace décadas. Porque los vecinos más cercanos a la planta saben de sobra que las consecuencias de este modo de producción se vive en los cuerpos y se cuenta en muertos. Guillermina es otra vecina, que viene peleando desde hace décadas, al comenzar a ver cómo el cáncer se llevaba las vidas de sus vecinos y familiares:
“Yo trabajé en ver qué pasaba en el barrio, por qué moría tanta gente. En mi familia murieron muchos, mis hermanos, mi padre, mi madre, la mayoría con cáncer, hemorragia digestiva, y no sabía de dónde venía todo el problema. El problema era el veneno, todos tenían veneno, no sabíamos de dónde venía el veneno. El vecino moría con cáncer, el de al lado, del otro lado de mi casa, toda la cuadra de Argerich (NdR: una de las calles del barrio), casi la mayoría se moría. De punta a punta de esa cuadra. En mi casa quedé yo sola, y nosotros éramos 21 en mi casa, y bueno, quedé sola. Yo llevé a mi hermana a mi casa con cáncer, la atendía en mi casa, porque tenía otra hermana más con cáncer, cáncer digestivo tenía la otra hermana. Entonces tenía que tener una en el comedor y una en la habitación. Las atendía a las dos, y de ahí me iba a atender a otros vecinos, también que tenían cáncer. Y así nomás me sumé, me sumé, y empecé a hacer una estadística a ver qué pasaba, de por qué morían de cáncer si no eran viejitos, eran jóvenes la gente que moría. Entonces yo digo: un día hacen la fiestita del Día del Niño en la plaza, y al otro día le largan veneno. ¿Cómo es esto? Le intoxican, los envenenan. Y los chicos, todos enfermos de los pulmones, riñones, se lastimaban mucho de la piel, las manos, las palmas de la mano, las piernas, se agarraban fiebre reumática que no podían jugar los chicos, se les endurecían las piernas. Porque los chicos les gusta jugar a la pelota, pero no podían jugar a la pelota porque tenían cáncer, cáncer en los huesos. Y los médicos del hospital se hacían los sordos. Porque nosotros les decíamos, en el barrio hay mucho veneno, en el barrio hay mucho veneno, por favor manden a alguien que se fije qué es lo que están trabajando, con la atrazina, con los plaguicidas que trabajan, con fumigicidas, todo es veneno lo que trabajan en el barrio. ¡No podemos estar muriendo así! A mi mamá se le cayó todo el pelo, quedó viejita, flaquita, la llevé a internar a Rosario, la recuperamos, se salvó, estuvo en terapia intensiva acá en la Unión Obrera (NdR: clínica del gremio UOM), me la llevé a mi casa, y bueno después con el tiempo ya murió, tenía cáncer, estaba toda tomada. Mi otra hermana era con cáncer digestivo, la otra tenía también hemorragia digestiva, mi papá tenía hemorragia digestiva también, y tenía una quinta también en el fondo de casa con fruta y todo eso y no podíamos comer porque la fruta estaba contaminada. Es una cosa dolorosa. Hay cosas que me olvido, pero tengo muchas acumuladas de la fábrica”.
Miriam también cuenta su padecimiento personal y su batalla por lograr la erradicación de Atanor:
“Mi lucha viene de hace muchos años, cerca de 40. Hoy puedo andar poco porque tengo medio riñón seco, gracias a Atanor. Ya voy por la segunda operación, me falta otra más o a lo mejor dos más, vamos a ver cómo sigue, porque lamentablemente, como siempre digo, la fábrica no fabrica chocolate, fabrica veneno, y eso al pasar de los años genera problemas en todas las partes del cuerpo, hasta que se pueden terminar en tumores… Y la palabra cáncer para nosotros es normal, y no tiene que ser normal. Los niños de la escuela, hay una escuela enfrente a la fábrica… ATANOR, para mí, yo te digo reubicación como para quedar bien con alguien, como para que se la lleven y se vaya la puta madre que los re parió. ¡Yo quiero que se vaya, no reubicarse, que se vaya, que me deje de envenenar! ¡No somos forro de ningún país, nosotros tenemos derechos de vivir, porque si en tantos países lo rechazan, ¿por qué Argentina tiene que tragarse todo este veneno? ¿Por qué tiene que ser así?!”
A un año de aquella trágica madrugada, los vecinos del barrios se juntaron en la plaza para reiniciar la pelea por la erradicación de la planta, hasta ese lugar llegaron también Guillermo Folguera, biólogo y filósofo, investigador del CONICET, docente UBA, Paula Blois antropóloga y coautora del libro Veneno junto con Guillermo, Esteban Rodriguez, antropólogo y técnico en conservación y Anabel Pomar, periodista y activista ambiental, todos ellos integrantes del grupo Ciencias, Ambientes y Territorios.
Con ellos y ellas, hicimos una entrevista que compartimos a continuación.
Borrador Definitivo: ¿Qué evaluación están haciendo de lo que se ha vivido esta tarde aquí?
Pula Blois: La verdad es que yo siento que es positivo, un encuentro hermoso. Veníamos un poco sin saber qué iba a pasar y pasó algo hermoso, un encuentro donde hablaron los vecinos con sus testimonios desgarradores y lo que se buscaba un poco es reactivar algo que venía adormecido. Me parece que este es el sentido, además del encuentro y del intercambio y me parece que esto sigue y continúa y continuará, me parece es el reinicio de algo.
Esteban Rodríguez: También está claro, escuchando los testimonios de las personas, leyendo los informes técnicos que se han hecho de instituciones oficiales y demás, está claro que mantener una planta produciendo venenos y matando gente, sólo se logra a través de la opresión, de quitar voz, de quitar legitimidad a la voz de las personas que viven en carne propia los efectos de una planta contaminante como Atanor y que sólo de esa manera se puede torcer una voluntad de masas, y que hay que organizarse para dar vuelta esta realidad.
Guillermo Folguera: Lo que escuchan atrás es música (NdR: mientras se desarrollaba esta entrevista, la actividad seguía con un festival artístico) y a lo que fueron los testimonios brutales y que acompañó un poema que la querida Anabel Pomar articulaba con las palabras de personas que han sido víctimas directas de esta monstruosidad llamada Atanor, le está acompañando la música. Y valga entonces la reflexión y quedarnos ahí pensando, que será también desde la alegría y el baile que podamos caminar hacia un mundo distinto.
Anabel Pomar: Coincido con algunas cosas que venían diciendo los compañeros y compañeras, la verdad que es un encuentro muy movilizante, porque siempre moviliza el ver personas tan rotas, tan atravesadas por los dolores, porque eso es lo que queda claro en estos encuentros, que es lo que los vecinos saben que los están enfermando, los están matando. Entonces estamos hablando de historias de vidas robadas, de gente rota, que a pesar de eso junta los pedazos y transforma ese dolor en agruparse y pasar a la acción para frenar lo que tiene que ser frenado. Que funcione esta planta acá es realmente inadmisible y sólo es posible por la complicidad de nación, provincia y el municipio, que están dándole la espalda a los vecinos, pero sobre todo están permitiendo que este ecocidio se perpetúe. Así que me parece importante eso de que la gente se junte para reclamar lo que es su derecho a vivir sanamente, saludable, en un ambiente libre de cualquier tipo de venenos.
BD: Desde hace un tiempo está claro que el veneno mata en el lugar donde se produce, en el traslado hacia el lugar donde se va a aplicar y en el lugar en que se aplica; y después en el agua que tomamos todos, en el aire que respiramos, o sea mata en todo el ciclo. Acá sobrevuela la idea de que esta planta no tiene que estar acá, la pregunta que me parece que también empezó a dar vuelta acá es ¿tiene que estar en algún otro lado?
PB: La respuesta primera es no, no tiene que haber fábricas de veneno para el agronegocio. Es algo que no puede ser, ¿en qué cabeza cabe producir con veneno, producir plantas con veneno? Bueno, está todo hecho para ganar plata, es un negocio, es un negocio de unos pocos que cuesta la vida de miles y nos cuesta. En realidad nosotros ahora estamos en San Nicolás y acá hay una problemática particular, pero lo que vos decías recién, todos estamos atravesados por estas lógicas del agronegocio, todos tomamos veneno, comemos alimentos con veneno, respiramos veneno, llueve veneno en todos los lugares. No tiene que haber fábricas de veneno para el agronegocio, estamos de acuerdo en eso. Ahora la cuestión es ¿qué hacemos para que no haya? y ¿qué hacemos una vez que no haya agronegocio? porque también, recién hablábamos del trabajo, porque hay algo acá, que ocurre en todas las localidades donde hay plantas que “dan trabajo”. Ahí aparece algo que se llama contaminación social, porque aparece el quiebre, incluso en las familias, el tema laboral y la subsistencia. Bueno eso es algo que es complejo pero que hay que empezar a replantear, justamente para construir eso que no está.
GF: En estos días hablábamos con compañeros, compañeras, vecinos, vecinas de Venado Tuerto, no tan lejos de acá. Y hablábamos justamente de eso a partir de un proyecto que hay de reciclaje de plásticos para hacer ladrillos, muy probablemente vinculado con intentos de hacer vivienda para gente de pocos recursos y muy probablemente también con la idea de reciclar, entre comillas, bidones que tienen agrotóxicos. Y hablaban justamente eso, decían bueno no en zonas residenciales y se preguntaban entonces dónde, aparecía la idea de lo mismo, de otra vez enfrente de las comunidades más empobrecidas, en este caso de Venado Tuerto, y otra vez la reflexión similar que nos atravesó todo el día de hoy con Atanor, que es no puede haber territorios y cuerpos de sacrificio, tiene que haber una negación, no hay patios traseros, no hay lugares donde estos proyectos son admisibles. Yo creo que enfatizar eso es fundamental y lejos de quitarnos chances, significa comprender que acá no hay salvaciones individuales.
BD: ¿Qué cambios o avances ven en la política extractivista, a partir de la aprobación del RIGI?
ER: No sé si ya, al menos yo no lo noto concretándose ahora mismo, me parece muy reciente. Sin embargo sí a mí me interesa cómo es que, de repente, pasamos a pensar en que medidas como el RIGI pueden generar algún beneficio, qué pasa en las cabezas de los dirigentes o qué pasa con la población que empieza a creer en esas medidas, en esas salidas mentirosas. Es interesante que otros gobiernos que antecedieron al actual y que también tuvieron la política de convertir a Argentina en un proveedor de materias primas para el mundo, desde 1880 en adelante, con la famosa generación del 80, pero incluso muchos gobiernos progresistas han entregado el país, pero escondiéndolo, o tratando de maquillarlo. Hoy la entrega se convierte en un valor positivo, eso es lo sorprendente, y a partir de la entrega transformada en un valor positivo se consigue, o se busca conseguir adhesión ¿Cómo vemos que se va manifestando hoy en día? Yo creo que en cómo se está ofreciendo abiertamente al país en el mundo, que también se lo ha hecho en el pasado, con esa idea que por ejemplo esta en los postulados de la generación del 80. Supongo que las consecuencias van a empezar a llegar muy prontamente.
BD: ¿Cómo se entiende que hoy Atanor esté produciendo en base a una evaluación hecha por el Conicet, una institución que tiene cierto prestigio?
AP: Me meto a responder yo, que soy la única del grupo que no vengo de la ciencia. Si está abierta es porque la provincia permitió que abriera y el municipio lo avaló. Que hayan apoyado esa decisión en un informe del CONICET, que cualquier persona lo puede leer y lo va a entender, porque realmente en algún punto tiene una sencillez para la idiotez increíble. Hacía tiempo que no me pasaba, realmente es un insulto. Yo trabajo de periodista ambiental, leo muchísimos informes, muchísimos trabajos y ese informe es un insulto al sentido común.
ER: Y luego también, ¿qué rol cumplen las ciencias acallando otras voces? Que eso ha sido instrumentalizado históricamente y se lo está haciendo ahora también.
BD: Acá la pregunta es, ¿ciencia para qué?
PB: ¿O por qué tenemos que andar midiendo riesgos cuando ya sabemos? En realidad escuchamos unos testimonios terribles de personas, que se le ha muerto toda la familia de cáncer y viene un químico a medir no sé qué cosas en ese informe. Que además es lo que decía Anabel: le dedican no sé cuántos párrafos a los afluentes cloacales y luego un párrafo a que la solución es plantar arbolitos y entrenar más frecuentemente a los operadores. Es una ridiculez y una falta de respeto y una falta de sentido común. Sí, ¿ciencia para qué? ¿Ciencia para quién? No es todo el CONICET, no. Estamos en un momento donde justamente el CONICET está siendo desfinanciado, pero uno empieza a hacerse las preguntas, ¿qué está haciendo el CONICET? No podemos generalizar así, pero hay que poner en discusión eso.
ER: Y también que cuando se desfinancia la ciencia, las primeras líneas de investigación que se desfinancian son las críticas, ¿no? Esas que están en servicio de lo empresarial o de los intereses empresariales no se desfinancian, ahí está el problema. Porque por ejemplo, de vuelta, yendo a los informes, que las personas entrevistadas por la gente del CONICET que elaboró el informe sean presidentes barriales que están puestos por el intendente, uno haya sido gerente de Atanor; y demás, no es casual que se haya entrevistado luego a las personas señaladas por estos presidentes barriales, tampoco es casual.
PB: Y que, la conclusión de los antropólogos en ese relevamiento de “percepción de riesgo” es que: hay algunas personas que están de acuerdo y algunas personas que están de desacuerdo. Es ridículo, ¿realmente le dedican páginas para llegar a esa conclusión?, es ofensivo.
BD: Ustedes que están en contacto con el territorio y con las personas que se organizan en todo el país, ¿qué se percibe a partir de este nuevo gobierno?, que no sólo es un negacionista del cambio climático, de la importancia que tiene a nivel social la contaminación, que se atrevió a decir que cree que la empresa tiene que contaminar todo lo que pueda y quiera y que no hay problema porque eso lo va a regular el mercado, sino que además es un gobierno que ya se ha demostrado que es profundamente represivo, ha demostrado que va a fondo con todo.
GF: A los poquitos semanas, meses, de ganado de este gobierno actual nacional, se descubrió o se terminó de evidenciar que el núcleo de este proyecto es un proyecto extractivista y el RIGI, de alguna manera, patentaba ese proyecto. Entender esto y luego ir a lo largo y ancho del territorio, significa comprender mucho de lo que estamos viviendo. Aquí con nosotros está Carla Wichman de Tierra del Fuego. Y con Carla estuvimos hace unas semanas en una empresa, fábrica -Anabel nos decía no usar esas palabras, pero ¿cuál será la palabra correcta?- que es Tecnomil. Tecnomil es una especie de clon de Atanor, pero en este caso de Río Grande, que importa la materia prima con la cual se termina haciendo la atrazina desde China, lo fabrica contaminando Río Grande, lo sube a los camiones, pasa la frontera hacia Chile y vuelve hacia Argentina por tierra, y va miles de kilómetros hacia el centro del país. Esa locura es un proyecto evidentemente de pensar al país como territorio de despojo. Creo que es clave entender la naturaleza y comprender de vuelta que no hay problemas locales sino que hay un entretejido de ofrecer el territorio, en este caso argentino y latinoamericano, para las grandes corporaciones.
BD: Quizás como cierre, pero creo que necesitaríamos hacer todo un estudio filosófico ¿por qué será que nos han convencido que vivimos un presente eterno, que no tenemos futuro y nos convencen que eso es el progreso? ¿Hay alguna explicación para eso?
AP: A mí se me ocurre, tomando lo que vos decís, cómo no revelarnos contra eso, más que seguir empeñados en tratar de explicar el por qué pasó eso, es empezar a organizar para revelarnos contra eso.
ER: Hay gente que desde la antropología dice que el progreso hoy en día es como un dogma y que oponerse a él te convierte en un hereje, porque claro nos atraviesa, entonces pareciera que estamos dispuestos a, como decía Guillermo, dejar de lado un montón de aspiraciones o necesidades más elementales en pos del progreso.