Reproducimos esta interesante nota, que nos fuera recomendada por uno de nuestros lectores, a quien agradecemos. Fue publicada el 15/09/2021 en la página española infoLibre. contacta@infolibre.es / @_infolibre
Carmen San José y Luis M. Sáenz
1. El retorno del poder talibán a Afganistán es un acontecimiento terrible. Una derrota de las mujeres y niñas afganas ante la expresión más brutal de la opresión patriarcal. Es una derrota de la Humanidad. El mundo se ha hecho peor. El cierre atropellado del paréntesis 2001-2021, en el que no se garantizaron los derechos de las mujeres ni se pusieron bases para una consolidación democratizadora, lleva a una situación aún mucho peor, hace más fuertes a los talibanes, los hará más agresivos y ampliará su capacidad de influencia y la de otras corrientes cuyo fascismo patriarcal-teocrático va bastante más lejos incluso que el cruel fundamentalismo patriarcal de estados como Arabia Saudí o Qatar. También fortalecerá la ofensiva neomachista que recorre el mundo si no les hacemos frente.
2. La tragedia afgana expresa el patriarcado en sus formas más extremas y crueles. Sin ignorar otros factores, lo absolutamente prioritario es entender que lo que ocurre en Afganistán bajo dominio talibán es una expresión, singular por lo extremo de su barbarie, del sistema de dominación patriarcal. La situación de las mujeres bajo los talibanes durante 1996-2001 fue un esclavismo patriarcal peor que muchas situaciones históricas explícitamente esclavistas. Esa violencia extrema contra las mujeres afganas es un crimen contra la humanidad, como pudieran serlo el Holocausto nazi, el Gulag estalinista, las bombas atómicas estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki, el genocidio congoleño bajo el reinado de Leopoldo II de Bélgica o los «campos de la muerte» en la Camboya de Pol Pot. Y ahora retorna a Afganistán con la misma violencia, con riesgo de feminicidio agravado para las mujeres que entre 2001 y 2021 han trabajado, estudiado, se han despojado del burka, salido solas a la calle, actuado política o socialmente, hecho deporte o música, reivindicado los muchos derechos de las mujeres que seguían pendientes, o que están solteras o viudas… Gravísimo riesgo también para las personas LGTBIQ+. En esencia, es barbarie patriarcal hecha sistema político y social, no un conflicto geopolítico, «cultural» o religioso. No es geopolítico, como creen quienes ven algo bueno en una supuesta «derrota del imperialismo». No es «cultural», como dicen los racistas que aluden a un «choque de civilizaciones» para desviar la atención de una violencia machista cuya existencia niegan. No es religioso, como pretextan los talibanes contra el sentir de la mayoría de la población musulmana. Es la expresión extrema del patriarcado, pero no una «expresión más», sino una expresión tan singular en relación al patriarcado como el Holocausto lo fue respecto al antisemitismo.
3. Las mujeres afganas y los hombres aliados con ellas han asombrado al mundo con sus primeras y aún persistentes resistencias, explícitas o de fuga. Las mujeres y los hombres que se han jugado la vida con sus declaraciones o saliendo a la calle con la bandera negra, roja y verde, resignificándola: un lugar en el que la mitad de la población es esclava de la otra mitad nunca será país o nación.
Hay signos de que la repulsa social al dominio talibán es más profunda y extensa que durante 1996-2001, aunque en 2021 los talibanes no hayan encontrado resistencia armada, salvo en Panjshir, mientras que en 1996 alcanzaron el poder guerreando desde 1994 con otros señores de la guerra. La resistencia actual es la de quienes no quieren volver a ser «sombras» invisibilizadas, sin voz, esclavas domésticas y sexuales desde niñas. Su coraje rompe la resignación ante el horror talibán y ante el esclavismo patriarcal. Nos dice que solo las mujeres pueden ser el alma de la resistencia y que solo ellas pueden hacer de Afganistán un país vivible. Será difícil, la opresión talibán las encierra y somete a vigilancia permanente, pero solo ellas, con sus aliados hombres, que los hay aunque quizá sean minoría, pueden dar un futuro mejor a Afganistán. Los cambios constitucionales y legales producidos tras el derrocamiento talibán en 2001 por la Alianza del Norte y la «coalición internacional» fueron insuficientes, con frecuencia papel mojado, pero dieron espacio para que, aunque no en todo el territorio ni en todos los «hogares», ni sin riesgos, hubiera niñas, muchachas y mujeres que pudieron estudiar, mujeres que pudieron trabajar, o desplazarse solas o junto a otras mujeres, participar, dirigir y crear organizaciones sociales, reunirse, ir sin burka, vivir solas, ser músicas o deportistas, etc. Eso, aprovechando los márgenes que dejaba la nueva situación, fue muy valioso –pese a su alcance limitado– y generó mentalidades diferentes. Las resistencias activas o pasivas que se han producido en estos días tienen que ver con esas experiencias de vida, que en 1996-2001 eran imposibles y que han vuelto a serlo. Fueron semillas de futuro que abrieron los caminos de resistencia que hoy nos asombran. No las plantaron los presidentes de EEUU ni la OTAN ni sus aliados afganos, que poco se preocuparon por las mujeres o los derechos democráticos, sino las mujeres, aprovechando los «beneficios colaterales», los «intersticios» dejados por la derrota talibán, aunque la intervención mantenida durante 20 años fuera hecha con otras intenciones.
Muchas mujeres afganas venían diciendo que la alianza entre la «coalición internacional» y señores de la guerra no estaba creando las bases para un Afganistán democrático y para ampliar, extender y consolidar una mejora de la situación de las mujeres; poco caso se les hizo, y tampoco ahora cuando gritan al mundo ¡sí, pese a lo mal que seguíamos siendo tratadas, tenemos muchísimo que perder con el retorno de los talibanes! Denuncian por tanto este tipo de retirada, no porque esperasen que nadie fuese a salvarlas, sino porque necesitaban más tiempo sin talibanes en el poder para organizarse, prepararse y poder salvarse a sí mismas, porque ha sido una retirada en la que se ha despreciado el futuro inmediato de todas las mujeres afganas y de muchos hombres. Malalai Joya fue diputada en la Asamblea Nacional de Afganistán entre 2005 y 2007, siendo expulsada de ella por haber denunciado que en sus escaños se sentaban criminales de guerra, y ha sido siempre radicalmente crítica con la presencia de tropas de EEUU en el país, pero eso no ha impedido que, en declaraciones a una revista alemana el 13 de agosto, señalase lo evidente: «Los talibanes avanzan. Para la gente común, especialmente para las mujeres, esto significa aún más sufrimiento. Las personas progresistas como yo están más en peligro que nunca«. Si bien la actuación de los gobernantes de EEUU y de sus aliados afganos durante 2001-2021 nunca mereció apoyo político y generó sufrimiento y muertes, ahora es necesario decir claramente que la retirada acordada por Trump con el talibán en Doha y ejecutada por Biden ha sido una canallada. Resulta paradójico que quienes más «anti-imperialistas» se proclaman eludan decir esto, que teman decir que el Afganistán talibán 2ª época será mucho peor que el Afganistán 2001-2021. Esta retirada no recuerda a la de Vietnam en 1975, sino a la de los cascos azules instalados en Srebrenica en 1995: tras desarmar a la población bosnia, con promesa de protección, la dejaron en manos del nacional-estalinismo serbio, que ejecutó a sangre fría a no menos de 8.000 personas.
4. «No le importamos a nadie», dice una joven, a cara descubierta y desde Kabul. La retirada de las tropas de EEUU y de la misión Resolute Support de la OTAN deriva del «Acuerdo para traer la paz» del 29/2/2020 entre Trump –sin contar con los «socios» afganos– y el talibán. El único compromiso talibán fue «no permitir que el territorio afgano fuese utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenazaran la seguridad de EEUU»; ese acuerdo lo ha ejecutado Biden, que ha reconocido que EEUU no entró en Afganistán para llevar democracia o derechos de las mujeres. Los gobernantes de Rusia y China dan apoyo a los talibanes, a los que quieren incluir en su área de influencia como grandes potencias, además de disponer de acceso a los minerales afganos sin explotar. Los gobernantes de Arabia Saudí y Pakistán nunca han dejado de ser socios de los talibanes. No es mucho lo que puede esperarse de la «comunidad internacional». La solidaridad con las mujeres afganas será la que demos las personas comunes y las organizaciones sociales del mundo; nos toca demostrar que sí nos importan las mujeres afganas.
En España la tarea es articular una solidaridad persistente con las mujeres y con sus derechos. Nos sentimos impotentes ante tanta maldad, la ministra Robles ha dicho «impotencia» y «frustración». Sin embargo, la respuesta es «hacer» aunque parezca poco. Hacer, como las mujeres que lanzaron manifiestos reclamando acogida y refugio para el éxodo afgano o convocando movilizaciones en varias de nuestras ciudades, o quienes han recogido ropa y comida en Rota, o han asumido riesgos personales –por oficio, por decisión o por ambas cosas– para sacar de Afganistán a personas amenazadas o para informar de lo que allí ocurre. Toca dar continuidad y persistencia a esa solidaridad, que va de la mano con la lucha por la igualdad aquí: el que en Afganistán sea mucho peor no quita la necesidad de enfrentarse a la ofensiva neomachista en España y en el mundo, y el que aquí también haya discriminación de las mujeres no reduce la extrema gravedad de lo que pasa en Afganistán y conviene cuidarse de analogías frívolas como las que se hacen entre burka y maquillaje.
- Exijamos la acogida como refugiadas en España y en la UE de las personas que huyan de Afganistán, pidamos la creación de corredores humanitarios seguros. Muchas personas quieren escapar de Afganistán. No dejemos que se les abandone y maltrate en nuestro nombre, como se ha hecho con el éxodo sirio y como harían ahora políticas de Estado que se dirijan a cerrar las fronteras europeas al éxodo afgano, encerrarle en campos o hacerle sufrir abusos en Turquía o Pakistán. Hay un básico deber de socorro.
- Fomentemos la sensibilización social ante el martirio de las mujeres afganas, el apoyo a su resistencia y denunciemos al régimen talibán, un horror duradero. Tenemos que exigir a las instituciones políticas españolas y de la Unión Europea el no reconocimiento del gobierno talibán por España y por los estados de la UE, así como el que la ONU no permita que delegados del gobierno talibán se personen como representantes de Afganistán en ella.
- Podemos hacer muchas cosas por Afganistán, lo difícil es hacerlas en soledad. Debemos agruparnos en grupos o comités o espacios o colectivos o plataformas de apoyo a las mujeres afganas, como tarea persistente, a mantener por meses y quizá años, creando herramientas de información y difusión sobre lo que ocurre allí, redes virtuales y presenciales, construyendo solidaridad efectiva sobre el terreno.
- Promovamos la coordinación internacional de la solidaridad con las mujeres afganas y sigamos con atención iniciativas para ello. El feminismo mundial, con gran experiencia en acciones transnacionales, puede contribuir decisivamente. La dimensión transnacional de la solidaridad con las mujeres afganas puede ser esencial para romper los planes de la «geopolítica» (aspavientos ahora y luego olvido), bloquear toda connivencia con el gobierno talibán, aliviar en algún grado las condiciones padecidas por las mujeres afganas y ayudar a que su resistencia se sostenga, crezca y lleve a un Afganistán mejor.
5. Dejamos para otro momento evaluar las influencias y consecuencias geopolíticas de lo ocurrido, pero no sin decir que el retorno talibán NO tiene ni una brizna de positivo. Los poderes de EEUU han perdido prestigio e influencia en beneficio de Rusia y China, sin derrota militar y sin gran oposición interna a la presencia en Afganistán. Las decisiones de Trump y Biden al respecto han dañado el prestigio interno y externo de EEUU, pero las tomaron conscientemente y sin más plan que el de largarse caiga quien caiga. Eso no es intranscendente, como no lo es evaluar cómo la invasión de la URSS (1979-1989), las complicidades de la Administración de EEUU con fundamentalistas y lo ocurrido en el periodo 2001-2021 en Afganistán han favorecido el desarrollo talibán o su retorno. Ahora bien, no hay nada que celebrar ni hay que supeditarse a la geopolítica de ninguna potencia capitalista, sea EEUU, China o Rusia. China y Rusia, junto a Pakistán y Arabia Saudí, están actuando como padrinos de los talibanes, de los que son valedores en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que no anuncia nada bueno.
En todo caso, la prioridad es la solidaridad con las mujeres afganas, eso es lo que tiene que unirnos.