Cuando se cumplen 19 años de la Masacre de Avellaneda, cuando la policía, bajo las órdenes de Duhalde, se llevó las vidas de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, dos representantes de esa juventud rebelde y militante que creció durante el menemismo y salió a la luz en las luchas de diciembre del 2001 y 2002, compartimos algunos testimonios, para mantener viva la memoria y el reclamo de justicia hacia los responsables políticos de sus muertes.
Extractos del libro: “Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo”, de Ariel Hendler, Mariano Pacheco y Juan Rey, Buenos Aires, 2007, Grupo Editorial Planeta.
Darío Santillán
Desde ese mismo día, Maxi Giménez y Darío Santillán empezaron a construir casi de inmediato una relación de camaradería y aprecio. Para la segunda asamblea, los dos volantearon todo el barrio invitando, sobre todo, a los más jóvenes. Maxi había leído que existían alrededor de medio millón de chicos de entre dieciocho y veinticinco años sin trabajo, sin estudio y sin posibilidad de progreso… Muchos de ellos empezaron a participar, se integraron y algunos nunca se alejaron del movimiento. De hecho, ese sector de jóvenes sin futuro llegó a ser uno de los más dinámicos. El otro, sin duda, fue y es el de las señoras, las “doñas”.
(…) Desde el primer momento empezaron a notarse las diferencias, las particularidades de los dos referentes: más razonador e intelectual uno, más impulsivo y con más carácter el otro. En lo que más coincidían era en la idea de lo “asambleario”, porque a pesar de que Darío tenía un liderazgo fuerte, no era un jefe, sencillamente porque o había jefes en ese organización. En la asamblea cualquiera podía disentir con lo que planteaban los compañeros más activos, pero, de todas formas, la palabra del cabezón se escuchaba mucho, más que la de cualquier otro…
“Darío tenía una relación especial con la gente. Si vos no ibas a las asambleas, él iba a visitarte, a tomar mate con vos, a charlar. Nunca se olvidaba de nadie –cuenta Yolanda, una de las vecinas que se sumaron al movimiento-. Nosotros sabíamos que si Darío estaba en una asamblea, estaba todo bien. Él decía lo que nosotros queríamos decir, nos interpretaba. Era alguien a quien jamás lo ibas a escuchar quejarse de algo. Además te animaba todo el tiempo para que hablaras en la asamblea, eso era algo extraordinario de él. Así formó absolutamente a todos, desde viejas, hasta pibes”.
Maximiliano Kosteki
Vicky cuenta que un día Darío fue a Glew y les contó que el MTD de Almirante Brown había decidido entregarles solidariamente diez Planes Trabajar que habían conseguido para Don Orione como una manera de alentar el desarrollo del movimiento en el distrito contiguo.
(…) Dos años después, a principios de 2002, entre dos familias armaron el MTD de Guernica, que funcionaba en la casa de Vicky. El 1º de mayo fueron todos al acto por el día del trabajador en la Plaza de Mayo, y en el andén de la Estación Glew, donde tenían que cambiar de tren para tomar el eléctrico, se les acercó Maxi (Kosteki) y les preguntó con toda naturalidad quiénes eran y a dónde iban. Se entusiasmó y fue él también. Esa tarde, sentado en la plaza, Maxi sacó papel y lápiz de su mochila y dibujó un ángel piquetero. En los cincuenta y seis días que le quedaban de vida jamás se separó de ellos…
“Era una persona pausada en todo sentido, un tipo bien ‘antisistema’. Hacía teatro, malabares, capoeira y era artista plástico. Podía vivir sin un centavo y usaba ropa grande de su hermano mayor fallecido para no gastar dinero”, lo recuerda Vicky.
Alto y delgado, los pantalones demasiado grandes atados a la cintura era su look inconfundible.
(…) Maxi empezó a participar los sábados y domingos en el comedor infantil. Un día donó un tanque de metal que tenía en su casa para hacer un horno comunitario… También les enseñaba todas sus habilidades a los chicos, y así los entretenía en las marchas y piquetes, cuestión nada menor. Cuando fueron a La Plata, comenzó a llover fuerte mientras ellos esperaban una respuesta por parte de los funcionarios. En ese momento, Maxi hizo barquitos de papel para que los chicos los hicieran navegar por las canaletas.
El 26 de junio, Maxi no estaba destinado al grupo de seguridad, pero se sumó ahí mismo, en la estación, cuando todos los MTD pidieron voluntarios para reforzar la cabecera. Dos de los que se ofrecieron fueron Darío y Maxi…
(…) Un compañero le prestó a Darío un bufanda gris, tipo escocesa, y otro más, un caño común que no era en absoluto el palo con un gancho de metal en la punta que, después de la tragedia, iba a ser examinado en algunos programas de televisión como si fuera un arma nuclear…
Minutos después, Darío y Maxi estuvieron entre los que aguantaron la primera embestida de la policía, en la cuadra del Bingo: una foto los muestra muy cerca uno de otro, ambos de espaldas, observado la nube de gases de fondo.