Reproducimos aquí este texto de Laura Marrone. Laura es ex-presa politica y exilada durante la dictadura militar por su militancia antidiactatorial en las filas del PST ( Partido Socialista de los Trabajadores). Es una apasionada docente de por vida y es dirigenta de I.S. ( Izquierda Socialista), por la cual fue legisladora en CABA.
Corría 1978 y Argentina se preparaba para ser la sede del Mundial de futbol. Lo supimos meses antes porque se llevaron compañeras del penal de Devoto. Un frío corrió por nuestras espaldas. ¿A dónde? ¿Para qué?. Éramos unas 800 presas políticas de la dictadura militar, distribuidas en dos edificios, uno de 3 pisos con hasta 7 pabellones y otro de 8 pisos con alrededor de 20 celulares. En los pabellones cabían hasta 30 detenidas. En los celulares, 4 por cada uno en un espacio de 3×2,50 m, con letrina incluida. Allí estábamos encerradas las 24 hs salvo 1 hora de recreo en el patio.
Las compañeras del ERP y Montoneros decían que estaban vaciando los campos de concentración y que se las llevaban de rehenes por si la guerrilla cometía alguna acción durante el Mundial. Entonces, jarrearon para denunciar lo que estaba ocurriendo. Jarrear era golpear las rejas con los jarros de metal, único recipiente para contener líquidos que teníamos, para que el ruido llamara la atención afuera y las familias y el barrio supieran que pasaba algo. El resultado fue la sanción: 15 días sin comunicación con el exterior. No sé si las familias supieron lo que pasaba y los nombres de las que se llevaron.
Esa semana me llamaron de Tribunales para ampliar mi declaración por un Habeas Corpus que había presentado reclamando por mi libertad. Como entonces la dictadura desaparecía a les abogades que se animaban a levantar su voz frente a las desapariciones y los encarcelamientos, una compañera, que era abogada, nos enseñó a presentar nuestros propios Habeas Corpus. Una originalidad. Fui una de las primeras en ser convocada a declarar. La primera vez en dos años. Recuerdo que me tocó un juez llamado Sarmiento. A su secretario le declaré lo que estaba ocurriendo en Devoto como ampliación de mi denuncia.
A los pocos días me volvieron a convocar a Tribunales. Cuando estaba en la celda de detenidos, en Talcahuano, abrieron la puerta y se presentaron 4 o 5 señores, de traje, hombres mayores. No dijeron quienes eran. Me preguntaron por lo que había denunciado. Conté todo lo que sabía. Que temíamos que fueran rehenes durante el Mundial y que corrían peligro de vida. Luego alguien me dijo que era la Corte Suprema de Justicia de ese momento. No supe nada más.
Al poco tiempo, las compañeras fueron devueltas al penal. Vino el Mundial. No teníamos radio, ni televisión, ni teléfonos, ni diarios para saber qué estaba pasando afuera. Pero imaginábamos lo que estaría ocurriendo en la calle, en las casas de nuestras familias: pasión por el futbol. Yo no era futbolera, pero mis compañeras me contagiaban. Queríamos saber cómo iba la selección. Sentirnos parte de la alegría de afuera. Entonces una celadora, de esas que siempre se quebraban por nuestra situación, le pasaba los goles a la primera celda del celular. Luego esa celda, por sistema Morse, golpeando el metal de la cama amurada a la pared, con una birome, trasmitía el mensaje. Un golpe seco era el punto, una raya era la línea del Morse. Este código usa una combinación de rayas y puntos para identificar las letras. Así el resultado iba pasando por todo el penal: ¡Gol de Argentina! Y a medida que corrían los golpecitos, iban exclamando las celdas a coro, ¡Viva!
Con los años supimos que efectivamente para el Mundial muchos campos de concentración fueron vaciados y compañeres fueron tirados al mar o calcinados en algún campo. Entonces sentí culpa por nuestra alegría aquella vez.
En este Mundial renació en mi ese sentimiento contradictorio frente a la alegría del triunfo de nuestra selección. La corrupción de la FIFA y parlamentarios europeos hoy denunciada públicamente, los negociados de las empresas multinacionales para aprovechar la popularidad de la selección desvirtuando al deporte mismo, la represión del obsceno régimen de Qatar contra los trabajadores inmigrantes y nativos que construyeron los estadios, merecieron la crítica de muchos, incluso algunos negándose a asistir.
Sin embargo, muchas muestras de humanidad han recorrido este Mundial y señalaron que es posible compartir la pasión por este deporte junto a quienes, como gladiadores del siglo XXI, se batieron en el campo de juego. Muchachos con historias de vida sacrificadas, venidas desde abajo, que la pelearon junto a sus familias por llegar a este triunfo.
Me refiero a las manos de los jugadores alemanes que se taparon la boca a la hora de las fotos para denunciar la censura del régimen qatarí y la genuglexión de la FIFA ante ellos, que no permitió que se portaran insignias que reivindicaban la igualdad de la diversidad de géneros, que en ese país penan con cárcel y muerte. A los marroquíes que durante los partidos de su selección levantaron una y otra vez la bandera de Palestina en sus tribunas y calles de Rabat reclamando contra el régimen de apartheid que condena al pueblo palestino hace 70 años. A las bocas cerradas de los jugadores iraníes que se negaron a cantar el himno de su país, en señal de repudio a la represión del régimen de los ayatolas que está reprimiendo y matando a quienes ganan las calles reclamando el cese de la obligación de portar el velo a las mujeres y que se les brinde el derecho a la igualdad. Jugadores que hoy están amenazados con la pena de muerte.
No sé si hubo voces que se levantaron para exigir el cese de la invasión de Rusia a Ucrania o los bombardeos de Arabia saudita contra el pueblo yemení. Pero más allá de las selecciones e incluso de los gobiernos, las hinchadas del mundo expresaron sus simpatías contra las potencias que los explotaron y oprimieron a lo largo de la historia, como si el Mundial reviviera los sentimientos que parecían dormidos: Los bengalíes apoyaron a los argentinos por la memoria de la mano de dios contra los ingleses, los árabes a los marroquíes contra los franceses y los españoles que los colonizaron, los argentinos cantaron que no olvidarían los chicos de Malvinas, y corearon que «el que no salta es un inglés». Todo lo que estuvo y lo que faltó, y que nos congregó alrededor de este evento, nos reflejó como humanidad en el todo el planeta, con sus miserias, luchas y esperanzas.
Me hubiera gustado que nuestros jugadores portaran algún reclamo por la libertad de las presas mapuches y su derecho a la tierra de la que son originarias. Todavía hay tiempo.
Viví los goles de la selección y salí a festejar como millones de mi país, conectados con miles de millones en el mundo que vivieron y disfrutaron de este espectáculo. Se puede. Que los de arriba no nos quiten la alegría por esta pasión y sigamos denunciando todo lo que haya que denunciar.
Este martes, salgo con la foto de Amir, colgada del pecho, reclamando porque se anule las penas de muerte de los jugadores en Irán. En la espalda, otra, por la libertad de las presas mapuches. Y gritaré junto a la selección y los pueblos que habitan el territorio argentino:
“NOS VOLVIMOS A ILUSIONAR”.
Laura Marrone. Buenos Aires, 19 de diciembre de 2022
Nota Original: Laura Marrone