“Las sentencias de muerte tienen el doble castigo, el de quitarle la vida al acusado y el de doblegar a la sociedad subestimándolos al castigo del miedo”.
Adriana Briff
El futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, de 26 años, fue condenado a muerte por haberse sumado a la rebelión de su pueblo contra el régimen fundamentalista, ultra reaccionario y patriarcal de Khamenei, después de la muerte de Mahsa Amini, una joven que falleció tras ser detenida por la Policía de la Moral por infringir el estricto código de vestimenta que deben respetar las mujeres en Irán.
La condena se dictó en un juicio sumario, sin posibilidad de defensa alguna y con la acusación de «enemistad con Dios”, por la cual han sido ejecutados ya varios manifestantes. Sabeemos que la verdadera razón detrás de estos crímenes es que los y las jóvenes movilizados son la demostración de la lucha de todo un pueblo (mujeres, etnias, nacionalidades, explotados) que sigue dando pelea a pesar de los cientos de muertos en las calles producto de la represión.
Sin embargo, y a pesar de que Amir es futbolista y que llegó a jugar en la Selección Iraní (la misma que se negó en Qatar a cantar el himno de su país en apoyo a su pueblo), la pelota sigue rodando en el mundial que espera sus finales, sin que obviamente ni la FIFA, la AFA ni ninguna otra organización de fútbol (hasta donde sabemos) digan nada frente a semejante crimen, privilegiando una vez más los negocios con la monarquía explotadora y racista de Qatar.
Claro que en este panorama sería muy valioso que los jugadores, participes necesarios en este negocio del cual son parte, expresaran su solidaridad con Amir y su repudio a la condena y la represión. Solo una manifestación al respecto podría salvar su vida. Pero claro, es posible que una acción de ese tipo atente también contra sus propios negocios. Después de todo, una “mercancía” rebelde corre el riesgo de bajar su valor.
Se está realizando una gran campaña internacional por la libertad de Amir y en reclamo a que el mundo del fútbol sume su repudio y denuncia. Campaña a la cual nos sumamos. Esta situación vuelve a poner sobre el tapete la necesaria solidaridad de los oprimidos, la misma que ha surgido en distintos momentos de la historia, como la desarrollada allá lejos con las condenas a Sacco y Vanzetti o por los miles de militantes internacionales contra la dictadura argentina durante el Mundial del ´78.
Cualquiera que esté a favor de reclamar por frenar la condena contra Amir Nasr-Azadani, puede sumar su firma en este enlace: Solidaridad con Amir.
Es honor a esa tradición y a la necesidad de recrear hoy estos lazos, es que reproducimos este emocionante texto de la escritora rosarina Adriana Briff, quien lo difundió a través de sus redes sociales.
Crecí en un hogar donde a mis padres se llenaban los ojos de lágrimas, siempre que recordaban por separado, dos hechos que marcaron sus vidas para siempre. Para mi padre, Samuel Briff, fue la noche que ejecutaron en Estados Unidos al matrimonio Rosenberg. Era 1953, plena persecución maccarthista, cuando Ethel y Jules fueron calcinados en la silla eléctrica acusados de ser espías para la URSS. Sus hijitos de siete y diez años quedaron huérfanos porque sus padres militaban en el comunismo. Esa noche, mi padre lloró en su soledad de hombre afín a un ideario de mundo igualitario y no se le fue nunca el dolor de ese doble asesinato injusto y brutal.
Tres años después, en junio de 1956, mi madre lloró frente a la radio escuchando los ruegos de la hija del General Valle para que no lo fusilaran. Lo mataron sin clemencia, por ser fiel al General Perón y negarse a aceptar un poder no elegido por el pueblo. Se impuso la feroz represión pero pasaron a la historia por años como «la revolución libertadora». Son infinitos los casos de injusticia diaria, las muertes de inocentes. Las sentencias de muerte tienen el doble castigo, el de quitarle la vida al acusado y el de doblegar a la sociedad subestimándolos al castigo del miedo. El escarmiento. Sartre dijo que el fusilamiento del matrimonio Rosenberg era un linchamiento legal a toda la sociedad. Y lo de legal da mucho miedo.
Mis padres se entristecían, sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que recordaban esas noches, en que la injusticia les pegó en la cara. No conocían a estas personas, pero sí sabían de la fuerza de la solidaridad y del frío de la indiferencia.
Para el lunes han sentenciado a muerte a un jugador de fútbol iraní por defender la causa de la mujeres que ha decidido no doblegarse a un gobierno de hombres, en nombre de del dios que profesan que también es hombre.
No puedo hacerme a la idea de que vivamos en un mundo donde se seguirá como si nada. Donde millones festejarán un Mundial de Fútbol como si fuera una fiesta, cuando ese mismo día serán las últimas horas de vida de un hombre inocente, condenado a morir por expresar sus ideas.
Nos emocionamos por el beso de la madre al jugador marroquí, nos emocionamos por el abrazo del entrenador argentino a su hijo pero ante esta barbaridad, decimos «qué tremendo» y seguimos como si nada.
No sé qué podríamos hacer, en realidad no lo sé, pero miro la cara de los asesinados y espero poder encontrar una respuesta.