Artículo publicado en el blog Miguel Espinaco – Cosas para leer

Me parece que soy de la quinta que vio el mundial 78
me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor
la moneda cayó por el lado de la soledad, otra vez

(Crímenes Perfectos – Andrés Calamaro)

Por Miguel Espinaco

Cada año, el aniversario del golpe del 76 nos recuerda que este hecho de la historia que ya está cerca de cumplir el medio siglo, sigue formando parte inevitable del presente argentino:  cada vez se revisan sus razones y se revuelven sus dolores y se traen al presente los datos –una de las modas más reciente – preguntarse si fueron o no treinta mil.

No es que a mí me parezca mal realizar un trabajo de historiadores para saber cuántos y cómo, incluso para saber qué pasó con los miles que todavía siguen siendo desaparecidos.  El problema es que esta contabilidad macabra no se hace con criterio histórico, sino con el objetivo declarado de reemplazar el supuesto mito de los treinta mil por otro nuevo mito que podría formularse como nofueparatanto.

Fue Ceferino Reato quien más insistió con este asunto de los números: “fueron 7300 las víctimas de la última dictadura y 1094 los muertos de los grupos guerrilleros” -escribió– aunque no se sabe si los muertos de la triple A están incluidos en el primero o en el segundo de los números.  Viviana Canosa dobló la apuesta con su estilo farandulero y no dudó en decir que “los 30 mil desaparecidos es una fake news” y por estos pagos santafesinos, el periodista estrella de la derecha vernácula Rogelio Alaniz, también aseguró que no es verdadera la cifra de 30.000 desaparecidos y que “todos los informes giran alrededor de 8000”.  

El diputado Javier Milei –que ahí anda armando sus listas provinciales con defensores de la dictadura como los Bussi en Tucumán– juró también que “el número de 30.000 es una mentira” y por si todo esto fuera poco, hace un par de años apareció en Intratables un ex militante montonero –Luis Labraña– que dijo que “inventamos la cifra” y se atribuyó a sí mismo la elección del famoso número.

La verdad es que ninguno de estos personajes se ha preocupado por hacer un relevamiento serio, nadie revisó con criterio histórico cuantas desapariciones no se denunciaron, nadie escribió una línea sobre los miles de desaparecidos que después de un par de semanas de torturas sicológicas y de las otras, aparecían desnudos y desorientados en cualquier descampado o eran sencillamente “legalizados” en una cárcel, y nadie se ocupó de relevar todo eso porque ninguno de los charlatanes del tema es un historiador comprometido con la verdad, se trata apenas de propagandistas que intentan bajarle el precio a la dictadura genocida.

Es así.  Si en Alemania vas y decís no fueron seis millones, puede que vayas preso por banalizar el genocidio o que como mínimo te miren feo. Acá dejamos que cualquier mercanchifle trate a los desaparecidos, a los torturados y a los muertos, como si de un tema contable se tratara.

Las excusas de la dictadura

Me perdí entre tu noche y mi día
Entre tormenta y más terror.
Noches duras, tardes frías,
Mañanas de dolor,
De despertar y que no estés ahí.

(30.000 luces –  De la Gran Piñata)

Está claro que lo que intentan es llegar a alguna cifra que se parezca un poco más a un empate, que permita justificar aquello de los dos demonios y de la memoria completa.  Lo que se busca es darle fuerza a la excusa con la que intentó justificarse la dictadura, darle una razón de ser como consecuencia o mejor digamos como respuesta –desproporcionada, pero respuesta al fin– a la acción de la guerrilla.  Eso buscan Milei y Alaniz y Viviana Canosa y todos los que se han convertido por estos tiempos en contadores de desaparecidos.

Este intento de explicar la dictadura como un contragolpe, como una réplica a la acción guerrillera, ha resucitado en estos últimos tiempos.  Incluso la película Argentina 1985 ha traído –detrás de la renovada denuncia de las brutalidades de aquellos tiempos– aquella lectura que muchos creíamos superada, que se resume en el alegato de Strassera: “los guerrilleros secuestraban, torturaban y mataban. ¿Y qué hizo el estado para combatirlos?: secuestrar, torturar y matar en una escala infinitamente mayor”

Pero la idea de que la dictadura militar fue una respuesta a la guerrilla es totalmente falsa, primero porque ya el ejército venía centralizando –sin necesidad de golpe alguno– la llamada “lucha contra la subversión”, ya la Directiva 1/75 del Consejo de Defensa del mes de octubre de 1975 –durante el gobierno peronista de Isabel– le había asignado la función de “operar ofensivamente, a partir de la recepción de la presente Directiva, contra la subversión en el ámbito de su jurisdicción y fuera de ella en apoyo de las otras FFAA, para detectar y aniquilar las organizaciones subversivas a fin de preservar el orden y la seguridad de los bienes, de las personas y del Estado”, Y segundo, es una idea falsa porque desde el punto de vista militar las Fuerzas Armadas Argentinas consideraron que la guerrilla ya había sido “aniquilada” luego del fracasado asalto al Batallón de Arsenales 601 de Monte Chingolo, del 23 de diciembre de 1975, según consta en los informes del Estado Mayor General del Ejército incorporados al expediente judicial (causa 13) donde se juzgó a los ex comandantes. (citado por Mirta Mántaras en Página 12)

Son muchos los documentos desclasificados por Estados Unidos que demuestran esto que afirmo.  Dos días después del golpe se reunieron Kissinger y William D. Rogers, Subsecretario de Estado, y debatieron sobre Argentina y la postura que debía tomar la Casa Blanca frente al golpe. Kissinger fue casi inmediatamente advertido por su subalterno: “pienso que tendremos que esperar un grado de represión bastante alto, probablemente una gran cantidad de derramamiento de sangre en la Argentina dentro de muy poco tiempo. Pienso que van a aplicar mano muy dura no ya para con los terroristas sino también con los disidentes gremiales y partidos políticos”.

Dos meses más tarde, durante una reunión con el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Kissinger le recomendó al ministro Guzetti: “Nosotros sabemos que ustedes están atravesando por un período difícil. Resulta un tiempo curioso toda vez que se juntan actividades terroristas, criminales y políticas, sin una separación clara entre sí. Comprendemos que deben ustedes adoptar una posición de autoridad bien clara… Si existiesen cosas que deben ser hechas, deberán ustedes hacerla rápidamente”.  (Las citas fueron tomadas de “Kissinger y la Argentina” – Leandro Morgenfeld.  Los resaltados son míos)

Esta mezcolanza, que en el lenguaje cínico de Henry Kissinger amontona terrorismo crimen y política, es explicada con mucha precisión por José Pablo Feinmann que habla de la vaguedad deliberada del término subversión, que era más que el terrorismo, más que la guerrilla. “Era todo cuanto atentara contra ‘el estilo de vida argentino’ o contra el ‘ser nacional’. Y como estilo de vida argentino o ser nacional eran indefinibles y por consiguiente absolutos, ‘subversión’ podía ser cualquier cosa”.

En el plan del golpe militar –escrito en febrero de 1976– el ejército le daba forma a esa vaguedad definiendo como oponente “a todas las organizaciones o elementos integrados en ellas existentes en el país o que pudieran surgir del proceso, que de cualquier forma se opongan a la toma del poder y/u obstaculicen el normal desenvolvimiento del gobierno militar a establecer.” (Plan del ejército – Anexo 2 – Pagina 17.  El resaltado es mío)

Millones de víctimas

Y, ¿qué es lo que hay que hacer?
Para evitar enloquecer
No pensar que se es
Lo que se ha sido
Y no volverlo a pensar
Jamás

(Paranoia y soledad - Serú Giran)

Así como el objetivo militar de la dictadura no era la guerrilla sino la población de conjunto, las víctimas no fueron solamente los desaparecidos, sino la mayor parte de la población.  Se trató de un ejército de ocupación y por eso la elección del mecanismo de las desapariciones que funciona como un paralizante, que impide cualquier reacción, que aplasta.

De ese modo, la discusión sobre la cantidad de desaparecidos deviene estéril, porque las víctimas de la dictadura fueron millones.   Incluso si uno redujera el número como quieren nuestros minimizadores, y lo multiplicara por la cantidad de familiares y de amigos, ya estamos hablando de decenas de miles que sufrieron con la esperanza “de que su ser querido estaba con vida, manteniéndolo en la imprecisa calidad de persona desaparecida”  como bien explica la Conadep, lo cual “creó una ambigüedad que obligó al aislamiento del familiar, a no hacer nada que pudiera irritar al Gobierno”, lo cual es casi lo mismo que decir que también ellos estaban desaparecidos.

Pero ese límite puesto en las relaciones cercanas del desaparecido también es falso, porque habría que sumar a compañeros de trabajo y a conocidos y más atrás, a casi toda la población que sufría ese miedo, el terror que infundía ese mecanismo de poder que se mostraba eterno e inconmovible, que acuñaba frases como el Proceso tiene objetivos pero no tiene plazos, el silencio es salud, o los argentinos somos derechos y humanos.

El dictador Jorge Rafael Videla, que tenía muy claro qué es lo que estaba haciendo, explicaba en 1979 a la prensa que le preguntaba por los desaparecidos:   “Es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido… Frente a eso no podemos hacer nada”.  El mensaje era un tiro por elevación para cada argentino:  frente a eso no podés hacer nada, les decía, mientras seguía haciendo funcionar la máquina de desaparecer.

Es así.  El golpe fue para disciplinar a millones, no solo para desaparecer o matar a diez, a treinta o a cincuenta mil díscolos.  Es por eso que “toda la población sufrió un ‘trauma social’ en cuanto fue afectada por un monto y una calidad de hechos reales como los secuestros, las torturas, las desapariciones, las prohibiciones, las amenazas, acompañado de un mensaje del otro social –el Estado dictatorial– que denegaba su autoría y responsabilidad” como explica la psicoanalista Marta L’Hoste en su libro Subjetividad del terror: un desafío para los psicoanalistas (citado por Página 12) para concluir que “esta situación producía una imposibilidad psíquica de pensar la experiencia y producir significaciones”

Parálisis, imposibilidad psíquica de pensar la experiencia, sensación de inseguridad y miedo, como escribe Amnistía Internacional sobre las desapariciones forzadas. Y todo eso, toda esa maquinaria enfocada contra una víctima colectiva para que Martínez de Hoz pudiera llevar adelante su plan, el que inauguró la primer gran bola de deuda externa, el que enriqueció a algunos y empobreció a tantos, una especie de masivo robo a mano armada.

Tan simple como eso.