Un día antes de que se cumplan dos años del asesinato de George Floyd a manos de un oficial de policía, una nueva masacre en una escuela volvió a estremecer a EEUU. Lamentablemente no fue un rayo en un cielo sereno. Una semana atrás, en otra localidad del Estado de Nueva York un supremacista blanco había asesinado a 12 personas en un comercio visitado por mayoría afroamericana. Días después del ataque en Uvalde, un Hospital de Oklahoma sufrió un incidente similar. Este fin de semana pasado, una serie de tiroteos en diferentes poblados dejó más de una decena de muertos. La epidemia de los ataques se extiende por las ciudades estadounidenses mientras se aviva el debate sobre la posesión de armas en manos de los ciudadanos; que a su vez se instala como la causa principal de la problemática. Sin embargo, poco se menciona sobre las causas sistémicas de semejantes hechos de violencia que en los últimos veinte años se repiten con una regularidad pavorosa.
Por Alejandro Morales
El 24 de mayo pasado un joven irrumpió en una escuela primaria (la “Robb Elementary”) de la localidad de Uvalde, Texas y perpetró la mayor matanza masiva en un establecimiento escolar tras una década (desde el ocurrido en la Escuela Primaria Sandy Hook en 2012). En el ataque fueron asesinados 19 niños y dos maestras que fallecieron intentando proteger a sus alumnos. A la escuela acudían unos 600 estudiantes, de los cuales el 90% son de origen latino y perteneciente a familias trabajadoras.
El atacante fue un joven de 18 años de nombre Salvador Ramos quien terminó ultimado por un agente de la guardia fronteriza. Previamente Ramos había disparado a su abuela que todavía se encuentra hospitalizada.
Lamentablemente, no fue un hecho aislado sino que se integra a una serie de episodios que se repitieron con mayor continuidad durante el mes de mayo, en diferentes Estados del país con fallecidos a montones y heridos.
Entre los eventos más graves para mencionar estuvieron el ataque de un supremacista blanco, también de 18 años que asesinó a 12 personas en un supermercado de Búfalo, situada al norte de Nueva York producido a principios de mayo. Luego, días después de lo ocurrido en Uvalde, un hospital de Tulsa (Oklahoma) sufrió la irrupción de un sujeto armado, y este fin de semana con los tiroteos en Tennessee, Pensilvania y otras urbes se llegó a un pico de intensidad.
Aunque la mayoría de los episodios no alcanzaron la categoría de matanzas porque de acuerdo al criterio de aquel país deben haber 4 o más muertos sin incluir al tirador, se está ante un panorama grave donde las víctimas la ponen los más vulnerables. Para dar cuenta de la situación veamos la cifra de la web Gun Violence Archive, de referencia en este tema, que calcula unos 245 tiroteos masivos en lo que va del año en Estados Unidos (El país, 5/6/22)
Como veces anteriores, a partir de la cataratas de tiroteos se reencendió el debate sobre la portación de armas en el país y sobre la facilidad en conseguir fusiles de alto calibre. El presidente Biden salió a pedir más limitaciones a las leyes que permiten dicha portación, mientras que los sectores conservadores mantienen su defensa irrestricta, amparándose en la segunda enmienda firmada en 1789, una ley descontextualizada ya que fue proclamada en los tiempos de la guerra de independencia contra Inglaterra.
Sin embargo, poco se tratan otros factores que tienen que ver con cuestiones centrales de la figuración de la economía, del sistema político y de la cultura de aquel país, donde la violencia estuvo presente desde sus orígenes.
Columbine, punto de inflexión.
Los acontecimientos son partes de períodos, de procesos marcados por distintos factores estructurales y de coyuntura.
En el tema de las matanzas en EEUU, especialmente en instituciones escolares tiene de punto de inflexión a la masacre de “Columbine” ocurrida el 20 de abril de 1999 en Littleton, Estado de Colorado.
Ese día, dos jóvenes irrumpieron en el establecimiento y mataron a 13 personas y luego se suicidaron. El ataque significó un antes y un después en la historia de este tipo de tiroteos, ya que desde entonces, proliferaron de manera exponencial y sin detenerse tomando cada vez más regularidad e intensidad. La masacre en Littleton fue el primero en su estilo y además de la conmoción social, dejó efectos duraderos, contando entre ellos a muchos imitadores.
A partir de Columbine los tiroteos en escuelas primarias, colegios secundarios y universidades a manos de estudiantes armados con fusiles de alto poder fueron una constante y sucedieron de una manera regular. El más letal de los ataques fue en la Universidad de Virginia Tech, en el Estado de Virginia que dejó un saldo de 32 muertos en abril de 2017; luego, el más grave en cantidad de asesinados se suma el tiroteo de Sandy Hook en Connecticut que causó 27 víctimas fatales en diciembre de 2012. El ataque en Uvalde se transformó en el tercer más sangriento con 21 decesos; mientras que el cuarto lugar lo ocupa la matanza de Parkland, en Florida dejó el saldo de 17 asesinados.
Los cuatro casos de arriba son los más sangrientos, pero son parte de los numerosos que ocurren cada año en lo que va del S. XXI.
Las causas
Es preciso recalcar la importancia de detectar las causas de una situación para poder encarar las soluciones. La semana pasada un joven supremacista blanco asesinó a 13 personas, 11 de ellas de origen afroamericano. Los móviles directos fueron claramente racistas. En cambio, sobre el caso de esta escuela de Texas los motivos concretos se desconocen.
De parte de las autoridades, de la prensa y de los analistas “calificados” hacen recaer las causas en la reacción individual de un joven atormentado por el bullyng o el aislamiento social y en su condición social económica precaria tanto individual como familiar. También desde los mismos emisores, se señala la facilidad en el acceso a la portación de armas por parte de la ciudadanía, lo que es real y tiene fatales consecuencias. Sin embargo si nos detenemos aquí quedaremos limitados para alcanzar respuestas más profundas.
Tal se expresó más arriba, la posibilidad de comprar y portar armas es tan sencilla como comprar cualquier mercancía en el mercado; de hecho están a la venta en todo tipo de local comercial, desde los más grandes a los pequeños. La cantidad de armas que circulan en el país es sideral, según cifras de la Small Arms Survey, un proyecto de investigación con sede en Suiza, estiman que en 2018 había unos 390 millones de armas en circulación (Bbc Mundo). También es elocuente la tenencia con respecto al porcentaje de la población. Se estima que en 2018 había 120,5 armas por 100 habitantes, frente a 88 por cada 100 en 2011 (ídem). Los informes de distintos organismos destacan que el número es creciente cada año, incluyendo a los que comprar por primera vez.
Para solventar la ascendente demanda se necesita de una producción que aumente al mismo paso; en las pasadas dos décadas prácticamente se triplicó la producción anual de armas de fuego destinadas a civiles, la cual pasó de 3 millones 854 mil 439 rifles, pistolas y escopetas, en 1996, a 11 millones 497 mil 441 en 2016. Pero no sólo se fabricaron más armas, sino que también se adquirieron del exterior a un ritmo acelerado: en 2020 se importaron 6 millones 831 mil 376 armas, seis veces más que el millón 97 mil correspondiente a 20 años antes (Rebelión).
Por supuesto que con esos datos no sorprendan que las consecuencias sean igual de alarmantes. Por ejemplo en la cantidad de muertes que se producen por armas de fuego. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de EE.UU., un total de 45.222 personas murieron por lesiones relacionadas con armas de fuego durante 2020. Pero vale mencionar que el 54% del total de fallecimientos fueron suicidios, unas 24.300 muertes. Mientras que el 43%, un total de 19.384, fueron homicidios, según datos de los CDC. La cifra representa un aumento del 34% desde 2019 y un aumento del 75% en el transcurso de la década anterior (BBC Mundo). Para dar cuenta de la situación, los asesinatos en la primeria de Texas fue el tiroteo número 203 en lo que va del 2022.
Sin el apoyo de una buena parte de la población a la portación de armas amparadas por la segunda enmienda de 1789 no sería posible continuar la permisividad legal sobre este asunto. Entre las organizaciones con mayor capacidad de presión para el estatus quo con respecto a la política de armas sigue siento la Asociación Nacional del Rifle la más pública y vehemente. Tres días después de la masacre y mientras las familias continuaban llorando a sus hijos la NRA abogó por que los docentes porten armas para enfrentar a los atacantes. Cinismo sin límites.
En la actualidad y desde hace tiempo el mantenimiento de leyes en favor de la portación de armas está alejado del “derecho”, sino que está vinculado a intereses económicos empresariales (el negocio de la venta de armas), y para preservar el apoyo de los sectores conservadores de la burguesía, de las clases medias e incluyendo de sectores de la clase trabajadora.
Pero si nos quedamos en este factor estaremos limitados en los alcances de los análisis. Necesitamos ver otros factores estructurales y sistémicos que forman parte del orden imperialista estadounidense en los tiempos presentes y desde los orígenes.
Los factores sistémicos
Está lejos de la casualidad que el crecimiento de las matanzas en las escuelas y en otros lugares públicos se dio en tiempos y en paralelo al comienzo y el desarrollo de una nueva avanzada guerrerista de EEUU por el mundo, a partir del 2001, Justificándose en el atentado a la torres gemelas de Nueva York (septiembre 2001).
Desde entonces, el régimen político de EEUU inició su campaña militarista nombre de la “lucha contra el terrorismo” que implicó llevar adelante las invasiones de Afganistán y luego de Irak en 2003. Al mismo tiempo, como parte de una estrategia con eje en la guerra organizó y perpetró bombardeos y asesinatos en diferentes países de la zona en pos de la “seguridad”; una seguridad que en realidad terminó siendo, la seguridad de los negocios energéticos, de la reconstrucción y de las armas para los grandes capitalistas.
La ofensiva militar encarada por Washington implicó una propaganda constante en favor de la guerra, y que azuzó los odios hacia los extranjeros, hacia las minorías, hacia los musulmanes y de todo aquel relacionado con esa religión, hacia todo lo que se opusiera al orden conservador establecido.
En este 2022, mientras el presidente pide límites a la portación de armas, insiste en armar hasta los dientes a Ucrania y a sus aliados de Europa Oriental, y amenaza con una respuesta militar a China si el gigante asiático ataca a Taiwán.
¿Acaso este factor que implica el bombardeo constante de un mensaje guerrerista, de la idea de que a través de las armas se resuelven los conflictos del país no profundizó la “cultura armamentista” presente en el ideario de la población?
En la historia de EEUU, la estrategia de la conquista y de la guerra, es decir, de la violencia, estuvo presente desde los orígenes y en períodos importantes de la historia estadounidense. Una violencia que se desplegó al interior como en la arena exterior.
Para empezar, desde el S. XVII, los colonos provenientes de Gran Bretaña forjaron sus colonias tanto en el este como en su posterior expansión al oeste mediante la violencia hacia los pueblos originarios para quitarles sus territorios ancestrales.
La violencia fue fundamental para que los Estados del sur sustentaran su sistema económico y social esclavista mediante todo tipo de violencia hacia los negros traídos de África tras ser cazados, literalmente, sea durante el período colonial como después de la independencia.
La guerra civil fue otro punto en la historia de extrema violencia para el país, la cual marcó el fin de la esclavitud, pero no de la opresión hacia la población afroamericana, la que mantuvo su condición explotada sufriendo todo tipo de actos violentos por parte de la minoría blanca burguesa. Esa burguesía de característica elitistas y racistas, que constituían una proporción menor de la población, mantuvo esta opresión, a su vez, mediante la violencia de las instituciones estatales y a través del armamento en manos de plantadores y terratenientes.
En este aspecto, la llegada del S. XX, no modificó la situación de explotación y de vulneración de los más elementales derechos civiles para los oprimidos negros hasta la década de los ´50, cuando irrumpió la lucha por los derechos civiles que logró algunas conquistas y donde emergieron figuras de la talla de Rosa Park, Martin Lhutter King o Malcom X. Ante esta lucha el Estado reaccionó también con extrema violencia, actuando junto a bandas parapoliciales como el KKK, asesinando a muchos militantes, líderes y simpatizantes de la causa.
También la respuesta del poder fue extremadamente violenta contra la clase obrera protagonista, a fines del S XIX, de enormes luchas en pos de mejores condiciones de trabajo como las 8 hs de jornada laboral, lo que significó en cárcel, tortura y asesinato a incontables trabajadores que osaron protestar. En ese trágico capitulo debemos incluir a los mártires de Chicago en 1886.
A todo lo expuesto en el plano interior agreguemos otros factores de violencia de los de arriba hacia los de abajo, como la proliferación generalizada de las cárceles, lugares donde van a parar en especial los pobres latinos, negros y trabajadores; además, sumemos el maltrato de parte del Estado sufrido por los inmigrantes que buscan cruzar la frontera. Y sobre todo mencionemos, en los tiempos presentes, la brutal violencia institucional hacia la población negra.
En el plano exterior, la violencia fue un norte conductor desde tiempos remotos. Desde el S XIX, el Estado ejerció una política intervencionista en el resto de América con la “Doctrina Monroe” por ejemplo o con “la política del garrote” (Big Stick); políticas profundizadas al siglo siguiente con todo tipo de intervenciones a través de sus fuerzas armadas, con invasiones, bloqueos y guerras; también, a través de la organización de dictaduras y gobiernos funcionales a sus intereses.
A este muy breve prontuario de violencia desplegada en el exterior no olvidemos las participaciones en las dos guerras mundiales y en todas las aventuras de la guerra Fría.
Como vemos, la historia norteamericana y la configuración de su sociedad capitalista está fundada en la violencia sistemática contra los oprimidos al interior del país, y en el plano exterior contra los países coloniales y semi coloniales. Estos factores sistémicos, invariablemente, tienen incidencia en la conducta de sus pobladores, formados en una cultura armamentista, violenta y opresiva.
Seguramente quedaran por fuera de este texto muchos otros factores que ayuden a entender la problemática pero, no hay dudas que las soluciones tienen que emprenderse transformando los fáctores sistémicos del capitalismo yanqui.