Fernando Coll 1 De Diciembre, 2021
Publicado en Contrahegemonía web
A veinte años de aquella rebelión popular de diciembre de 2001 queda en la memoria colectiva la presencia de nuestro pueblo en la calle, cortando rutas, ocupando plazas, combatiendo a las fuerzas represivas y enfrentando el estado de sitio impuesto por el gobierno de la Alianza. La ocupación de las calles y los saqueos, como territorio de disputa contra el poder económico, contra el hambre y la desocupación, contra el régimen político y las instituciones estatales y contra el neoliberalismo, fueron las herramientas de esos días de lucha y rebelión. Aquellas jornadas no emergieron de la nada, fueron producto de un largo proceso, de distintas luchas de organizaciones y sectores que durante los noventa no se resignaron al neoliberalismo ni al fin de la historia. Se conjugaron un conjunto heterogéneo de actores que fueron el motor de esa rebelión: el movimiento piquetero, las puebladas de mediados de los 90, las luchas de los despedidos en el Estado, la resistencia obrera contra la flexibilización. También la separación entre la dirigencia sindical y sus bases, los sectores medios pauperizados y una juventud sin alternativas de futuro.
La gran crisis económica y social que se exponía en esos días iba de la mano del deterioro y cuestionamiento al poder político. Se trató de una reacción profunda, novedosa y disruptiva de nuestro pueblo, en un momento de feroz ataque sobre nuestras clases populares. Las expresiones organizativas que dejaron las jornadas fueron muchas; el crecimiento de los movimientos de desocupados, fábricas ocupadas y recuperadas, una nueva camada de activismo sindical y una creciente juventud militante. La rebelión ha dejado huellas profundas en la memoria popular, pero también en los sectores dominantes y en el régimen político que todavía persisten.
El contexto
En 1976, la fuerza social comandada por los sectores financieros tomó por las armas el poder político e impuso sus condiciones para impulsar el desarrollo del capitalismo en su fase neoliberal. Desde ese momento el principal rasgo del capitalismo argentino es el proceso de expulsión de una parte importante de la sociedad, que les convierte en población sobrante para el capital. Esta exclusión se extiende a lo largo de las décadas del ochenta y del noventa y alcanza grandes magnitudes. A ese proceso de repulsión de población se corresponde un proceso de concentración y extranjerización de la riqueza.
Para analizar esta heterogénea y diversa rebelión popular, es preciso tener en cuenta la situación socio económica de la Argentina que al comenzar diciembre del 2001 llevaba casi cuatro años de recesión, una economía que caía abruptamente, con un creciente e insostenible endeudamiento. Se trataba de un ajuste perpetuo, siendo su mayor exponente el programa de “déficit cero” implementado por el ministro de economía del gobierno de la Alianza, Domingo Cavallo, que incluyó una baja de salarios públicos y jubilaciones del 13%. A pesar de ese intento por salvar la caída de la recaudación y disminuir el déficit fiscal la situación se profundizó. Paralelamente se siguió cumpliendo con los pagos de los intereses de la deuda externa, se aceleró la fuga de capitales y reservas del Estado y los depósitos del sistema bancario cayeron abruptamente. Ante dicho panorama el gobierno decretó a partir del 3 de diciembre el bloqueo de depósitos y salarios en los bancos salvando del desplome al capital financiero.
En esos días se exponían claramente los resultados sociales del neoliberalismo: desocupación, informalidad, y miseria. El llamado corralito acentuó esta situación explosiva. La economía informal, que permitía una mísera existencia a casi la mitad de nuestro pueblo, fue herida de muerte y millones fueron empujados al abismo. Por su parte, los trabajadores formales veían reducirse sus salarios y los sectores medios, su capacidad de consumo; los estados suspendían la asistencia social y el pago de salarios de los estatales se postergaba, a la vez que proliferaba el pago con bonos provinciales. La tasa de desocupación llegaba a casi el 20 % y la de subocupación al 16%. La profundización de la crisis incrementó la desocupación y la destrucción del empleo y los salarios, siendo el dato sobresaliente el aumento exponencial de la pobreza y la indigencia
A la descripta crisis económica y social se sumó la crisis del régimen político. La coalición gobernante, desde la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez, se encontraba en estado de descomposición, lo que se profundizó con el colapso electoral de 14 de octubre de 2001, cuando la Alianza perdió ante el justicialismo. Pero el dato central e inocultable fue el crecimiento de la abstención electoral, del voto en blanco y del voto impugnado, una expresión de la frustración y el descrédito de toda la dirigencia política. Otro aspecto importante del proceso es el quiebre de la unidad de los grupos dominantes que se hace palpable en la disputa sobre la política monetaria. Un sector proponía la dolarización de la economía, encabezados por las empresas de servicios públicos privatizadas, los tenedores de bonos de la deuda pública y los sectores comerciales importadores. Por el otro, los que planteaban la devaluación, vinculados a los grandes industriales, a los grupos económicos que fugaron sus capitales al exterior, y al sector exportador. Junto a estos el capital financiero internacional y el FMI, en su interés por garantizar el pago de la deuda
La crisis del gobierno de De La Rúa es una expresión del derrumbe de las relaciones sociales y de la forma que sustentaban el poder los sectores dominantes. En los años noventa, a través de la convertibilidad, las clases hegemónicas pudieron unificar sus intereses. Lo hicieron a través de la privatización de las empresas públicas, la capitalización de los bonos de la deuda, duplicando el endeudamiento externo público y privado y, sobre todo, cambiando las relaciones entre el capital y el trabajo, aumentando la productividad y la tasa de ganancia con la implementación de la precarización y flexibilización laboral.
Los antecedentes
La rebelión de diciembre del 2001, constituye el punto de llegada de un ciclo que comienza en el motín de Santiago del Estero de diciembre de 1993 y se desarrolla combinando formas espontáneas y formas sistemáticas y novedosas de lucha. Los hitos de este ciclo son la lucha callejera en varias capitales provinciales en 1995, la toma y defensa de una posición con barricadas en Cutral-Có y Plaza Huincul en 1996 y 1997, en General Mosconi y Jujuy en 1997, en Corrientes en 1999, en Tartagal-General Mosconi en 2000 y 2001 y en el Gran Buenos Aires en 2001; en ese proceso, las huelgas generales, la Marcha Federal en 1994 y las Jornadas Piqueteras en 2001 constituyen momentos de articulación nacional. Tanto el desarrollo de las formas de lucha previas como el proceso de formación de fuerza social organizada indican que las jornadas de diciembre se encuentran dentro de ese ciclo de enfrentamientos sociales.
La rebelión de diciembre fue también la expresión de procesos que ya estaban en curso y adquirieron una envergadura mucho mayor en forma muy acelerada y radical. Durante los meses anteriores asistíamos a una ola de protesta social, con un activo protagonismo de los gremios de empleados estatales y docentes que en muchas provincias derivaron en enfrentamientos callejeros con la policía, en masivas y generalizadas manifestaciones y en formas de auto organización y movilización que expresaron tanto el rechazo a las autoridades como a las conducciones sindicales. Pero el fenómeno más significativo y novedoso fue el crecimiento del movimiento de trabajadores desocupados con los masivos y reiterados cortes de rutas y de calles que derivaron en jornadas nacionales de protesta. Se evidenciaban en ellas métodos de acción y organización disruptivos e innovadores, emergiendo un verdadero polo social y político autónomo de las viejas estructuras.
Las primeras acciones colectivas fueron encauzadas por movimientos sociales preexistentes, los piqueteros, estructurados en movimientos con experiencia de lucha, resistencia a la represión, capacidad de movilización y negociación. Esos movimientos tenían un grado de desarrollo y relaciones políticas muy diversas: algunos estaban vinculados a corrientes sindicales, como la CTA y la CCC; otros contaban con vínculos políticos con organizaciones de izquierda. Pero una parte muy importante de ellos partían de desarrollos territoriales basados en coordinaciones de base y autónomas. Junto al reclamo por subsidios de desempleo y asistencia alimentaria, diferentes emprendimientos autogestionados de autoconstrucción, producción, atención sanitaria y formas de educación popular.
Los saqueos de alimentos como forma de acción social directa y masiva no eran una invención de las jornadas de diciembre sino que recogían una larga experiencia de lucha y movilización desplegada durante toda la década y en particular en los últimos años. Pueden ser considerados como motines populares urbanos protagonizados por los sectores más postergados de la sociedad que rompen con el sentido de la propiedad, convirtiendo la apropiación directa de alimentos y bienes en un desafío al poder, a la vez que ponen en cuestión su condición de subalternidad. Los saqueos son algo mucho más complejo que una reacción en un contexto social particular. Expresan una verdadera crisis hegemónica, cuestionan en cierto sentido los fundamentos del sistema social imperante, exponiendo la crisis social estructural y el colapso de los ineficaces sistemas estatales de asistencia y contención social. Por otro lado, evidencian la erosión del sistema de autoridad y político, con el incremento de la rebeldía social.
Los primeros días
A principios de diciembre la resistencia popular comenzó a adquirir mayor extensión. En ese contexto el día 12 de diciembre uno de los sectores del sindicalismo, encabezaos por Hugo Moyano, convocó a una manifestación con fuertes críticas al gobierno. Paralelamente los estatales nucleados en ATE convocaron a un paro de 24 horas y junto a la CTA a una marcha a Plaza de Mayo. La crisis y las distintas experiencias de luchas acumuladas, estimulaba nuevas formas de acción que excedían el potencial de las organizaciones tradicionales y el clima de rebelión se demostraba en las distintas expresiones de luchas callejeras. Ese mismo día, durante la noche en Buenos Aires, los comerciantes realizaron un apagón, con cacerolazos y bocinazos en contra de las restricciones bancarias, medida que concitó fuertes adhesiones. El 13 se realizó el séptimo paro general con una importante masividad contra el gobierno. Si bien desde las organizaciones gremiales no se convocaba a movilizar, trabajadores estatales marcharon por los sueldos impagos junto a las organizaciones de desocupados que exigían el pago de los subsidios de desempleo atrasados. En el centro de Neuquén hubo enfrentamientos con la policía. También en Córdoba, el repudio de los manifestantes se concentró en los edificios públicos y los bancos.
Ese día los movimientos piqueteros realizaron cortes de calles, rutas y puentes en diversos puntos del país. En la ciudad de Pergamino, se llegó al incendio del edificio municipal por los trabajadores; en Godoy Cruz, Mendoza, hubo un intento de saqueo de un supermercado. Al día siguiente se realizó la Consulta Popular convocada por el Frente Nacional contra la Pobreza que se extendió hasta el lunes 17 y que logró reunir 3.100.000 adhesiones. Ese día, en La Plata, docentes y empleados públicos tomaron el Banco Provincia exigiendo el pago de sus salarios y fondos para los comedores escolares. En los días 14 y 15 en Guaymallén y Godoy Cruz, Mendoza, grupos de vecinos de barrios humildes entraron organizadamente y en forma pacífica saquearon comercios. La misma situación se observó en Empalme Graneros, Santa Fe, y en Concordia, Entre Ríos. Durante la noche, permanecían apostados frente a los supermercados vigilados por la policía y obtuvieron reparto de alimentos por parte de las empresas.
En esos momentos, en la localidad bonaerense de Avellaneda, desocupados ocuparon un supermercado de la empresa francesa Carrefour y luego de varios horas lo evacuaron después de la entrega de alimentos. En Mendoza, los saqueos continuaban por cuatro días aumentando la represión policial. Las múltiples acciones de protesta tomaban mayor masividad. En Rosario, la represión policial se descargó contra un corte de ruta, lo que provocó que se sumarán los vecinos de los barrios populares y derivó en enfrentamientos que obligaron a la policía a replegarse. En la ciudad de Buenos Aires y el conurbano comerciantes y vecinos cortaron varias calles protestando. Por su parte, integrantes del Movimiento de Desocupados Aníbal Verón en Quilmes y Avellaneda exigieron durante horas frente a los grandes supermercados la entrega de comida por medio de piquetes que rodeaban los negocios. Estos hechos provocaron la reacción de grandes grupos económicos que reclamaron al gobierno provincial mayor presencia de las fuerzas represivas en los hipermercados del Gran Buenos Aires, Mar del Plata, Bahía Blanca y La Plata, bajo el discurso de preservar el orden y el derecho de propiedad. Siendo consecuente con su historia, la burocracia de la CGT oficial anunció que descartaba la idea de realizar un paro. Por su parte, desde las clases dirigentes y los medios hegemónicos se reclamaba la aplicación de un enérgico dispositivo represivo.
El 18 se produjo el primer saqueo en el conurbano bonaerense en la villa 9 de Julio de San Martín. La misma situación se reprodujo en San Miguel, Moreno y San Isidro donde varios negocios fueron saqueados. Los protagonistas en su mayor parte eran menores de edad y mujeres. La ruta 23 en Moreno quedó completamente bajo su control y fueron atacados supermercados, un frigorífico, una carnicería y una pizzería. Rápidamente los comerciantes apelaron a las armas para contener los ataques mientras la policía departamental admitió que estaba desbordada. Las protestas no empezaron como saqueos sino como movimientos vecinales de demanda ante los supermercados y que, al encontrarse con la negativa, espontáneamente culminaban en saqueos. Durante la noche se atacaron gran número de pequeños comercios que no disponían de seguridad, dado que la policía se concentró en los supermercados. Esa misma noche, en Concepción del Uruguay, saquearon un supermercado. Las acciones adquirían una magnitud muy superior a la que hasta este momento habían desarrollado, con un activo rol femenino en la organización de los movimientos colectivos a la vez que era notable la rapidez con que pequeños movimientos se transformaban en acción directa colectiva.
El 19 y 20
Entre el 19 y el 20 los saqueos en todo el Gran Buenos Aires, fueron creciendo en cantidad y radicalidad, centrados en las principales cadenas de mercados. También fueron afectados pequeños comercios de los barrios populares. Se trataron de verdaderas ocupaciones de los establecimientos, las calles y zonas aledañas durante horas, que quedaban fuera del control estatal. En el supermercado Coto de Ciudadela lograron que se realice una masiva entrega de alimentos. El estallido de la ira popular del pueblo pobre que había perdido su paciencia a la espera de asistencia social del Estado, ponía de manifiesto la voluntad de tomar en sus manos la salida a su apremiante existencia. Lo hacía en forma súbita, desobediente, iracunda, disruptiva y creativa. Una auténtica rebelión, en respuesta a tantas humillaciones acumuladas, que poco tenía de irracional y menos aún de ilógica.
El pánico fue la reacción preponderante en los distintos sectores hegemónicos. Los grandes centros comerciales y las sucursales bancarias cerraron sus puertas. Si bien se prefería saquear a los hipermercados, en general la mayor seguridad desplegada lo dificultaba, por lo que los grupos de vecinos/as se decidieron por los supermercados medianos y chicos. Fue muy importante y activa las presiones de las empresas para endurecer la represión policial. Incluso se llegó a plantear una intervención militar y el pedido de declaración del Estado de Sitio. El desarrollo de los hechos y la incapacidad del gobierno para controlar la situación, determinó un cambio de actitud apelando a la represión masiva y generalizada.
Estas acciones excedieron el ámbito del área metropolitana. En La Plata empleados estatales, docentes y obreros del astillero Río Santiago se enfrentaron a la policía en pleno centro de la ciudad e intentaron ocupar el palacio legislativo para evitar el tratamiento de una ley que amenazaba con dejar en disponibilidad a los empleados públicos y anular la legislación laboral vigente. En Córdoba pudo verse la convergencia de movimientos sociales diversos y sin articulación previa; los empleados municipales destruyeron el palacio municipal, se produjeron enfrentamientos callejeros y barricadas en las calles frente a la represión. En los barrios populares se sucedieron saqueos y comenzaron a extenderse piquetes y cortes de calles, mientras una manifestación por el centro de la capital provincial reclamó la renuncia del intendente. En Mendoza, pese a la ayuda alimentaria estatal y la organización de ollas populares, los saqueos continuaron en Godoy Cruz, Las Heras y Guaymallén. En la vecina provincia de San Juan se concentraron frente a un supermercado reclamando alimentos.
En Villa Banana, uno de los barrios más pobres de Rosario, la violenta represión policial fue respondida por un enfrentamiento armado entre la policía y los habitantes del barrio que lograron el retiro de las fuerzas policiales que no pudieron controlar la zona. Los saqueos siguieron en los barrios periféricos de la zona sur de la ciudad. Los manifestantes cortaron las calles y avenidas con barricadas de neumáticos en llamas y se enfrentaron contra los policías que, fuertemente pertrechados, respondieron con balazos para dispersarlos. Los enfrentamientos callejeros con la policía se sucedieron en todo el Gran Rosario. En Concepción del Uruguay, Entre Ríos, continuaron los masivos saqueos durante todo el día y hubo intentos de atacar edificios oficiales, armerías y la represión tuvo tal magnitud que se agotaron las reservas de balas de goma de las fuerzas policiales. Otras ciudades entrerrianas fueron sacudidas por saqueos como Gualeguaychú, Concordia y Paraná Por su parte, agricultores, comerciantes y transportistas mantenían ocho cortes de ruta contra las importaciones brasileras.
En Corrientes, las organizaciones de desocupados cortaron el puente que une con Resistencia, Chaco, para reclamar el pago del subsidio que recibían de parte del gobierno nacional, varias calles fueron cortadas con barricadas y los saqueos se sucedieron sobre pequeños comercios. Si bien los dueños de los supermercados acordaron con el gobierno la entrega de alimentos, continuaron las acciones con enfrentamientos entre manifestantes y policías. En San Miguel de Tucumán también se sucedieron los saqueos de locales comerciales, entre ellos algunos grandes depósitos de distribución de alimentos y hubo un intento masivo de atacar el Mercado de Concentración de Frutas. Las fuerzas represivas realizaron operativos de rastrillaje en forma conjunta en los barrios populares. A su vez, en Santiago del Estero cientos que se apostaron frente a un hipermercado en procura de alimentos, fueron reprimidos por la policía. En Resistencia, Chaco desocupados del Movimiento General San Martín cortaron la ruta nacional 11, en el acceso sur a la ciudad, en reclamo de alimentos y viviendas dignas.
Por su parte, la región patagónica no escapó a la situación. En Comodoro Rivadavia manifestantes atacaron la municipalidad y un supermercado y hubo intentos de saqueo en Trelew, Viedma, Bariloche y Cipolletti. En General Roca, Río Negro, empleados públicos y vecinos de los barrios populares manifestaron contra la vigencia del Estado de Sitio y se dirigieron a la municipalidad, destrozaron a pedradas sus vidrios y los de los bancos de la zona céntrica y se concentraron frente a un supermercado reclamando la entrega de comida; también en Neuquén intentaron saquear un importante supermercado, donde se enfrentaron a una dura represión policial. En las pequeñas ciudades, la ira popular se disparó sobre los comercios de alimentos y comenzaba como una protesta vecinal, reclamando la entrega de bolsas de comida.
En la noche del miércoles 19 la crisis económica, social y política se articuló en una sola. Hacia las 21 horas, en un discurso, Fernando De la Rúa anunció la instauración del Estado de Sitio cumpliendo con las exigencias de los sectores empresariales expresados por los medios de comunicación más importantes. Al terminar el anuncio, repentinamente la mayor parte de los barrios de la capital fueron sacudidos por el atronador ruido de las cacerolas. Un nuevo actor ocupaba el centro de la escena. Espontáneamente lo/as vecinos de los barrios porteños se comenzaron a concentrar en las esquinas y a cortar las calles e iniciaron una serie de manifestaciones que tuvo varios epicentros en plena madrugada; la plaza del Congreso, el Obelisco, la Plaza de Mayo. Salieron a protestar en las calles de su barrio y sólo después estas múltiples movilizaciones convergieron sobre el centro de la ciudad, adquiriendo una dinámica propia.
También se concentraron manifestantes golpeando cacerolas frente a la casa de Cavallo, en uno de los barrios más selectos de la ciudad, y lo mismo sucedió frente a la quinta presidencial en Olivos. La composición de este conglomerado social diverso se nutría de las clases populares urbanas, expresaba un profundo repudio a la implantación del Estado de Sitio pero también a todo el régimen político. A la 1 de la madrugada trascendió la renuncia de Cavallo y casi de inmediato la represión policial se descargó sobre las manifestaciones en el centro de la ciudad.
En los barrios populares del área metropolitana durante toda la noche del jueves al viernes y durante gran parte de este día, la policía se retiró y dejó hacer, adoptando una estrategia de incentivar el enfrentamiento entre vecinos y saqueadores. Incluso los fomentó. Este tipo de reacciones se reprodujeron en los barrios más populares y periféricos, con grupos de vecinos portando armas de fuego, palos, y cuchillos para defender sus propiedades del supuesto ataque de los saqueadores y construyendo barricadas de troncos encendidos para impedir el paso. Los rumores de saqueos de viviendas se propagaron. En Almirante Brown, Merlo, La Matanza, Quilmes y aún en municipios más alejados, mientras era evidente la disminución de los ataques a súper e hipermercados, ahora bien custodiados, parecieron aumentar los ataques a pequeños comercios. Otras modalidades de ataque emergieron ese día, como los asaltos en las avenidas, rutas y autopistas del conurbano a los camiones que transportaban mercadería. Los barrios privados, de los sectores medios y altos, que contaban con fuerzas de seguridad privada y de las fuerzas represivas del estado no fueron atacados, lo mismo sucedió con las grandes cadenas de supermercados.
La reacción popular no puede reducirse a lo sucedido en Buenos Aires. En Mar del Plata, una masiva manifestación en repudio del Estado de Sitio y la represión protagonizada por los movimientos de desocupados, la CTA y la CCC, fue brutalmente reprimida por la policía cuando llegó al centro de la ciudad. En otras importantes ciudades de la provincia de Buenos Aires también fue una jornada de movilizaciones sociales. Después de dos días, el saldo de muertos era impreciso; Según el CELS las muertes fueron al menos 35; de ellas 9 se produjeron en la provincia de Santa Fe, 11 en la de Buenos Aires, 8 en la ciudad de Buenos Aires y el resto en Río Negro, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos y Tucumán.
La batalla por la plaza
En realidad toda la jornada porteña en la que intervinieron miles de personas enfrentando la acción policial estuvo cargada de contenidos simbólicos y en especial por uno; la batalla por la Plaza de Mayo, el escenario simbólico por excelencia de la historia argentina. Desde la mañana temprano del jueves 20 grupos de manifestantes se congregaron en la Plaza de Mayo y debieron afrontar a media mañana la represión policial.
En esa zona confluyeron quienes habían quedado desde la noche anterior, junto con los oficinistas que, al acercarse a sus trabajos, participaban de las protestas. Alrededor de las 9:30 se produce un nuevo ataque policial, que obliga a los/as presentes a retirarse hacia las calles cercanas, perseguidos por la policía, pero persistentemente regresan a la Plaza. Llegan las Madres de Plaza de Mayo, que han convocado a todas las organizaciones políticas y sociales a sumarse a su habitual ronda para exigir el inmediato cese de la represión, levantamiento del Estado de Sitio, cese del pago de la deuda externa, reducción de las dietas de los legisladores y jueces y trabajo digno para todos. “Qué boludos, qué boludos el estado de sitio se lo meten en el culo” cantaban manifestantes de traje, estudiantes, jubilados, motoqueros y desocupados/as. A las 11:40 la policía montada ataca a un grupo que grita en torno a la Pirámide de Mayo y a personas sentadas, a las que embisten con los caballos, entre ellas a las Madres. También embiste la guardia de infantería y un camión hidrante. Hay corridas, con fotógrafos y manifestantes heridos; algunos se reagrupan, mientras otros resisten con piedras. Al mediodía, nuevos grupos vuelven a entrar en la Plaza, engrosadas sus filas por empleados/as en su hora de almuerzo y por quienes observaban los acontecimientos por televisión e indignados/as deciden sumarse a las protestas. Ante un intento de derribar la valla, la policía ataca con gases y balas y los y las manifestantes, momentáneamente, se dispersan.
Pasado el mediodía la policía tiene cercada la Plaza y controla la Avenida de Mayo y las diagonales. Pero se van sumando jóvenes que, con el torso desnudo, la desafían y apedrean. Una hora más tarde, nuevamente hay grupos dentro de la Plaza. Al comenzar la tarde la policía avanza con un camión hidrante y arrojando gran cantidad de gases para desalojar el microcentro y empujar las columnas hacia la Avenida 9 de Julio; los manifestantes se desbandan por la Avenida de Mayo, las diagonales y la calle San Martín; la infantería y caballería policiales, reforzadas con patrulleros, motos y helicópteros, avanzan por la peatonal Florida y las diagonales disparando gases y balas de goma. Desde algunos bares y casas aledañas, los vecinos proporcionan agua, trapos mojados y rodajas de limón para mitigar el efecto de los gases lacrimógenos. Muchos/as logran permanecer en las inmediaciones de la Plaza de Mayo y regresan en cuanto la policía se dirige hacia otro punto. En Diagonal Norte construyen una barricada y se produce un choque con la policía. Los motoqueros recorren el microcentro y dan la alerta de los movimientos de la policía.
Mientras tanto, en la plaza del Congreso se concentran militantes de organizaciones de izquierda, a los que se suman oficinistas y comienzan a marchar hacia la Plaza de Mayo, pero los ataca la policía y la columna se desarma mientras arrojan piedras, palos y adoquines. Los tachos de basura y los bancos de la plaza son utilizados para armar barricadas, se rompen los vidrios del Banco Ciudad. La policía sigue disparando gases y balas de goma y golpeando con saña a los manifestantes. Aquellos que se habían retirado de la Plaza de Mayo se reagrupan a quinientos metros, en la esquina de Avenida de Mayo y 9 de Julio, y desde allí tratan de retornar. Algunos rompen vidrieras de comercios emblemáticos, mientras la policía forma un cordón desde donde disparan con escopetas. Algunos/as retroceden pero luego responden con piedras. Desde los balcones de los edificios llueven insultos sobre los policías.
Mientras tanto, cerca de las 15 hs., otros manifestantes dispersados por la lluvia de gases, se reúnen a unas cuadras y vuelven por las diagonales, la calle San Martín y la Avenida de Mayo. Un grupo se concentra en las escalinatas de la Catedral y son atacados por la policía en tanto que hay al menos cuatro avances y retrocesos de cientos de personas por la Diagonal Norte. En la intersección de esta y Rivadavia, un grupo construye una barricada encendiendo maderas y el fuego se extiende. Otro vuelve desde el sur sobre la Plaza de Mayo y arma una barricada con vallas; aunque la policía ataca, vuelven una y otra vez tirando piedras mientras son perseguidos por las calles laterales. Levantan otra barricada en Avenida de Mayo, frente a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad.
Estos reiterados avances y retrocesos, que se prolongan por horas, hacen que el número de quienes participan de los enfrentamientos dentro de la Plaza disminuya o aumente y que se sucedan escenas de relativa calma con corridas, cuando la policía abandona la escena o retorna. A las 15:30 se queman las palmeras de Plaza de Mayo para evitar el efecto del gas lacrimógeno, mientras la columna atrincherada en la Diagonal Sur quema una garita de estacionamiento medido. A las 15:40, fuertemente aplaudidas, comienza la ronda de las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, acompañadas por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Reclaman que no haya represión pero la policía dispara gases sobre la Plaza y las Madres. A las 16 hs., nuevamente, algunos logran volver a la Pirámide de Mayo, pero la policía montada los echa mientras sigue la lluvia de balas y gases contra piedras. A esa altura todavía la Plaza de Mayo está rodeada por distintos grupos que se conforman espontáneamente y resisten el ataque policial en las diagonales y en la Avenida de Mayo.
Mientras tanto, cerca del Congreso continúan los choques callejeros; autos y colectivos circulan por la Avenida Rivadavia bajo una lluvia de gases lacrimógenos y piedras. Una hora después la policía ha logrado hacerse fuerte frente al Congreso, pero cuando ataca por una calle, los manifestantes avanzan por otra. Aunque muchos quedan enfrentando a la policía en la zona del Congreso, el grueso se dirige por la Avenida de Mayo hacia la Plaza de Mayo, pero al llegar a la Avenida 9 de Julio choca con una barrera formada por patrulleros, motociclistas y policías antimotines, que impide el paso durante largo rato. Los que llegan desde el Congreso se unen en la Avenida 9 de Julio con los expulsados de la Plaza de Mayo.
Antes de las 16:30, mientras miles de personas avanzan, entre ellos los motoqueros con sus vehículos por el centro de la Avenida de Mayo y jóvenes por los costados tirando piedras, la policía comienza a disparar con balas de plomo. Muchos de ellos actúan de civil en autos sin identificación. En distintos lugares se producen muertos, entre ellos Carlos “Petete” Almirón, Diego Lamagna y Gastón Riva. Hay decenas de heridos, algunos de gravedad. Las muertes exacerban el odio de los/as manifestantes que sobrepasan la barrera formada por los patrulleros y la policía debe replegarse trescientos metros. Sin oposición, la columna avanza por la Avenida de Mayo y una parte llega a cincuenta metros de la Plaza. Otros chocan con unos diez policías que, atacados a pedradas, se refugian en el Banco HSBC; los manifestantes avanzan sobre el banco, rompen los cristales, y son atacados a balazos desde adentro del edificio, por una descarga cerrada de más de sesenta balazos, sumando otro muerto: Gustavo Benedetto.
A las 17 hs., la guardia de infantería arremete nuevamente para empujar a las columnas hacia la Avenida 9 de Julio; los manifestantes se protegen detrás de barricadas de árboles, postes, tachos de basura, toldos, maderas y fuego. A las 17:30 la Plaza está casi vacía. Pero aún quedan grupos que se reorganizan, colocan unos baños químicos como barricada sobre la Avenida de Mayo, cruzan cuerdas de vereda a vereda para impedir el paso de los caballos y prenden fogatas. A las 18 hs., otra columna que avanza por la Diagonal Norte es atacada por la policía. Mientras se dispersan, incendian vehículos, usados en la zona aledaña a la Plaza. Los que huyen por Avenida de Mayo apedrean los ventanales de los bancos Comafi y Galicia; también incendian una sede del Banco Provincia y destruyen cajeros automáticos. Todos los bancos y McDonald ‘s del microcentro quedaron afectados. Cerca del Congreso, un grupo incendia la planta baja del Comité Nacional de la UCR y destroza los bustos de sus dirigentes históricos.
Aunque un grupo logra permanecer detrás de la Casa de Gobierno, el grueso de quienes resisten son rechazados unos seiscientos metros hasta la Plaza de la República, donde ahora se concentran los choques; mientras tanto atacan las oficinas del correo privado OCA e incendian cuatro camionetas de esa empresa. Entre otros locales afectados se cuentan una sede de Rentas de la provincia de Buenos Aires, un local de la cadena de disquerías Musimundo, el Banco de Galicia, una agencia de la empresa aérea Dinar, el negocio Optical Shop, la Casa de la Provincia de Salta, dos librerías y un café, la empresa APS y una concesionaria Fiat; la sede de Repsol es apedreada, lo mismo que una sucursal de Perfumerías Avon, el Banco Francés, el Bank Boston, varios bares y parrillas junto a un Pago Fácil; un McDonald’s es atacado e incendiado y otro apedreado. Junto al Obelisco se encuentran los manifestantes más decididos y más atrás una multitud expectante ocupa novecientos metros de la Avenida Corrientes hacia el oeste. La policía carga en esa zona con gases y un operativo de pinzas. En su repliegue, los manifestantes destrozan y saquean otro local de Musimundo, entre otros.
Comienza un nuevo avance con piedras y palos por la Avenida de Mayo, desde el Congreso hacia la Plaza de Mayo; mientras marchan, destruyen edificios de bancos, teléfonos públicos y negocios, salvo algún caso en que el encargado convence a los jóvenes de no destruir su bar. Chocan con la policía en Avenida de Mayo y 9 de Julio. A las 18 hs., en Once, decenas de personas queman otro McDonald’s y hacen una fogata en la calle con su mobiliario; después atacan un local de Blockbuster y alimentan la fogata con videos; se llevan alimentos, sillas y videos; heladeras y muebles arden en la calle. Una hora más tarde, un pequeño grupo que se protege de los gases cerca del Obelisco, es atacado a balazos por policías que llegan en vehículos sin identificación, matan a un hombre, Alberto Márquez, que falleció intentando proteger de los disparos a su esposa y dejan gravemente heridos a otros/as. A las 19 hs. hay barricadas en la calle Bartolomé Mitre; en Lima y Avenida de Mayo incendian la Banca Nazionale del Lavoro.
En esos momentos empieza a circular la noticia de la renuncia de Fernando De La Rúa. A las 16:30, renunciados todos los ministros, De la Rúa había hablado por televisión llamando a un acuerdo y ofreciendo al justicialismo, con mayoría en ambas cámaras, participar en un gobierno de unidad nacional. El PJ lo rechaza. A las 19:52, después de renunciar, huye de la Casa de Gobierno en helicóptero. Manifestantes que han logrado permanecer a unos cien metros de la Casa de Gobierno le gritan “Cobarde, inútil, traidor, La plaza es nuestra, Váyanse todos” y “Un minuto de silencio por De la Rúa que está muerto”. La Plaza permanece cercada por la policía. Unos 20 motoqueros recorren la Avenida 9 de Julio voceando la noticia. En el Obelisco y sus alrededores se ven algunas escenas aisladas de alegría.
Después de las 20 hs., policías a caballo disparan gases contra manifestantes agrupados frente al Teatro Colón, mientras entre el Congreso y Plaza Once se generalizan incidentes, y a los ataques contra bancos, empresas extranjeras y/o privatizadas se agregan intentos de saqueos. Aproximadamente a las 22 hs., gran cantidad de personas se concentran frente a un hipermercado donde, aunque hay reparto de comida, apedrean los vidrios y se llevan desde alimentos hasta televisores. A partir de las 23 hs. la gendarmería patrulla las calles por orden judicial.
La continuidad
El gobierno de la Alianza había sucumbido abriéndole nuevamente las puertas del poder al peronismo. La Asamblea Legislativa, con la breve asunción en el ejecutivo del presidente de la Cámara de Senadores, el peronista Ramón Puerta, acordó nombrar como presidente provisorio al gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saa y convocar a elecciones presidenciales para el 3 de marzo.
La intensa movilización popular se pudo ver con claridad en la tarde del viernes 28 de diciembre. Los obreros ferroviarios de la ex línea Sarmiento, al margen de la conducción central del gremio, reclamaron el pago en fecha de sueldos y aguinaldos y procedieron a cortar las vías a la altura de Castelar, e interrumpieron el funcionamiento de la línea. Ello enardeció a los pasajeros que estaban en la cabecera de la línea en Once que procedieron a destruir boleterías y locales comerciales e incendiaron una formación ferroviaria.
Esa noche, un nuevo cacerolazo estalló en la ciudad de Buenos Aires. Su factor desencadenante parece haber sido un fallo de la Corte Suprema anunciado que ratificaba la vigencia del control de los depósitos, también el rechazo al nuevo gobierno, a la jerarquía sindical y política y contra la Corte Suprema. Poco antes de la medianoche, las movilizaciones vecinales se comenzaron a sentir en los barrios de Buenos Aires, rápidamente, derivaron en masivas concentraciones de miles de personas en distintos puntos de la ciudad pero, otra vez, con epicentro frente a la Casa Rosada y el Congreso; también frente a la quinta de Olivos. Después de las 2 de la madrugada, las masivas manifestaciones dieron paso a enfrentamientos con la policía; en Plaza de Mayo fue atacada la Casa Rosada. En el Congreso que, en una muy probable operación de inteligencia, estuvo desguarnecido y disponible, algunas de sus salas fueron destruidas e incendiadas.
En el barrio de Floresta, un custodio policial de una estación de servicio, asesinó a balazos a tres jóvenes que expresaban su simpatía por las manifestaciones callejeras que la televisión mostraba. Ello abrió otra intensa y masiva movilización barrial durante todo el sábado 29, con enfrentamientos entre manifestantes y policías. Aquí pudo verse otra faceta de la movilización que no sucedía en las plazas del centro sino que tuvo como epicentro algunos barrios y continuó en los días siguientes con masivas manifestaciones de repudio a la represión policial y el gatillo fácil. Sumido entre el repudio y la desconfianza, una feroz lucha interna en el peronismo, las prevenciones de los grupos dominantes y los medios masivos, con las presiones de la banca y las empresas privatizadas para evitar una devaluación, el efímero gobierno de Rodríguez Saa sucumbió el domingo 30, no sin antes sentir el rechazo popular. Una reunión de gobernadores justicialistas se realizó en las playas de Chapadmalal y aún allí los asistentes tuvieron serias dificultades para retirarse frente a las centenares de personas que cortaron la ruta y los accesos al complejo turístico.
Nuevamente se reúne la Asamblea Legislativa con dos decisiones; la elección del peronista Eduardo Duhalde y la anulación de llamar a elecciones inmediatas. Los grupos hegemónicos intentan con ello plasmar un gobierno de “salvación nacional” que restaure el orden público y encuentre una salida a la crisis. Un nuevo cacerolazo acompañó su discurso de asunción en ese inusual 1º de enero pero esta vez fue más reducido y no se extendió a los barrios más populares. Durante la jornada se produjeron también algunos enfrentamientos a pedradas frente al Congreso entre columnas de manifestantes de partidos de izquierda y grupos de choque movilizados por los intendentes peronistas del conurbano. Otro cacerolazo, amplio y masivo, volvió a desencadenarse hacia las 22 horas del jueves 10 de enero en repudio de las medidas económicas del gobierno, lo que nuevamente derivó en masivas manifestaciones en la madrugada. Las más importantes convergieron hacia la Plaza de Mayo. Otra vez, hacia la una de la madrugada, comenzaron los enfrentamientos entre manifestantes y la policía y la destrucción de vidrieras y locales bancarios.
Sus múltiples significados
Junto con los saqueos, las movilizaciones de los movimientos de desocupados, de algunos gremios, de organizaciones sociales y políticas; se generó una intensa y rápida activación de las clases populares urbanas canalizada principalmente a través de los cacerolazos y cortes de calle. Estas formas expresaron un alto grado de desobediencia civil y de indisciplina social, un verdadero repudio al sistema político sustentado en profundas y antiguas demandas sociales. La revuelta no pudo ser dirigida ni manipulada. Esta rebelión social, se constituyó en un auténtico desafío a la autoridad y al modelo económico y social, una rebelión de los de abajo. Ninguna fuerza política o social estuvo en condiciones de motorizar tan heterogénea movilización social y mucho menos de otorgarle una dirección determinada.
Estos canales de movilización social tenían desarrollos previos a las jornadas de diciembre. Los más dinámicos y masivos se desenvolvieron por fuera y en abierta oposición a las estructuras sindicales o políticas. Las razones por las cuales las movilizaciones y luchas populares de fines de los noventa, contra las consecuencias del neoliberalismo, se convirtieron en una auténtica rebelión no pueden dejar de lado la aparición de nuevos actores sociales en lucha y la profundización de la crisis económica y social. A esto hay que agregarle una aguda disputa entre las facciones de poder, una verdadera crisis hegemónica y que está en la base misma de la creciente inestabilidad política. En la rebelión de diciembre de 2001 cayó el gobierno de De La Rúa y al mismo tiempo terminó por derrumbarse la convertibilidad, instaurada por Menem. Fueron cuestionadas el conjunto de las instituciones estatales y el modelo económico y social, profundizando su crisis, pero sin poder desarrollar una alternativa desde abajo. La consecuencia de esta falta de alternativa fue una restauración del orden, pero no inmediata y con dificultades para poder reconstruir rápidamente una nueva hegemonía.
Fue un verdadero enfrentamiento directo, entre los grupos económicos nacionales y extranjeros más enriquecidos y los sectores sociales excluidos del trabajo y el consumo. se trató de un enfrentamiento abierto entre movimientos sociales populares y los grupos económicos hegemónicos, con la intervención estatal por medio de una descarnada represión. La batalla del 19 y 20 entre grupos populares y fuerzas policiales puso en evidencia la enorme capacidad de resistencia y rebeldía de nuestro pueblo apelando a formas nuevas y tradicionales de acción callejera. La historia de rebeliones previas se convirtió en una experiencia que suministró el arsenal de recursos a los que se apeló para desplegar estas formas de acción colectiva. Ese modelo heredado remite a la experiencia de 1989 pero también tiene raíces más hondas. De igual modo que los piquetes aparecen como una adaptación de métodos antiguos de lucha del movimiento obrero en otro contexto histórico.
La rebelión de diciembre de 2001, desnudo al sistema en su conjunto y en forma particular al modelo neoliberal vigente en la Argentina, es decir la modalidad específica que había adoptado en nuestro país la ofensiva capitalista de disciplinamiento de la clase trabajadora. La clase dominante exigía una reinserción del capitalismo argentino en el mercado mundial sustentado en el aumento de la productividad y/o el descenso del salario nominal, es decir, en el aumento de la explotación del trabajo. La imposición del disciplinamiento de mercado a la clase trabajadora mediante la convertibilidad, había cristalizado el cambio en las relaciones de fuerzas entre las clases. Esta nueva relación de fuerzas era favorable para la burguesía en su conjunto y desfavorable para los trabajadores y los sectores populares. La pueblada del 19 y 20, con el ciclo de luchas que la precedió y continuo, puso en jaque esa correlación de fuerzas adversa e hizo estallar por los aires los mecanismos de disciplinamiento previos basados en las consecuencias del terrorismo de Estado, la fragmentación social, el creciente desempleo y las hiperinflaciones. Sin embargo, sus potencialidades se verían desplazadas por un retorno paulatino a la gobernabilidad asentada en nuevos dispositivos que articularon concesiones con la integración subordinada de gran parte de los movimientos y fuerzas populares protagonistas de esas jornadas.
Más allá del devenir el 19 y 20 quedará para siempre en la memoria de los/as que luchan.