¿Es inevitable que economía y salud sean enemigos irreconciliables?.
Por Miguel Espinaco
Hace ya mucho tiempo, un amigo riojano solía repetir un cuento que actuaba a la perfección y que ayudado por su acento que arrastraba las palabras resultaba inevitablemente gracioso, aun cuando a fuerza de ya haberlo escuchado en todos los eventos comunes, uno ya se lo conociera de memoria.
La broma en cuestión hablaba de un muchacho que estaba con su novia en el monte y le decía, romántico, mira las estrellas vida y mira los arbustos vida, mira tal cosa vida y así un rato. Por cierto se trataba de un cuento y toda esa parte era muy divertida pero no sé contarla y en realidad lo que viene al caso es el remate: venía un ladrón y los apuntaba y les decía “la plata o la vida” y entonces el muchacho le decía a su novia: vida, andá con el señor.
El recuerdo es una metáfora exagerada pero viene al caso si uno tiene presente aquella frase repetida por Alberto Fernández al inicio de la pandemia – “si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida” – y si uno observa cómo al final, el gobierno ha venido privilegiando el funcionamiento de la economía y de la continuidad de la ganancia capitalista a costa del trabajo y de la salud ajena.
Surfeando la segunda ola
Digamos antes que nada que esta ola parece cosa seria, que la cantidad de muertes por día en Argentina se ha duplicado desde principios de abril y que las perspectivas se ven todavía más oscuras si uno presta atención a lo que viene pasando en los países vecinos y al crecimiento de los casos positivos que empiezan a llenar los hospitales.
En medio de esta situación grave, la discusión entre los “progresistas” y la “derecha” se ha centrado en torno a la presencialidad o no en las escuelas del llamado AMBA, debate que ha llegado a los estrados judiciales y ha llenado los noticieros del prime time mediático.
Antes, la discusión principal había sido la nocturnidad prohibida – que evitará que el virus se propague en el horario que ya antes de las medidas era el de menor circulación – y entonces unos decían empecemos más tarde y otros empecemos más temprano.
De lo que no se habló nunca es del trabajo y de cómo hacer para minimizar la circulación de los que van de casa al trabajo y del trabajo a casa.
La salud y la economía en trincheras diferentes
El problema es – obviamente – la economía, y eso lo dicen todos. Lo que yo quiero agregar es que no se trata de cualquier economía, se trata de esta economía capitalista realmente existente, en la que es imposible planificar y tomar decisiones conscientes porque el capital es el que impone su lógica de seguir ganando plata a toda costa.
Es por eso que los políticos del gobierno que se presenta como progresista y como defensor de la vida, tienen que caer en declaraciones desde crudas y deshumanizadas (“la economía de Argentina no resiste otra cuarentena estricta” Martín Guzmán – Ministro de Economía), hasta incomprensibles y ridículas (“las fuentes de contagio no son en los lugares de trabajo” Carla Vizotti – Ministra de Salud) (“ya está visto que el problema del contagio no está en las fábricas” Alberto Fernández – Presidente).
Ni hablar obvio de los opositores estrella, que cada vez que aparecen en la tele critican la famosa “cuarentena eterna” que en honor a la verdad no existió para el mundo de la gran producción (las exportaciones aumentaron más de 8% en el último año, para tomar sólo un dato).
Lo que hace que estos señores y señoras derrapen de esta forma es que se ubican en las trincheras de la economía capitalista en la que es definitivamente inútil definir qué es esencial y qué no lo es para la sociedad. Poder hacer eso permitiría reducir la gente que circula – por ejemplo podría dejarse de producir neumáticos y seguramente muchas otras cosas por tres o cuatro semanas sin que pase nada grave – pero no-se-puede porque ocurre que para el capital todos los trabajos son esenciales, ya que son la fuente de sus grandes ganancias, las que permiten que los capitalistas sigan viviendo tan bien.
En la economía tal cual es no se puede impedir que muchos pequeños negocios sigan funcionando o que muchos sean los que salgan a hacer changas, porque para hacer eso habría que pagar un gran IFE que cuesta mucha plata, lo cual significaría reorientar la economía y -por ejemplo -dejar de pagar casi 3 millones de pesos por minuto en intereses de Leliq para poder atender ese gasto o dejar de andar por el mundo mendigando deuda para pagar deuda.
Pero esas cosas no pueden hacerse en el mundo del capital, y por eso hay que inventar este virus selectivo que se contagia cuando se está de joda, pero nunca cuando se trabaja.
Y no pueden hacerse porque en el capitalismo se decide qué es esencial y qué no en el funcionamiento del mercado. O sea que es el mercado el que decide qué sirve y lo hace en función de qué cosa da ganancia y de qué cosa no da ganancia. Pero sucede que ese mecanismo que no sirve casi nada para las grandes masas populares – que tienen siempre menos plata para “votar” en el mercado – sirve mucho menos cuando hay una pandemia.
Y no pueden hacerse porque los capitalistas tienden a esconder la plata en los colchones o en los paraísos fiscales si no les pagás los intereses que pretenden o si les querés cobrar un impuesto más. Miralo a Tévez.
Así que para llevar adelante medidas como estas, harían falta otros mecanismos que entrarían ya en el terreno del anticapitalismo: consultar por ejemplo a los trabajadores de los distintos sectores que saben si puede pararse o no la producción, si hace falta mantener algún sector funcionando, cómo se afectarían las cadenas de abastecimiento y de demanda, todas esas cuestiones.
Y harían falta prohibiciones que seguramente los sectores patronales resistirían con dureza, porque significarían permitir que las masas populares metan las narices en sus libros, en sus negocios y en sus chanchuyos.
Por eso, y otra vez volviendo al principio, es el mundo del capital el que hace que la economía y la salud estén siempre enfrentadas en trincheras diferentes, simplemente porque en el capitalismo el hombre no puede controlar conscientemente qué produce, cómo lo produce y para qué lo produce, no puede organizar racionalmente su mundo porque el mundo se construye cada día a imagen y semejanza del capital, de ese capital que cuando le preguntan “la plata o la vida”, ya se sabe cuál es la respuesta.
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