A quienes hacemos este medio digital nos atrae sobremanera ese punto en el que la belleza de un relato literario con las palabras justas, se cruza con la verdad de reflejar, de alguna manera, la realidad social. Por falta de tiempo, de material y muchas cosas más, no solemos publicar muchos de estos relatos. Es por eso que nos alegramos de habernos encontrado con este cuento que, según su autor, está escrito sobre un contexto real, aunque la anécdota principal no sea del todo verídica. Compartimos, entonces, este relato desopilante, que refleja la realidad de un sector de la sociedad que muchas veces preferimos ignorar (aunque esté «oculto» a plena vista, como la carta de aquel cuento de Poe), y la siempre ingrata desigualdad de las grandes urbes.


Por Er Bizarro (Facebook, Instagram)

La extraña calma de los días anteriores, tenían un gustito agridulce a hierro y tensión.
La tormenta ke se avecinaba, se dejaba entrever en las miradas y bromas ke circulaban el ambiente arbolado de la plaza. Esperábamos con impaciencia, el desarrollo de los acontecimientos, ke se precipitaron cuando «El Vilis», salió de una de las enormes cajas de cartón ke oficiaban de cuartos gritando enlokecido, «Mi remera, mi remera, me robaron la remera»

Nuestro hogar, amargo hogar, era un reducto marginal, en medio de la urbe civilizatoria, una okupa sin paredes, en la ke cualquier ciudadano de bien, debería de haber tenido el pudor de pedir permiso para pasar, al ver los sillones, la mesa, los cuartos de cartón, la ropa colgada de los árboles, secándose bajo el sol tristón del otoño montevideano.
Pertenecíamos en una extraña simbiosis, a akel pulmón verde, ke se situaba frente a la principal terminal de buses del país. Éramos la primera impresión con la ke se chocaba el turista; malandrxs, putxs, yonkis, punks, borrachxs, locxs y demás outsaiders. Dándole la bienvenida al extranjero, para demostrarle ke no todxs estamos contempladxs en su mundo feliz de rutinas tediosas y orgasmos programados.

Esas mismas eskinas y veredas, habían presenciado un suceso apoteósico, cuando Omar Gutiérrez, no tuvo mejor idea ke pasar en pantalla gigante no sé ké partido de fútbol «importantísimo», en el ke jugaba Uruguay. Hasta ahí la propuesta parecía buena, el inconveniente fue ke la contienda deportiva, era a las 6 o 7 AM y para hacer «el aguante», iban a tocar en un enorme escenario, las bandas de cumbia del momento desde las 20hs. De los más diversos barrios del centro y la periferia, se congregaron una multitud de almas sedientas, ke pasada la medianoche y viendo agotados sus recursos, procedieron a descarriar sus instintos destructivos, y a apagar su ansiedad etílica, sakeando el súper de la terminal y los kioscos cercanos, llevándose los parlantes, haciendo mierda el escenario y las pantallas, ante la atolondrada mirada del locutor, ke intentaba con vanas palabras detener a las hordas bárbaras. Fue akel, el último y más grande acto vandálico acontecido en el centro de la ciudad, poniendo broche final a una época en ke la videovigilancia hacía tímidamente sus primeras apariciones y la pasta base aún no había irrumpido en el tejido social, con su función policial, de angustiar el ánimo de lxs excluidxs por el sistema…

«Mi remera, mi remera me robaron la remera», y de los árboles los pájaros salieron volando como si de un disparo se tratase.
Acto seguido «El Vilis» fue a la eskina donde limpiábamos parabrisas y pateó el balde lleno de agua con champú a la mitad del boulevard, mientras repetía, poseído por alguna deidad umbanda el deskiciado mantra,«Mi remera, mi remera, me robaron la remera».
Algunxs intentamos calmar las aguas, otrxs directamente kerían cargarlo a piñas, ambas cosas resultaron imposibles, estaba endemoniado y no lo pudimos contener…

Aún hoy, más de 20 años después, cuando recordamos el episodio con los viejos colegas, debatimos de cuál de las tres remeras mugrientas y desgastadas ke poseía akel mutante se trataba. Si de akella de Cicatriz ke le había regalado un flaco totalmente empastillado en la puerta de «Perdidos en la noche»; si de la remera con el logo de Pepsi-Cola ke alguna vez fue blanca y ya era gris debido a ke se sometía, como único método de lavado, a una refregadita a veces hasta con jabón, en el agua de la fuente. O, si de akella otra remera con parche rojo, cuya estampa era indefinible debido al paso del tiempo.
Lo cierto, es ke la verdad nunca la sabremos, ya ke solo resonaban en el aire, sin ninguna otra explicación, akellas palabras, «Mi remera, mí remera, me robaron la remera». Banda sonora de un thriller real, en el ke un par de sillones terminan en la mitad de la avenida, obstruyendo el tránsito kaótico de las 7 de la tarde y comienzan a prenderse fuego, pintado una postal policromatica ke contrastaba con el crepúsculo ke adormecía la ciudad y donde un tipo desaforado y en cuero, se golpeaba el pecho a lo Tarzán y gritaba «Mi remera…»

De pronto la banda sonora se transformó, un aullido incesante de sirenas se escuchaba cada vez más cerca, a lo ke «El Vilis» en un momento de lúcida epifanía, y en lo ke interpretamos como un gesto de la más pura supervivencia, se metió las manos en los bolsillos y haciéndose el boludo, se fue silbando bajito.

El resto tardamos un poco más en reaccionar, estábamos totalmente pasmadxs, contemplando las llamas y preguntándonos si todo akello era real, o estábamos drogadxs. Sin embargo el instinto no tardó en aparecer y ante la proximidad de la yuta, enfilamos para algún otro sector de la ciudad, a vivir kién sabe, ké nuevas desventuras.

Al otro día al regresar a la plaza nos sorprendió ke nuestras cosas siguieran ahí, creímos ke iban a sacar todo después de la hecatombe precedente. Sin embargo parecía ke nada había sucedido. Sólo verificaban la autenticidad de los hechos, la ausencia de un par de sillones y una enorme mancha de tizne en la mitad del boulevard. Como todo estaba nuevamente en calma, procedimos a desarrollar nuestra actividad diaria de limpiar parabrisas, tomar vino y corear canciones de Eskorbuto.

Un par de horas pasado el mediodía vemos aparecer doblando una eskina a «El Vilis», ke se acercaba con la cabeza gacha y la mirada compungida. Antes de ke pudiéramos tener cualkier actitud inkisitoria en su contra, nos pidió silencio con un gesto y habló: «Disculpen gurises, al final la remera estaba en la mochila» y si bien lo keríamos matar, no hubo represalias, ke al final de cuentas, «El Vilis», era una basura adorable.