El relato que publicamos a continuación, fue compartido por su autor en sus redes sociales y le agradecemos habernos dado su autorización para compartirlo aquí.
Pablo Busch, quien nos cuenta su experiencia en un texto interesantísimo, tanto desde el punto de vista de lo relatado como del valor estético del propio relato, sufre cotidianamente de ese monstruoso invento capitalista llamado “Turno Nocturno”, que forma parte de la vida de miles de trabajadores y trabajadoras en nuestro país, con diferentes grados de mella sobre su salud física y emocional. El agotamiento físico y mental, los turnos interminables, los viajes larguísimos hasta y desde el trabajo, el tiempo libre que es tiempo robado al descanso… esta experiencia hará que muchos de nuestros lectores se sientan identificados.
Por Pablo Busch
¿Había algo más lindo ese miércoles, que ver Manchester City-Real Madrid? Para quien trabaja turno noche, los días prácticamente no sirven para nada: si uno duerme poco y se levanta, está tan cansado que es incapaz de hacer nada (o nada bien). Si uno duerme mucho, el tiempo del día libre (que no son nunca, 8 horas) se reduce a la nada. Así que un plan como ver un partido de la Champions es perfecto para el futbolero promedio y mal dormido, como yo.
El dilema se planteó cuando por alguna razón del destino, el protagonista de la historia en vez de dormir hasta las 15 o las 16 como tenía previsto, se despertó y se desveló hacia el mediodía. Cualquiera sabe que ese desvelo se paga caro en algún momento, pero una vez desvelado se dio a vivir.
«Después del partido le echo una siestita» pensó, y calculó que si iba en auto hasta la fábrica el viaje se reduce de 2 horas y media a 1 hora 15, lo que le daba exactamente una hora y quince para apoliyar. Es increíble cómo se desarrolla el cálculo matemático cuando los tiempos del día de vida para uno son ínfimos. Pero por alguna razón que no recuerdo (¿Me enganché mirando otro partido? ¿La Sudamericana?) la siestita no existió y arranqué en el auto para la fábrica.
El turno noche arrancó prometedor, aunque los síntomas de cansancio aparecieron antes de lo habitual. «No le eché la siestita en casa, no dormí la siesta en el charter» me explicaba. A la máquina le faltaba hacer unas pocas cajas y paraba, así que prometía ser una noche tranquila. Si las cosas empezaron a fallar por el cansancio, o el cansancio me vino porque las cosas empezaron a fallar es como lo del huevo y la gallina. Lo cierto es que fue una noche en la que se demuestra aquello de que «todo lo que puede fallar, fallará» y el muchacho de la línea y yo -haciendo de suplente de maquinista- terminamos el producto recién a las 5 de la mañana, con manifiestos síntomas de agotamiento físico. La charla con los muchachos sobre el partido del City me la perdí prácticamente por asistir al comedor en estado de demolición.
Lo peor de la noche era la perspectiva: trabajaba pensando que todavía faltaba ir a Capilla, hacer el trámite en catastro y manejar en hora pico los 60 kilómetros hasta casa. Ahí recién se terminaría el suplicio.
La salida de la fábrica, un poco, me revitalizó. El frío, uno de los primeros del año, ayuda a uno a despabilarse sobre todo si le quedan algunas energías. El viaje a Capilla, la visita a la casa en construcción y la espera en las puertas del palacio municipal, todo iba bien. Los municipales llegaron puntuales, a eso de las 8 de la mañana pero a la hora de hacer el trámite, hubo una falla en el sistema. Ahí un poco me desmoroné: me apoye sobre la mesa de espera y prácticamente me desvanecí. Supongo que el muchacho que me atendió se habrá dado cuenta de mi estado, porque enseguida me alentó: «vas a ver que enseguida viene». Me senté en unas sillas que hay para esperar y me dormí.
Me despertó el municipal con el trámite listo y arranqué el retorno. La ruta 39 es bastante agradable de hacer hasta la Panamericana, sin tránsito ni pozos. Tome la Panamericana, pase mi peaje preferido en el que decís «no pago» y pasas gratis y pasé la altura del parque industrial, con la radio lo más fuerte posible y el aire acondicionado de frente a pesar del frío, pero ya sin energías.
La lucha, la vida, la militancia me han hecho despertar en lugares no habituales. En acampes, puentes, micros, etc. Pero nunca, nunca, nunca en mi vida tuve un despertar tan particular: en el segundo carril de la Panamericana, a 100 kilómetros por hora, claro que con la desgracia de que el que manejaba era yo. Me desperté pensando en que las probabilidades de que me la diera eran infinitas: en betwarrior habría pagado casi nada al que apostara que no la contaba. Es tremendo despertar con la conciencia de estar vivo gracias a una re putísima casualidad.
Alguien dijo por ahí eso tan hermoso de que en el marxismo la categoría principal es la vida: no valdría la pena perderla, pienso, ni por ver algo tan lindo como ver un Manchester City-Real Madrid.