Por Elizabeth Moretti

Hay una frase de Ray Bradbury, uno de los más maravillosos escritores de la época de oro de la ciencia ficción, que dice:

“La gente me pide que prediga el futuro, cuando todo lo que quiero hacer es prevenirlo».

Como casi todo lo que circula en internet, no sabemos si  la frase realmente pertenece al escritor, pero sí le queda bien. Porque cuando realmente nos internamos en el mundo Bradbury, entendemos que este originario de Illinois, en verdad nunca quiso escribir sobre el futuro sino sobre su propio tiempo y los hombres y mujeres que lo habitaban. Sobre las inquietudes que lo desvelaban, las injusticias que lo sublevaban y los peligros por los que se sentía amenazado. Y sobre la forma de resolver estos terrores de la manera más humana posible.

Ya lo señalara Jorge Luis Borges, en el prólogo a la edición de Minotauro de Crónicas marcianas:

“Toda literatura… es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a ‘lo fantástico’ o a ‘lo real’, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en 1914 o a una invasión a Marte. ¿Qué importa la novela o la novelería de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad…”

Cuando lo pensamos de esta forma, todo cobra sentido. Allí están las Crónicas marcianas, para hablarnos del desarraigo, pero también de lo brutal que puede ser la colonización de un territorio y la condena de sus pobladores autóctonos a la virtual desaparición. Allí está El otro pie (publicado en El hombre ilustrado, en 1951), que denuncia la segregación racial como nunca se había hecho antes: invirtiendo la carga de la prueba, preguntándose qué pasaría si algún día los negros quisieran tratar a los blancos de la misma forma en que son tratados por ellos –que el escenario elegido sea el planeta Marte no hace la situación menos cotidiana-. Allí están Caleidoscopio, Y vendrán lluvias suaves, Los largos años, El cuerno de niebla y tantos otros relatos, para hablarnos de la soledad.

Allí están tantísimos cuentos cortos que nos pintan como nadie el mundo que nació con la televisión: un mundo de ventanas cerradas, de personas vacías y depresivas, de niños malcriados y solos. Allí está Fahrenheit 451 para alertarnos que este mundo no es casual, sino que fue planificado y que es sostenido también mediante la violencia. Y para decirnos que a veces la resistencia puede ser, simplemente, conservar los principios y los conocimientos para las próximas generaciones.

Por todo lo antes dicho, quien firma el presenta artículo recomienda, a quien quiera cuestionarse sobre la naturaleza de la sociedad humana, que no busque entre los ensayos antropológicos ni en la historia de los grandes imperios, sino que lea ciencia ficción. Y sobre todo que lea a Bradbury, que además tiene la ventaja de poseer una prosa cuya belleza pocos autores han podido igualar.

Por ello es que compartimos, en formato de audio-cuento (con lectura de Elizabeth Moretti y Juanjo Lázzari, y edición de Miguel Espinaco) uno de estos relatos de Ray, que nos dicen tanto y de una manera tan inquietante, sobre el mundo en que vivimos.