Artículo publicado en el Blog Miguel Espinaco – Cosas para leer
Por Miguel Espinaco
A un día de que se cumpla el primer mes de gobierno, las medidas de Javier Milei y su equipo prestado por el macrismo han demolido los salarios, los planes sociales y las jubilaciones, fundamentalmente mediante el gigantesco shock devaluatorio del 118% realizado por el Ministro Caputo y por el aumento de las naftas, que duplicaron sus precios en diciembre.
Colgados de estos precios fundamentales de la economía, los bienes y los servicios comenzaron a trepar sin control, sin que los ingresos populares tuvieran ninguna posibilidad de alcanzarlos, lo cual provocó una tremenda transferencia de ingresos de bolsillos ya exhaustos a otros bolsillos que ya venían enriquecidos de los tiempos del supuesto progresismo peronista.
A días de iniciado el experimento libertario, las visitas regulares de los azorados consumidores a supermercados, almacenes, carnicerías, verdulerías, etcétera, habían erosionado ya a aumentazo limpio la inicial expectativa que provoca todo gobierno nuevo, así que cuando apareció en la tele el presidente rodeado de sus ministros para presentar su proyecto de DNU que incluía entre otras perlitas la liberación del mercado de los alquileres – que dejaba a los inquilinos en manos de los popes del mundo inmobiliario – y el ataque a los derechos laborales, aparecieron los primeros enojos escenificados con la vieja tradición de las cacerolas.
Hoy ya está el decreto de necesidad y urgencia – un escándalo inaceptable para el propio derecho burgués, ya que fuerza el concepto de excepcionalidad casi hasta el delirio – vapuleado por los jueces y que deberá sortear las peleas palaciegas del Congreso. Hay una ley ómnibus que tiene de todo, empezando por superpoderes que de aprobarse convertirían a Milei casi en faraón. Y hay también un paro de actividades con movilización para el 24 de enero forzado por los cacerolazos y que – si se sigue amontonando tanta bronca – puede hacer mella en la estabilidad del gobierno y de su plan.
El banco de suplentes
Esta situación provoca inevitablemente movimientos en el banco de suplentes de la política capitalista.
Fue Juan Grabois el que comentó en un programa de la televisión que “lo quiere voltear, y está clarito, es Victoria Villarruel, junto a Mauricio Macri” (Página 12 – 08/01/2024). Más allá de eso, cuentan que el macrismo estaría intentando hundirle ya dos ministros a Milei y, aunque es obviamente difícil saber qué es verdad y qué no entre tanta operación política, está claro que Cuneo Libarona está bajo fuego macrista y que Guillermo Francos estuvo presente en todas las versiones periodísticas que hablaron de ministros en la cuerda floja.
Por otra parte, la vicepresidenta Victoria Villarruel – que iba a ser la dueña de las quintitas que al final quedaron en manos de Bullrich y Petri y que se quedó sin nada – ha sido mencionada en estos días por la prensa británica, que no duda en señalar que “es la primera en la línea de sucesión para la presidencia, una posición crucial, dicen los analistas, dado que el estatus de Milei como un outsider político con pocos escaños en el Congreso plantea una posibilidad real de que no termine su mandato de cuatro años” y redondea la nota citando a un diplomático al que no identifica: “”hay que vigilarla de cerca”, dijo. “Está lista . . . para cualquier cosa”.” (Financial Times – 07/01/2024).
El peronismo, por su parte, se encuentra en medio de un debate porque duda de salir a la palestra después de la reciente paliza electoral.
Massa anduvo por la CGT contando que el paro le parece apresurado y comentó a modo de crítica jocosa que “si a 45 días le hacés un paro general, a los 90 días, ¿qué hacés? ¿Un bombardeo?” (Infobae – 04/01/2024). Su argumentación es que habría que dejar que en febrero o marzo la gente tenga más clara las cosas “la sociedad va a visibilizar lo que les había anticipado y cuantificará el daño cuando la crisis la vea en su bolsillo como está pasando con la nafta” (La Izquierda diario – 05-01-2024). El diario Página 12 no deja de señalar que su postura de dejar correr genera algunos resquemores entre sus compañeros, ya que parte de su personal político acompaña a Milei en el gobierno: Marco Lavagna en el Indec, Flavia Royón en Minería, Mario Russo en Salud y Leonardo Madcur ante el FMI.
Del otro lado del mostrador, hay también en el peronismo sectores que creen que hay que aparecer ahora mismo y dejar de ceder terreno. El diario Perfil cita a un dirigente bonaerense: “el 44% que nos votó no nos votó para que nos borremos” y a un gobernador: “Estamos perdiendo espacio en la discusión pública. El presidente dice que el sufrimiento es culpa nuestra y nadie sale a responder” (Perfil – 06/01/2024)
Dos capitalismos dos
Obviamente los trabajadores y el pueblo deberemos luchar para defendernos de este robo a mano armada. El paro del 24 será un hito importante y habrá que organizarlo sin depositar ninguna confianza en la CGT, porque si de ellos dependiera, seguirían durmiendo la siesta como durante todo el gobierno de Massa y los Fernández.
Sin embargo, durante esas luchas defensivas imprescindibles para que aumenten salarios y jubilaciones, para que no nos despidan, para que no sigan hundiendo la salud y la educación pública, se debatirán salidas alternativas, o sea, si no es el programa delirante de Milei ¿cuál?
En general el debate público pendula entre dos opuestos capitalistas: de un lado los propagandistas del libre mercado que sostienen que si dejás que la economía fluya sin intervenir, la mano invisible se ocupa de que todos seamos felices, que no haya inflación, poca desocupación, bah, para simplificar, de que en 35 años seamos Irlanda.
Del otro lado los que dicen como Cristina Fernández que “el capitalismo se ha demostrado como el sistema más eficiente y eficaz para la producción de bienes y servicios que necesita la humanidad” (La Izquierda Diario 13-04-2022), pero que advierten que necesita del Estado para funcionar bien.
La verdad es que ningún capitalista cree de verdad que no tiene que haber Estado. La casta política que organiza el Estado es imprescindible para que el sistema funcione más o menos coherentemente sin que los burgueses se maten unos a los otros y sin que la propiedad privada del capital esté en riesgo, pero el debate se pone más complicado cuando se discute cuánto y cómo interviene esa casta política en la formación de los precios relativos, o sea en cómo se distribuye la ganancia que los capitalistas hacen con el trabajo ajeno. Y al que se mete mucho con los precios relativos – cepos, precios máximos y otras yerbas – lo acusan de querer ser Venezuela y encima te quieren hacer creer que esa chantada es el socialismo.
De ahí viene toda la confusión de que a unos les dicen “la izquierda”, pero conviene no complicarse tanto, porque las diferencias al final no son demasiadas y por eso convive personal político de Massa con personal político de Milei y de Macri, ejecutando el mismo plan motosierra. Es más, me animo a afirmar – porque lo anticipó – que si hubiera ganado Massa las elecciones, la devaluación y la suba de precios hubiera ocurrido igual, pero el relato no hubiera sido el de un futuro promisorio como el de Irlanda, sino las exigencias del Fondo y la necesidad de pagar rápido la deuda para sacárnoslo de encima. Otra promesa de otro futuro venturoso. Otro verso.
Entonces, mejor no hacerse ilusiones con los opositores. En las luchas defensivas que inevitablemente ocurrirán, habrá que debatir otro plan político y ese plan político debería empezar por poner en cuestión al sistema capitalista, en el que a cada paso hay que bajarse los pantalones para que “vengan las inversiones”.
Entonces – digámoslo claramente – la única forma de intervenir en los precios relativos a favor nuestro, a favor del pueblo trabajador, la única forma de lograr que los precios se mantengan y que los salarios suban, es hacerse con los resortes de la economía, con los bancos, con el comercio exterior, con los puertos, con las empresas que producen los alimentos, expropiarlos y ponerlos bajo control de sus trabajadores y del pueblo para que dejen de ser ellos y su casta política los que pongan las reglas de un juego en el que siempre terminamos perdiendo.