El 16 de junio se conmemora el día de la Ciencia Digna, en homenaje al investigador Andrés Carrasco. Con motivo de ello, hablamos con Alicia Massarini. Alicia es Doctora en Ciencias Biológicas, docente de la UBA y de otros espacios, fue investigadora del CONICET y es integrante de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y el Ambiente (UCCSNAL).
Invitamos a que lean esta interesante nota que, al decir de la propia Alicia, “ayuda a abrir espacios de reflexión sobre cosas tan importantes, tan poco comunes y tan ocultas”.
Borrador Definitivo: El dieciséis de junio es el día de la “Ciencia Digna” tomando la fecha del nacimiento de Andrés Carrasco, que es, en toda esta cuestión de la pelea socioambiental, un referente muy importante. Fue uno de los primeros que denunció las consecuencias del glifosato y, justamente por eso, fue perseguido tanto por el entonces gobierno (de la actual Vicepresidenta) como por los gobiernos sucesivos. La pregunta es si hoy sigue estando vigente lo planteado por Andrés.
Alicia Massarini: Sí, sin duda. Hay más de cien publicaciones científicas que muestran los efectos en la salud del glifosato, efectos que tienen que ver con lo que él señalaba, la teratogénesis, es decir la aparición de malformaciones. Y también otros impactos que tienen que ver con la aparición de enfermedades crónicas en animales, pero también en estadísticas que tienen que ver con epidemiología hecha en poblaciones humanas. Entonces sí, cada vez está más claro lo que planteaba.
Ya no necesitamos más evidencia ni más pruebas para tener certeza de que este veneno está afectando la salud de los humanos y de toda la biota (NdR: la biota es el conjunto de los organismos vivos), de todas las especies que lo reciben masivamente. Porque el uso del glifosato es algo descontrolado, especialmente en nuestro país donde están las tasas más altas de aplicación del mundo: más de 500 millones de litros por año. Pero lamentablemente se están usando muchos otros que en muchos casos son aún más tóxicos que el glifosato, como el glufosinato de amonio. Y las mezclas de todos esos agrotóxicos dan como resultado sustancias que son desconocidas y cuyos efectos son imposibles de medir, pero seguramente son aún más tóxicos que cada uno de ellos por separado.
BD: Ahora, los gobiernos y los estados están lejos de tomar en cuenta de esta situación. Por el contrario se sigue profundizando esa lógica. Por ejemplo ahora con el trigo transgénico, con el HB4, que se está impulsando en la Argentina.
AM: Es notable, ¿no? Y sin embargo se siguen generando transgénicos que son resistentes a estos venenos. El trigo, por ejemplo, que ya se está incluyendo en la alimentación, y ahora se está por aprobar una caña de azúcar, también transgénica y resistente al glufosinato de amonio. Esto incluso sin tomar en cuenta que en la región ya hay otros países donde se ha prohibido el uso de estos venenos. Por ejemplo, países latinoamericanos como en México, donde se prevé dejarlos de usar completamente. Aquí, como el exceso de uso favorece la aparición de resistencia en las malezas y ya no es suficiente este veneno, se implementan otros (como el que nombré antes) que son 15 veces más tóxicos que el glifosato.
BD: Otro aspecto en la acción de Andrés Carrasco ha sido intentar permanente vincular estas investigaciones científicas la lucha de los pueblos contra estos modos de producción. Podemos decir que ha sido un faro al respecto.
AM: Sí, Andrés ha sido un faro para la comunidad científica. De hecho, si bien él recibió el castigo de los pares por tomar estas actitudes tan decididas y tan valientes, de hacer una denuncia pública de todo esto; afortunadamente mucha gente más joven de esa comunidad científica comprendió en muchos casos el significado de este cambio, de esta manera de plantarse frente a la sociedad, de plantear una nueva relación entre la ciencia y la sociedad. Y muchos científicos jóvenes están tomando ese camino de vincularse a las comunidades, tratar de comprender cuáles son las demandas, establecer una ciencia al servicio de la sociedad. Me parece que Andrés, con la actitud ética que él tomó de revelar a la sociedad, inclusive en un diario de pública circulación, los resultados que había obtenido, realmente marca un antes y un después. Y si bien él fue en ese momento resistido por muchos pares y por las autoridades del CONICET, Barañao, etcétera; su semilla ha germinado ampliamente porque son muchos los jóvenes que están trabajando en esa dirección.
BD: Vos que estuviste cerca de él durante ese proceso, ¿cómo vivió él toda esta situación de persecución?
BD: Él la vivió con mucho dolor. Porque fue muy duro el hostigamiento. Él recibió críticas públicas, también en privado, en su institución, de su gente cercana, desde una lógica que era alinearse con la lógica del sistema, que era esperar, por ejemplo, a publicar esos resultados en una revista internacional para poder darlos a conocer. Se lo criticó desde ese lugar. Pero en realidad era muy claro que esa no era la verdadera crítica, no era la crítica que motivaba toda esa reacción. Sino que él estaba mostrando el lado oscuro de un modelo que muchos no querían ver y otros estaban promoviendo activamente en la comunidad científica. O sea, había lo que él llamaba silencios cómplices, y también quienes estaban asociados a las corporaciones y tenían intereses materiales muy claros en el desarrollo de este modelo. Entonces todo eso fue muy bravo.
Yo creo que igual, para él, el cariño y el acompañamiento de las comunidades con las que trabajó fue lo que lo sostuvo en pie. Entonces, cuando él recibió todo ese hostigamiento, redobló la apuesta por ese lado, de estar cada vez más cerca de las comunidades y de ir a presentar sus resultados a cada escuela, universidad, asamblea, que se lo demandara. Y ahí él recibía todo el cariño de esas personas que estaban padeciendo el problema y agradeciendo que hubiera un científico que estuviera dispuesto a dar la cara.
BD: Esto me lleva a otra reflexión: Cuando hablamos de esta corriente, de la cual Carrasco fue parte y mentor por la Ciencia Digna, por contraposición tenemos que pensar también en una Ciencia Indigna.
AM: Sí, la indignidad de, digamos, el desarrollo de una disciplina en función de generar mercancías y de los intereses del mercado y de las fuentes de financiamiento, que siempre están asociadas a la necesidad de producir y ganar más dinero, de privatizar el conocimiento, de generar mercancías, en fin, esa es la ciencia hegemónica. Lamentablemente, lo que llamamos Ciencia Digna todavía se encuentra en un lugar secundario, un poco a la sombra del sistema, que no se tiene mucha propensión a financiar investigaciones de esas características. Igual, yo soy bastante optimista respecto a que esa Ciencia Digna va ganando su lugar. Va creciendo entre los jóvenes. Y yo apuesto a eso, a que esos jóvenes que en algún momento se preguntaron ¿qué estamos haciendo?, ¿ciencia para qué?, ¿ciencia para quién? Están buscando respuestas en el trabajo interdisciplinario, en el trabajo de diálogo de saberes con las comunidades, y buscando la manera de encontrar esos resquicios del sistema para darle otro sentido a la labor científica, el sentido de la ciencia al servicio de la sociedad, del bien común, de los pueblos.
BD: Hace unos días hablamos con la periodista Anabel Pomar, que fue parte del equipo del espacio La Vaca que analizaron los papeles internos de Monsanto, y ella contaba cómo, de entradita nomás, Monsanto sabía de la toxicidad del glifosato, lo cual viene a reafirmar todo lo que vos estás diciendo.
AM: Sí, sin duda. Hay como un “aura”, digamos, que se siembra sobre los trabajos que muestran los impactos en la salud de los agrotóxicos. A eso lo sostienen mientras pueden, pero hay un momento en el que ya no se puede seguir sosteniéndolo y se cae. Monsanto ha perdido ya varios juicios millonarios en Estados Unidos de personas que enfermaron debido al glifosato y que hicieron demandas judiciales. Entonces, es algo que en algún momento termina por revelarse. Pero los intereses comerciales hacen que se oculten las evidencias científicas y que se pongan en duda aquellas que son independientes y demuestran los daños y los impactos. Lo mismo ha pasado con el DDT, con el tabaco, con el asbesto. Se trata de sostener el negocio durante el mayor tiempo posible, aunque se sepa que está matando.
BD: Ahora, esta cuestión de los agrotóxicos es solamente una parte, vinculada a otros mecanismos extractivistas, que también trae el desmonte, la destrucción de la biodiversidad, y que son la base que nos expone a virus como el Covid o a la extensión del dengue.
AM: Así es, Es un modelo, un paquete tecnológico que trae aparejados todos esos daños. O sea: no se puede pensar en un modelo transgénico amigable con el ambiente,como se lo presentaba al principio. El modelo transgénico implica monocultivo, implica agotamiento de suelos, cambio climático, desmonte, destrucción de ecosistemas y, por cierto, daños importantes en la salud. Porque, como lo plantea muy bien Damián Verzeñazi y todo el Instituto de Salud Sociambiental de Rosario, tenemos que hablar de una sola salud. Con ecosistemas diezmados, enfermos, dañados, es imposible que las poblaciones humanas no estemos del mismo modo, enfermas. Tanto en cuanto a la alimentación que recibimos como en cuanto al ambiente en el que nos desenvolvemos. Y sin duda, la pandemia, las pandemias, son resultado de este desequilibrio, de esta destrucción.
BD: Una de las cosas más graves de esta situación, a nuestro entender, también es la persecución contra muchas voces que se han levantado para denunciar esto que vos decís en relación al Covid.
AM: En realidad son voces disidentes, curiosamente, Porque es tan evidente, hay tantos ejemplos de cómo se producen estos brotes de enfermedades zoonóticas, es decir, enfermedades que pasan de una especie silvestre a los humanos como resultado de la destrucción de ecosistemas. Hay muchos ejemplos y están perfectamente estudiados y no hay ninguna duda que, frente a una crisis ambiental como la que estamos transitando, las pandemias van a ser algo recurrente. No hay manera de evitar, en la medida que la destrucción de la biodiversidad continúa, y a un ritmo muy acelerado, que haya nuevas pandemias.
Se ha hablado de cómo generar vacunas, de cómo tratar la enfermedad, de cuántos muertos, qué porcentaje de mortalidad tiene, puros números. Y no se ha reflexionado acerca de cuáles son las causas. Porque eso es lo que, de alguna manera, nos permite tener una visión lúcida de dónde estamos parados y qué cosas se podrían hacer para tender a evitar la repetición de situaciones tan penosas como la que experimentamos en 2020 y 2021.
BD: Ahora la Organización Mundial de la Salud dice que la emergencia por la pandemia se terminó. Y parece ser que no hay balances al respecto, no hay reflexión, no hay absolutamente nada.
AM: Sí. Efectivamente es curioso eso ¿verdad? En algunos ámbitos sí estamos tratando de sostener la llamita prendida de la reflexión, porque evidentemente esto no ha sido un evento casual, catastrófico, único. Están dadas las condiciones para que esto se repita. Fíjate que éstas, que serían enfermedades emergentes, que pasan de ecosistemas silvestres o naturales a poblaciones humanas, a mediados de los 70 aparecía una cada 15 años más o menos, pero en la actualidad surgen entre 1 y 5 cada año. Entonces, esta enfermedad, el Covid, a pesar de la cantidad de muertos, tenía un índice de mortalidad relativamente bajo, de un 1%. Pero, ¿qué pasaría si se genera una pandemia con una enfermedad como el ébola, por ejemplo, o alguna de estas otras enfermedades emergentes que tienen índices de mortalidad del 50 al 60%?
Y lo peor es que estamos expuestos a que eso ocurra porque, de hecho, en la medida que los ecosistemas se destruyen y que esos organismos (que están de alguna manera equilibrados, balanceados, sostenidos y diluidos en los ecosistemas naturales) pasen a las poblaciones humanas, (porque esos animales portadores en muchos casos son roedores o murciélagos que migran por falta de recursos y rápidamente toman contacto con los conglomerados humanos); entonces la probabilidad de que esto vuelva a ocurrir es muy alta, no hay ninguna posibilidad de que esto deje de pasar. Entonces: ¿cómo es posible que no se reflexione acerca de cómo operar de alguna manera sobre las causas? Eso me parece que es el principal desafío que tenemos.
Yo trabajo mucho con docentes de biología y apuesto mucho a la educación, pero también a la política pública, que es lo que de alguna manera en estos contextos puede tener más peso inmediato. Porque no tenemos tiempo de esperar nuevas generaciones esclarecidas. La crisis está en curso y necesitamos una toma de conciencia general, y políticas públicas que puedan afrontarla.
BD: Y sin embargo parece ser, tomando en cuenta lo que uno ve, que las políticas públicas van en un vector completamente distinto.
AM: Sí. Sin duda. Fíjate que en plena pandemia se planteaba instalar mega granjas de cerdos, que son espacios donde se cocinan los virus, porque cualquier enfermedad emergente que pueda desarrollarse en un contexto de ese tipo, con esa cantidad enorme de animales que se hacinan en estos emprendimientos comerciales, tienen muchas posibilidades de diseminarse, mutar y adquirir formas que sean compatibles con infectar humanos.
Entonces, las políticas públicas iban por ahí, iban también por el lado de seguir fumigando, la fumigación se consideró en plena pandemia como una de las actividades prioritarias, como si fuera una actividad de salud. Sí, lamentablemente, tanto en el curso de la pandemia como en la post pandemia, las políticas públicas están mirando hacia el mercado y no hacia la salud de nuestro pueblo, y bastante vinculadas al negocio de las empresas.
BD: A su vez, parece que estamos en una paradoja en la que los laboratorios accionistas de este modelo productivo que liquida la biodiversidad, después aparecen con un trigo resistente a la sequía o con una vacuna contra una enfermedad zoonótica.
AM: El sistema va generando enfermedad y a su vez un mercado de drogas para las personas que enferman. Con enfermedades crónicas como cáncer, por ejemplo, que es muy claro que en algunos casos es resultado de la exposición a sustancias tóxicas o a una alimentación tóxica. Y al mismo tiempo van haciendo una apología del modelo, planteando que es el modelo que puede calmar el hambre del mundo, lo cual tampoco ha ocurrido. Porque desde que se instala el modelo transgénico, los índices de hambre en el mundo no han parado de aumentar.
Entonces, sí, este modelo nos enferma y las mismas empresas que producen los insumos para este modelo productivo, producen las drogas que después supuestamente controlan o apuntan a curar esas enfermedades que el propio modelo produce. Entonces es muy perverso, realmente es algo muy perverso, quizás bastante invisible para la mayor parte de la gente y eso es lo grave, ¿no?
Por eso el desafío es trabajar en difundir estas ideas, esta información, apuntar a la toma de conciencia. Porque las políticas públicas, evidentemente, están completamente estructuradas en función de los intereses económicos de las corporaciones, que son las que realmente gobiernan, más allá del signo político del gobierno de turno. Este modelo no ha parado de expandirse desde el año 96 y el ritmo lo van poniendo las corporaciones, que van introduciendo estos nuevos productos en el mercado. Las políticas públicas acompañan, apoyan, promueven. Y también las políticas científicas, no hablemos sólo de las políticas económicas, sino también de las políticas científicas que premian este tipo de asociaciones entre lo público y lo privado, premia el patentamiento, premia el desarrollo de este tipo de semillas como la del trigo transgénico, que lo que hace es seguir contaminando el ambiente, intoxicando nuestra alimentación y generando ganancias, que en este caso se presentan como virtuosas porque una parte iría para el Estado.
Pero no queremos un Estado envenenador, no queremos un Estado patentador, queremos un Estado que esté pensando en el bien común, ¿verdad? Entonces no lo hace menos perverso ni más virtuoso el hecho de que la patente, en parte, la tenga el CONICET. Y digo en parte porque prioritariamente la tiene una empresa privada y no es de público conocimiento tampoco qué porcentaje le corresponde al estado y qué porcentaje se lleva la empresa privada, pero sospecho que no debe ser muy conveniente para el erario público todo esto. Entonces el hecho de que sea nacional es bastante relativo, porque aunque fuera completamente nacional o tenga la banderita norteamericana, no lo exime de ser veneno, no lo hacen menos tóxico.
BD: Esto se plantea también con el CONICET, donde una inmensa mayoría de los investigadores que trabajan ahí lo hacen en función de desarrollar productos transgénicos.
AM: Sí, claro. Es que son las líneas de investigación que tienen mayor financiamiento y eso es lo que va determinando hacia dónde va el rumbo de la ciencia. Esto ya lo planteó en los años 70 Oscar Barsaschi, en varias publicaciones que hizo en esos años muy polémicas, donde él planteaba esta cuestión de para qué y para quién. No es que necesitamos solamente más financiamiento en ciencia como lo reclama la mayor parte de la comunidad científica, que se enoja cuando baja el financiamiento. El tema es más financiamiento, pero hay que preguntarnos para qué. O sea, tenemos que preguntarnos cuáles son los sentidos de la ciencia, porque si todo eso va a parar a desarrollos que finalmente terminan siendo apropiados por corporaciones a través de patentes, pero generados en muchos casos con recursos públicos. Entonces un país pobre como el nuestro, además de estar cada vez más sometido a este modelo de producción y de dependencia, está gastando sus pocos recursos en algo que va a parar a manos privadas. Entonces, hay mucho que reflexionar sobre esto. Y yo creo que se merece un debate público. Y ahora, en un periodo eleccionario, además, la necesidad de que sea parte del debate de los rumbos de nuestro país, qué política científica es la que necesitamos.
BD: Lo mismo podríamos decir de las universidades, los profesionales que se forman en las facultades de agronomía y otras carreras que son, en gran parte, financiadas por las empresas.
AM: Seguro, esto recrudeció mucho en los años 90, cuando se desfinanció la universidad completamente. Y entonces ahí las corporaciones entraron duro en las instituciones públicas con subsidios y financiamiento, que después se transformó en el uso de la infraestructura y los recursos humanos públicos al servicio de sus intereses y sus desarrollos. Y eso lamentablemente no se revisó, sino que en muchos casos se profundizó en los siguientes años, por ejemplo en la llamada “década ganada”. Y claramente, también ha significado un formateo de profesionales: ingenieros agrónomos que son hinchas fanáticos del glifosato y siguen sosteniendo que no hace nada.
Ahora, yo ahí también tengo una gota de optimismo porque, por ejemplo las Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria, se han diseminado en muchas facultades en los últimos años, y se han instalado como un faro crítico. O también Cátedras de Agroecología, prestigiosas y formales en La Plata, por ejemplo, o en la Facultad de Agronomía de la UBA también, como espacios alternativos, pero académicamente legitimados. Entonces, creo que algo hay de pensamiento crítico ya instalado, ganando terreno, que de a poquito yo pienso que puede llegar a prosperar. Porque muchos chicos no están conformes con lo que les ofrece el sistema hegemónico, y empiezan a mirar para otro lado. Y si hay alternativas instaladas en las instituciones, eso alienta. Por ejemplo, por un lado está el grupo de los creadores del trigo transgénico en la Universidad del Litoral, pero del otro lado también está Rafael Lajmanovich, que es un científico enorme, con un gran compromiso, y que también es un faro para muchos pibes. Entonces estamos en eso, viendo cómo contribuimos a un cambio.