Agradecemos a David Paoli Testa, fotógrafo y militante por este texto publicado en distintos espacios.
La primera vez que se interpretó “Strange fruit” en un garito nadie aplaudió. Segundos antes de terminar la canción, cuando la intérprete pronunciaba las dolientes últimas palabras (“esta es una extraña y amarga cosecha”), las luces del Café Society neoyorquino, con capacidad para 200 personas, se apagaron. Instantes después se encendieron, pero la cantante había desaparecido. Billie Holiday estaba vomitando en el pequeño baño del local, sobrecogida después de su estremecedora interpretación.
Fue una pieza breve, solo tres minutos que cambiaron para siempre la historia de la música comprometida. Mientras la primera canción antirracista nacía, justo en ese momento, a muchos kilómetros de allí, en España, se levantaba un nuevo monumento a la intolerancia y la barbarie: el general Franco ordenaba los últimos bombardeos para aplastar a la República. Empezaba la dictadura. Era la primavera de 1939.
El Café Society era un Club de los intelectuales liberales y de izquierda en la bohemia de Nueva York de la Greenwich Village. Aunque era sobre todo visitado por blancos, acudía un público mixto—fue de los primeros clubs de fuera de Harlem en los que se atendía por igual a blancos y a negros. El propietario, Barney Josephson, era un vehemente partidario de la integración racial, así como del buen jazz y la buena conversación. Holiday dudó al principio sobre si incluir Strange Fruit en su programa. Tras las primera actuación en público, los espectadores quedaron en silencio y al recuperar el aliento después de aquella desgarrada actuación, empezaron, al principio dubitativos para ir cobrando fuerza, los aplausos.
En efecto, para Billie Holiday (Filadelfia, 1915-Nueva York, 1959) era doloroso atacar Strange fruit. “Cantarla me afecta tanto que me pone mala. Me deja sin fuerzas”, señala la cantante en su autobiografía, Lady sings the blues. Y cuenta una anécdota que refleja el choque emocional que libraba con la canción: “(Después de cantar Strange fruit) Entró una mujer en el lavabo de señoras del Downbeat Club y me encontró desquiciada de tanto llorar. Yo había salido corriendo del escenario, con escalofríos, desdichada y feliz al mismo tiempo. La mujer me miró y se le humedecieron los ojos. ‘Dios mío –dijo–, en mi vida oí algo tan hermoso. En la sala se podía oír volar a una mosca’”.
La letra de Strange fruit tiene solo tres estrofas, profundas, dolientes:
"De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. Extraña fruta cuelga de los álamos. Escena pastoral del valiente sur. Los ojos saltones y la boca retorcida. Aroma de las magnolias, dulce y fresco. Y el repentino olor a carne quemada. Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire, para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer. Esta es una extraña y amarga cosecha".
Lo curioso es que el poema está escrito por un blanco. El autor es Abel Meeropol, un judío que militaba en el Partido Comunista y trabajaba de profesor. Meeropol, que se crió en el Bronx neoyorquino, adoptó el seudónimo de Lewis Allan para publicar el poema en el periódico del sindicato de profesores de Nueva York. Lo tituló de Bitter Fruit (Fruta amarga). Luego cambió bitter (amarga) por strange (extraña), probablemente porque expresaba mejor el mensaje. Se inspiró para escribir el poema en una cruda fotografía de los cuerpos de Thomas Shipp y Abram Smith, ambos negros, colgados macabramente de un árbol con la ayuda de una cuerda (“extraños frutos cuelgan de los álamos”). El linchamiento se produjo en Marion, Indiana, EE.UU., en agosto de 1930.
Meeropol escribió una sencilla melodía para el poema. Su mujer fue la encargada de cantarla, siempre en reuniones de amigos y familiares. Hasta que un día le dieron la canción a la cantante negra Laura Duncan, que la interpretó una noche de 1938 en el Madison Square Garden. Entre el público se encontraba Robert Gordon, trabajador del Café Society, tugurio donde Billie Holiday solía actuar. Gordon le informó del descubrimiento al dueño del Society, Barney Josephson, militante izquierdista. La conexión ya estaba hecha.
El 20 de abril de 1939 la cantante entraba en el estudio para grabar la pieza. Melódicamente no es una canción común. Arranca con una melodía de trompeta seguida de un piano. Holiday no entra a cantar hasta que pasa un minuto y diez segundos, de un tema que dura solo 3,05. La cantante está en acción menos de dos minutos. La sesión de grabación duró cuatro horas. Strange fruit no se convirtió en un gran éxito de ventas. Solo con el tiempo alcanzó la condición de mito. Como señala Dorian Lynskey en su excepcional “33 revolutions per minute”, Strange fruit no fue la primera canción protesta de la historia, pero sí fue la primera que impactó en el mundo del espectáculo. Antes de eso las piezas reivindicativas se circunscribían al ámbito de los mítines, las huelgas o las fiestas sindicalistas, pero nunca entraron en el masivo escenario de la cultura popular. Más aun, las versiones de la canción que se habían hecho hasta ese momento habían cantado el poema como canto de batalla o recitadas con un patetismo a menudo exagerado. Billie Holiday, en cambio, la transformó en un discurso inmediato y de mucha fuerza. Una biografía de Billie señala que: “cuando Billie cantaba se tenía la emoción directamente de los pies del árbol”. Esta interpretación llegaba tanto a los grandes auditorios como a los pequeños, más allá de los círculos afines y en consecuencia ayudó a concienciar a grandes masas de población de los horrores de las relaciones entre blancos y negros. Sin embargo en los estados del sur, donde de por sí actuaba poco, cantó la canción aún más raramente, pues sabía que causaba irritación. En Mobile, Alabama fue perseguida hasta salir del estadio sólo porque intentó cantarla.
Holiday tenía solo 23 años cuando cantó la pieza por primera vez. Todavía no había pasado por el calvario que fue su vida. Perseguida por negra y adicta a las drogas, pasó por la cárcel y se le prohibió actuar en los clubes de Nueva York durante años. Incluso cuando murió de cirrosis con solo 44 años, se encontraba bajo arresto domiciliario por tenencia de narcóticos. Sus tempestuosas relaciones amorosas quebraron aún más su capacidad de resistencia.
Todo lo que para ella era ser negro en Estados Unidos en aquella época represiva lo vertía en esa canción. Con el paso de los años, y con el sufrimiento acumulado, las interpretaciones de Strange fruit por parte de Billie Holiday fueron más intensas. Durante alguna etapa de su carrera (la más oscura) llegó a quitar la canción de su repertorio. Pero siempre volvía a ella. Hubo incluso algunos promotores que le exigieron que no la cantara, sin duda por el impacto emocional que producía en ella y en la audiencia (los camareros dejaban de servir copas por respeto y escuchaban al fondo de la sala), pero ella empezó a incluir una cláusula en los contratos reservándose el derecho a interpretar el tema.
En la década de los cincuenta el deterioro de su salud se acentuó. Su adicción a la heroína y sus problemas policiales no tenían fin. Como cuenta el periodista David Margolick, cuando cantaba eso de “los ojos saltones y la boca retorcida”, Billie ya no hablaba solo de aquellos negros apaleados: se refería a ella misma, a su estado físico de aquella época. Y como ella misma dice en su autobiografía “Esta canción consigue que la gente que está en orden se separe de los cretinos y los idiotas”.
Hay una anécdota que ilustra vívidamente la huella de Strange Fruit y su relación con su intérprete. En los años finales de su vida, alguien reconoció a Billie en una sombría callejuela de Nueva York, caminando sin rumbo, con aspecto de vagabunda. El tipo, sorprendido por la desastrada imagen de la cantante, le dijo: “¿Qué estás haciendo con tu vida, Lady Day?”. Y, ella, desafiante, le contestó: “Bien, ¿sabes?, aún sigo siendo una negra”.