Inflación, crisis política, enfrentamientos en el frente gobernante, ajuste, negociación con el FMI, inflación, más ajuste… Entrevistamos a Adrián Piva, sociólogo y estudioso de la economía política argentina actual para comprender un poco más la realidad que nos golpea.
Entrevista: Luis Cuello para Borrador Definitivo
Hay en la Argentina actual un imperativo categórico que determina toda la vida política del país y sus habitantes, y es la inflación. La suba constante de precios (que actualmente comienza a ser un problema en otras partes del mundo, incluso en el mundo llamado “desarrollado”) es en nuestro país, y cada vez con más fuerza, ese factor que rige todo lo demás, desde las macropolíticas de los dirigentes burgueses hasta las acciones cotidianas de cada trabajador o trabajadora a la hora de administrar sus ingresos cada vez más flacos.
Pero, ¿de dónde viene esa inflación?, ¿cómo se explica esta movilidad ascendente de los precios en un país que, por lo demás, produce una buena parte de los artículos que consume su población? Distintas voces dan distintas explicaciones, dependiendo del proyecto burgués que representen.
Por supuesto que a quienes hacemos Borrador Definitivo nos interesa analizar la cuestión desde un punto de vista que pueda explicar el asunto hacia la clase trabajadora y los sectores populares, quienes más sufrimos esta coyuntura. En busca de esas respuestas es que entrevistamos a Adrián Piva. Adrián es sociólogo (UBA) y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes. Se desempeña como docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, como docente e investigador de los departamentos de Economía y Administración y de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes y es investigador de CONICET. Es autor de distintos libros (“Acumulación y hegemonía en la Argentina menemista” y “Economía y política en la Argentina kirchnerista”), compilador de otros (como “El modo de acumulación en la Argentina contemporánea”) además de autor de distintos artículos sobre política y economía en la Argentina contemporánea.
Borrador Definitivo: En este universo tan amplio de la realidad nacional hay dos o tres puntos que hoy están ubicados el centro: uno es el acuerdo llevado adelante por este gobierno legitimando la deuda externa, el otro es el proceso inflacionario que golpea de una manera terrible a los sectores populares y, por otro lado, todos los procesos políticos en lo que podríamos llamar el bloque dominante ya sea dentro del Frente de Todos (FdT) o de Juntos por el Cambio (JxC). ¿Cómo pensar esto?
Adrian Piva: Ahí hay varios aspectos que se dan juntos y que tienen su origen de alguna manera en una crisis común, que es la crisis del neoliberalismo. Para decirlo de la manera más simple posible: el neoliberalismo suponía un modo de dominación política que se articulaba alrededor de la presión de la competencia del mercado. Tanto en la competencia internacional, o bien ligado a las empresas buscando reestructurar, aumentar su productividad, bajar salarios a los trabajadores que se veían obligados a competir en los mercados de trabajo en un contexto de desmovilización, individualización, aumento del desempleo, fragmentación… Y todo eso estaba articulado alrededor de lo que en su momento fue la convertibilidad, un régimen o una política monetaria restrictiva que ponía un corset a la inflación. De hecho, los que tenemos más de 40 o 50 años, recordamos claramente que en ese momento, en la crisis, ocurría lo contrario: había deflación, bajaban los precios.
Lo que ocurre con la crisis de 2001 es que es parte de un proceso de crisis del neoliberalismo de la región y que, a partir de 2001 y ante la crisis mundial de 2008, se transformó en una crisis global del neoliberalismo. Y lo que se rompe es esa restricción monetaria. Entonces empieza a pasar que un conjunto de fenómenos se expresan de manera inflacionaria como ocurría antes, en los ´80 o en los ´60, periodos en los cuales los métodos de dominación no se centraban en la restricción monetaria sino que eran métodos predominantemente políticos, donde la intervención del estado, o la internalización de los antagonismos a través del estado, era muy central y se expresaban en un conjunto de fenómenos de manera inflacionaria. No es casual que esto ocurre desde 2002 en adelante y particularmente lo que pasa es que en ciertas situaciones de estancamiento o crisis, y en las cuales se bloquea la salida capitalista de la crisis, los fenómenos inflacionarios se agudizan. Esto es lo que ha pasado en la Argentina desde 2012, y en particular desde 2014, cuando los pisos y techos de inflación empiezan a subir. Y son fenómenos que son difíciles de revertir.
Si lo vemos a escala mundial, esto también tiene su expresión. En realidad, uno podría decir que la inflación tuvo que ver con la pandemia, el cuello de botella de los insumos y ahora la guerra en Ucrania. Y eso es cierto. Hay inflación de costos, podríamos decirlo en un modo tradicional, que tiene que ver con el aumento de insumos vitales para el funcionamiento de la economía capitalista, para la reproducción de las fuerzas de trabajo, para la incorporación de las materias primas e insumos necesarios para producir. Pero no necesariamente se deben expresar mediante un proceso inflacionario. Por ejemplo puede haber una caída de las ganancias sin que aumenten demasiado los precios, o con aumento de los precios que en realidad expresan muy parcialmente el aumento de los costos. Lo que ocurre es que, desde la crisis de 2008, a nivel global también hubo políticas de relajamiento monetario, de crisis del neoliberalismo, sin que aparezca una alternativa clara. Por eso la incertidumbre no es solo un proceso nacional o regional, sino que vemos fenómenos de incertidumbre a nivel global en Europa, EE UU, recurrentemente en el sudeste asiático e incluso China empezó a tener problemas desde 2012. Creo que hay un conjunto de elementos que están juntos y que se articulan a través de esta crisis del neoliberalismo.
En el caso argentino lo que pasa desde 2012 es que los intentos de ajuste y reestructuración se encontraron con ciertos límites por parte de un movimiento popular que tuvo capacidad de bloqueo. Esto lo vimos claramente en los últimos años de gobierno de Cristina Kirchner y también lo vimos así durante el gobierno de Macri. El triunfo del FdT expresó hasta cierto punto eso y las presiones por arriba y por abajo que se expresan en el FdT tienden a mostrar que persiste cierto bloqueo a estas políticas, aunque en condiciones cada vez más adversas, ya que hay un proceso de desmovilización que se ha venido dando por efecto de la crisis. La crisis erosiona la capacidad de resistencia de los trabajadores y de los sectores populares. A esto se agrega también la integración institucional de sindicatos o movimientos sociales que son parte de la coalición política del FdT y que han sostenido ese proceso de desmovilización y han logrado mantener, con mayor o menor éxito (mayor éxito entre los ocupados y menor entre los desocupados) esa desmovilización. Al gobierno se le hace difícil avanzar en los objetivos de más largo plazo que permitirían una salida de la crisis. Algo parecido a lo que le pasó a Macri desde diciembre de 2017.
B.D.: Diciembre de 2017 fue un quiebre importante porque puso en evidencia la política del kirchnerismo y del peronismo en sostener un gobierno, sosteniendo a Macri hasta el 2019.
A.P.: Exactamente. Un hecho singular de lo que ocurrió con el gobierno de Macri, fue que cuando se produce el fenómeno de los enfrentamientos callejeros en la plaza del Congreso, en ocasión de la discusión de la reforma previsional. Pensado en términos cronológicos, eso fue parte del proceso de movilización que se extendería en Latinoamérica y otras partes del mundo entre 2018 y 2019. Pero en Argentina el peronismo fue capaz de desmovilizar e integrar institucionalmente ese descontento. Lo cual tiene efecto porque, contrariamente al discurso que escuchamos habitualmente, lo que le permitió a la derecha salir con cierta fortaleza, y ser hoy una alternativa para 2023, es eso en parte. Fijémonos, como contrapartida, lo que pasó en Chile: en Chile Piñera se fue en condiciones muy diferentes a las que se fue Macri y eso tuvo que ver con la canalización institucional del descontento popular que hizo el peronismo y que sigue teniendo éxito en sostenerla, hasta cierto punto, más allá de que hay aumento de las protestas sobre todo dentro de los movimientos sociales que son el eslabón débil de la cadena de contención.
B.D.: Con respecto a los movimientos de desocupados, el gobierno de Macri tuvo más planes sociales que el gobierno kitchnerista, y muchas organizaciones peronistas, como el movimiento Evita, fueron las que manejaron esos planes.
AP- Eso se vincula con lo que charlábamos antes. Justamente ahí se evidencian las dificultades que tienen para avanzar en los procesos más de fondo, lo que los neoliberales llaman “las reformas estructurales”: la reforma laboral, la tributaria, la previsional -que acá fue muy parcial, con idas y vueltas en los modos de cálculo, que impactaron en las jubilaciones pero que no produjeron un cambio de fondo en el sistema previsional-. Esas dificultades se expresan también en estas cosas. Por ejemplo, Macri debió aumentar la asistencia social para garantizar la paz social. Es decir negociar con los movimientos sociales, sostener el mecanismo de integración estatal de sindicatos, de movimientos sociales; y eso se traduce en aumento del gasto. Por eso lo que planteaba antes de “la expresión inflacionaria” en ciertos fenómenos. Es decir, en la medida que los gobiernos tienen dificultades para llevar adelante esos procesos de ajuste y reestructuración a fondo, eso se expresa en procesos de déficit fiscal, devaluación, aceleración de la inflación que son modos anárquicos, porque son los modos en que responden los capitalistas individuales: dejando de invertir, fugando capitales, etc. Pero, a fin de cuentas, de ofensiva contra los trabajadores porque la inflación es un ataque que no solo nos baja los salarios, sino que nos desorganiza. Porque en la medida en que la inflación se acelera, lo salarial empieza a ser cada vez más impotente porque, como decía el viejo adagio peronista, “los precios suben por el ascensor y los salarios por la escalera”, en la medida que empieza a ocurrir eso, empieza a entrar en crisis la forma de respuesta de los trabajadores a través de los sindicatos y entonces nos desorganiza. La inflación no es solo un problema económico, es también un problema político.
B.D.: Coincidiendo en que todavía no han logrado ir a fondo, igual han dado pasos importante en esas reformas porque, para la gran burguesía, lo que no sale por ley se está aplicando a cuentagotas en las fábricas y en los lugares de trabajo.
A.P.: Eso está pasando y es un fenómeno que no es nuevo: Argentina está atravesando una larga fase de estancamiento y tendencia a la crisis que ya lleva una década, desde el 2012 y esto ocurrió en el pasado de forma más aguda. No tiene las dimensiones que tuvo aquel proceso entre el ´76 y el ´89/´90, que fue un periodo muy largo de fenómenos de estancamiento, crisis agudas, aceleración de la inflación. Pero, ¿qué es lo que tienen en común esos dos procesos?: que la salida de la crisis capitalista para la burguesía exige una ofensiva a fondo contra los trabajadores. Es un proceso de reestructuración, de transformación de la producción.
En aquel periodo, los procesos de reestructuración empiezan antes en las grandes empresas y sobre todo empiezan en periodos de cierta paz cambiaria. Con Martínez de Hoz y después, durante el Plan Austral en el gobierno de Alfonsín, se dieron procesos de reestructuración de las grandes empresas. Para dar un ejemplo: en su momento una de las grandes productoras de cemento, Loma Negra, introdujo una nueva planta en el periodo de Martínez de Hoz, allá por el ´78 y Techint modernizó una parte de Siderca en el ´86/´87, sobre el final del Plan Austral. Hoy, en la medida en que la utilización de la capacidad instalada es baja, que hay suspensiones, los trabajadores están más dispuestos a aceptar (y los Sindicatos a negociar) este tipo de reformas vía convenio. Es muy probable que lo que esté detrás de esto sean las reformas estructurales y que vengan de la mano de un intento del gobierno, a través de las llamadas políticas productivas del Ministerio de Desarrollo Productivo, de impulsar convenios como los que ya hubo en el sector hidrocarburífero (léase Vaca Muerta) o las concesiones que se han hecho en lo que se llama economía del conocimiento, donde se busca que un conjunto de sectores aumente la productividad vía peores condiciones de los trabajadores, flexibilización laboral, reducir los costos de la incorporación de nuevas tecnologías o favorecer la competencia vía costos por no poder incorporar las nuevas tecnologías. Es probable que esa vía continúe.
B.D.: La posibilidad de la burguesía de imponer estas reformas, ¿traería un nuevo ciclo de crecimiento?
A.P.: Hay un elemento que yo llamo “confianza de clase” y que los neoclásicos o los keynesianos llaman “expectativas”. Para que haya un nuevo ciclo de inversión tiene que haber expectativas positivas de los empresarios. Y esto tiene algo de cierto cuando se está en el momento más serio de la crisis. Pero no es un problema de expectativas individuales sino de confianza de clase. Justamente eso es lo que generan las grandes derrotas de la clase obrera. La dictadura y después la hiperinflación generaron esa “confianza de clase”. La caída del muro, el derrumbe de los socialismos reales, generaron esa confianza de clase. La salida de la segunda guerra mundial generó esa confianza de clase. Son momentos en los cuales se requiere esa señal desde el Estado en el sentido de una clara estrategia de subordinación de la clase obrera que genere esa previsibilidad en el sentido de que es posible pensar que no va a haber incertidumbre política ligada a posibles resistencias ni crisis generadas en los gobiernos por la capacidad de la clase obrera de incidir en las relaciones políticas de fuerza.
Y en la actualidad en la Argentina, más allá de cierta capacidad de veto o de bloqueo de la clase obrera o los movimientos populares, hay efectos de la derrota del ´76 al ´89 que no se han revertido nunca. La tasa de sindicalización, más allá de una recuperación en el mejor momento económico del kirchnerismo, nunca recuperaró los niveles anteriores al ´89/´90. Pero más allá de eso, hay tradiciones de lucha y organización que son un recurso para sortear esas dificultades. Si uno piensa en la Plaza de diciembre del 2017, donde estaban los movimientos sociales y muchos sindicatos, donde esas tradiciones de lucha y organización sirvieron como cemento para fusionar a esa clase obrera que en principio estaba fragmentada pero tiene la capacidad de producir un hecho político. Pensemos que organizaciones piqueteras que hoy no son las organizaciones mayoritarias, y que se enfrentan a un aparato integrado del Estado, que maneja mucha guita, tienen todavía la capacidad de generar un hecho político, generando una movilización y cortando las principales arterias de la capital de Argentina. Esa capacidad de lucha y de organización es el principal desafío y enemigo que tiene la clase dominante en la Argentina a largo plazo. Es una piedra en el zapato.
B.D.: ¿Esa capacidad de movilización y bloqueo es lo que genera la inestabilidad, tanto política como económica?
A.P.: Exacto. Es muy fuerte pero tiene ese doble carácter. Por un lado uno lo que ve, comparado a nivel mundial, es que las tasas de sindicalización en Argentina, aun con lo que cayeron, siguen siendo altas; y uno ve una capacidad organizativa de centralizar las luchas que podría generar una inestabilidad política. Pero por otro lado también eso genera las condiciones para canalizar el conflicto e integrar. Seguro tiene que ver también con esas tradiciones de organización y de lucha que tienen una larga historia incluso anterior al peronismo. Y también de integrarlas estatalmente como política del mismo. De ahí que la orientación política de las organizaciones tenga esa doble dimensión. La crisis del 2001 en gran medida, puso en movimiento eso. Por eso tenemos después la recomposición kirchnerista.
Por poner un ejemplo, lo que estuvo pasando en la Patagonia es muy interesante porque hubo momentos en los cuales las distintas luchas aparecieron articuladas de hecho (sin una articulación organizativa consciente). Aparecieron luchas de pueblos originarios, luchas contra el fracking, contra la minería a cielo abierto, y ese conjunto de luchas confluyeron de manera de generar una coyuntura política complicada para muchos gobiernos de la región. Son hechos que no tuvieron todavía la capacidad de nacionalizarse, no fueron parte de la gestación de un ciclo de protesta nacional, ni de movilización nacional, pero hay que tenerlos en cuenta porque muestran esa capacidad de lucha que hay en los sectores populares, en la clase obrera en Argentina.
B.D.: Ante esta situación, aparece la crisis de la propia burguesía, ¿qué pensás al respecto?
AP- Ese es un poco el punto porque por un lado tenemos las tendencias a la polarización, que son también paradójicas en sus efectos. Porque por un lado son una fuente de inestabilidad política y son un problema para que el gobierno de Alberto Fernández pueda llevar adelante ciertas políticas con cierta coherencia. Pero por otro lado es parte de los elementos que permitieron esta integración política del descontento popular desde el 2017. Esta polarización permitió un juego político y que esas demandas se tradujeran electoralmente. Es un desplazamiento del conflicto desde la oposición capital/trabajo hacia posiciones más difusas, más alejadas del centro del sistema, digamos, que producen menos efectos catastróficos en términos políticos. Ahora, la polarización es el mal menor en ese sentido. Si bien permite integrar, también es una fuente de inestabilidad permanente y eso lo estamos viendo no solo en Argentina sino que es parte del proceso de crisis del neoliberalismo, de incertidumbre a nivel global. Ahora lo vimos en las elecciones francesas y en un montón de lugares. En EE.UU. lo hemos visto. No es un fenómeno meramente local.
Por otro lado, está el hecho de que ciertas posiciones políticas, ciertas estrategias de respuesta política a estos problemas de dominación, empiezan a perder base material podemos decir. Es lo que pasa con el planteo del kirchnerismo de cierto bloqueo sin lograr dar una alternativa de salida capitalista. Ahí empiezan los problemas. Hay algo que se dice desde sectores de la izquierda, recuperando la crítica desde cierto keynesianismo sobre las políticas de ajuste, reestructuración, que es “el ajuste no puede llevar a otra cosa que a la profundización de la crisis”. Y no es tan así. Por lo que hablábamos antes, de la confianza de clase, de generar ciertas condiciones para una inversión que aumente la productividad, etc. Es decir, la ofensiva contra los trabajadores puede resultar en un proceso de crecimiento. Si el gobierno de Alberto Fernández fuera capaz de alcanzar esas metas acordadas, si efectivamente la clase capitalista empezara a tener confianza en que es posible llevar adelante determinado tipo de políticas, efectivamente se podría abrir un proceso de crecimiento. El problema es ¿Qué tipo de crecimiento?, ¿a costa de qué? Del otro lado, el kirchnerismo no tiene o no parece tener una alternativa de salida capitalista. Las propuestas políticas que surgen desde esos sectores no parecen tener mucha viabilidad. Esto es muy distinto que 2006, 2007, 2008, cuando había otras condiciones nacionales y mundiales. Los márgenes de libertad de acción política se restringen mucho en contexto de crisis e inestabilidad a nivel global.
B.D.: Y por el lado del movimiento obrero, también parecería haber una ausencia de alternativas.
AP- Es que detrás del crecimiento de las derechas, a nivel mundial, está ese problema de crisis de alternativa al capitalismo, que arrastramos desde el derrumbe de los socialismos reales, e incluso tendríamos que decir desde antes. Lo que pasa que se puso de manifiesto con el derrumbe de esos regímenes. Desde ese punto no es que no haya pasado nada: la clase obrera y los movimientos populares ensayan sus respuestas, nuevas estrategias y creaciones. Pero lo cierto es que el escenario de alternativas al capitalismo permanece abierto y eso es lo que nos debilita en la capacidad de resistencia, de lucha. Llega un momento que solo podemos ofrecer el bloqueo a los procesos de salidas capitalistas. Y ahí es donde la cosa se complica porque ahí es donde la crisis empieza a estrechar las salidas “progresistas”: no hay mucho espacio para salidas que permitan una mejora de la vida de los trabajadores en los momentos de crisis.Después cuando empieza el crecimiento es otra cosa, pero en el momento de la crisis es muy complicado.
Esos escenarios nos llevan muchas veces a callejones sin salida y por eso el crecimiento del descontento por derecha. En la medida en que no existe esa alternativa, no es tan insólito que haya un crecimiento incluso del voto obrero a corrientes neofascistas. Incluso hay una subestimación de ese elemento en los periodos fascistas de los ´20 (1920). Efectivamente hay trabajos que nos muestran que no fue un fenómeno de clase media. Hubo un proceso de apoyo del movimiento obrero, sobre todo en Europa occidental y en la medida que se llegaba al límite de un proceso revolucionario, se congelaba la revolución, los procesos revolucionarios retrocedían, el crecimiento de los fascismos es parte de ese proceso. Con esto quiero decir que tenemos un fascismo similar y se venga el fascismo a nivel de los ´20, ´30. Estaba planteando cómo cierta crisis de alternativas puede favorecer el crecimiento de la derecha.
De hecho, en los sectores afines al gobierno, el argumento de la funcionalidad de la derecha, se ha transformado en un argumento contra la movilización porque cualquier movilización parece que es funcional a la derecha. Pero lo que se hace, es tratar de poner orden en las calles. En el caso de las ocupaciones de tierra –como pasó con la represión en Guernica- eso fue clarísimo: se puso fin a un proceso de movilización mediante la represión y claramente se le puso freno a un ciclo de ocupación de tierras. Esos procesos los vemos además a nivel micro: no es algo que ocurre solo en las “grandes alturas” de la política. Lo vemos también en las facultades, en los sindicatos, en los movimientos sociales, cómo se van imponiendo ciertas lógicas de ese tipo. Una anécdota quizás tonta: la expansión del término “trosko” por ejemplo pudo parecer muy simpático en algún momento, pero no solo es un término que trae una carga macartista desde siempre, sino que más allá de eso, en la actualidad lo que uno escucha es una inflación del término. O sea, el término se expande hasta el punto en que Ho Chi Ming sería trosko, lo que es un proceso por el cual se estigmatizan las posiciones de la izquierda. Y esos también son procesos de derechización, y se dan en todos los niveles. Es más, fundamentalmente se dan en ese tejido micro donde se empiezan a construir esos procesos por los cuales cualquier proceso por izquierda, empieza a ser mostrado como infantilismo, como funcional a la derecha, y ligando a eso la necesidad de orden, de frenar un poco, etc… Y en eso no hay grieta, solamente cambian los argumentos en todo caso. Y son peligrosas las consecuencias, porque profundizan el consenso alrededor de la desmovilización y ese es el lento proceso de acumulación hacia la derrota.
La derrota no llega de un día para el otro. Hay un proceso molecular de acumulación previa, que tiene que ver con pequeñas derrotas, con la construcción de un consenso en contra de una determinada forma de protesta, la estigmatización de quienes protestan, y eso va construyendo una malla de contención y un proceso de acumulación de fuerza y campo contrario que termina en una derrota. Entonces hay que ser muy cuidadoso porque todo responde al problema de la derrota. En todo este problema está la producción de una derrota. Y es la necesidad de la construcción de una derrota lo que está detrás de la prolongación de este periodo largo que se inició en 2002.