(08/09/2021)
El sentido común muestra claramente que el sol da vueltas alrededor de la tierra, que sale por allá y que en el trascurso del día viaja hasta el otro horizonte. Semejante apreciación – falsa, pero no evidentemente falsa – debería alcanzar para hacer entender que el sentido común no es por cierto demasiado útil para entender la realidad.
Como un sol repetido, son muchos los que aparecen en la tele y nos quieren demostrar que la economía del país es como la de un kiosco y que entonces el problema es el déficit fiscal y que si hay déficit es porque el Estado gasta demasiado. La puntada final de este razonamiento es que el problema es que al Estado lo dirigen corruptos (para uno son los otros y para los otros son los unos) y que si eliminamos la corrupción y gobernamos los buenos, todo se soluciona.
En esa descripción simplificada de lo que se ve – el sol moviéndose por el cielo – desaparece todo un universo, más de la mitad de la economía que no tiene que ver con el Estado, los accionistas y los gerentes, los dueños de los campos y los banqueros; se esfuma la economía real en la que unos cuantos trabajan y otros algunos parasitan.
Ya Carlitos Marx supo decir que las cosas no son tan simples como aparentan ser y que por eso la ciencia, pero lo mismo son tantos los que repiten, que al final las pavadas se hacen carne. Sólo queda suspirar y mover de acá para allá la cabeza recordando a Galileo, repitiendo e pour si muove che, e pour se muove.
Parásitos
Ni bien uno busca y rebusca, se da cuenta de que en verdad el kiosquito estatal es sólo una parte de la realidad que, exagerando, ocupara un 40% de la economía. Encima, ese 40% está en gran medida “privatizado”, se subsidian empresas privadas, se pagan deudas que generalmente son de otros, se bancan jubilaciones que los patrones ya no cubren ni de cerca con sus aportes y se tapan con planes los agujeros de desempleo que cava a montones el mundo del capital.
En ese mundo real que excede en gran parte al kiosquito estatal, los trabajadores fabrican autos, mayonesas, casas, granos, vacas y todo lo que se consume, o laburan en servicios que atienden desde la recolección de basura hasta el cotidiano delivery. Así es como construyen el famoso Producto Bruto Interno del que se quedan con un pedacito chiquitito, mientras que el resto va a parar a los parásitos entre los que están obviamente los empleados ricos de los capitalistas, sus políticos y sus sindicalistas, sus punteros y sus charlatanes de feria ahora reconvertidos en charlatanes de tele, pero entre los que están también y – eso es lo que se oculta – los propios capitalistas que se quedan con la parte del león.
Es bastante difícil obtener datos sobre la distribución funcional del ingreso, o sea cuanto se quedan los capitalistas y cuanto los que trabajan. El Indec presenta un cuadro por nivel de ingresos en el que puede verse que el 10% que más gana se queda con el 32.4% de la torta, pero eso dice casi nada, porque no se distinguen los ingresos de los que trabajan de los ingresos de los capitalistas que se rascan mientras viven del trabajo ajeno.
Es cierto que pueden ensayarse algunas pruebas matemáticas – seguramente refutables pero defendibles – para interpretar con cuanto se quedan los parásitos de la economía, que para nada casualmente, son también sus dueños. Si los trabajadores retienen el 45% del ingreso total (recordar el sueño peronista del fifty fifty) y la inversión bruta anda alrededor del 20% de ese ingreso total, hay un 35% que algunos están juntando en pala (recordar el dato no menor de que los capitalistas son mucho menos que los trabajadores)
En una nota de junio de este año, el diario Clarín nos cuenta que “son récord las divisas y otros activos que tienen los argentinos en el exterior o fuera del sistema”. El número es brutal: 347.875 millones de dólares, lo que es decir casi 9 veces las reservas brutas declaradas por el Banco Central. Es nada menos que un PBI entero y casi lo mismo que toda la deuda pública argentina y, para los que gustan de las comparaciones, en billetes de 100 dólares esa torta de guita pesaría tanto como quince estatuas de la libertad y ocuparía unos 3560 metros cúbicos, o sea unos treinta y cinco mil carritos de supermercado. “Una gran porción de esos activos privados externos está en billetes y depósitos, primordialmente en dólares, en cajas de seguridad o “bajo el colchón” o en cajas de ahorro o plazos fijos en bancos del exterior: son U$S 230.608 millones declarados o no” nos cuenta el diario de Magneto. No podríamos jurarlo, pero es casi seguro que toda esta montaña de billetes no es plata ahorrada por los laburantes argentinos.
El león
Las noticias de los diarios muestran otras pistas.
El diario Clarín contaba hace un par de años con fotos exclusivas cómo había sido el cumpleaños de Alejandro Roemmers, un capitalista farmacéutico argentino que armo una fiestita repleta de lujos y excentricidades en Marruecos, por la que no vaciló en gastarse unos seis millones de dólares.
Sin embargo y a pesar de todas estas pruebas, los charlatanes de la tele siguen ocultando a los parásitos principales detrás de la “clase política”. El problema reducido a su expresión visible es – para el relato predominante – la famosa corrupción: o el kirchnerismo que “se robó medio PBI” o Macri y sus amigos que “se fumaron un FMI”, depende quien lo cuente. Se esconde así el hecho central de que esos políticos gestionan – a cambio de sus interesantes ingresos, unos legales y otros no tanto – los millonarios negocios de los capitalistas, deciden a su favor desde los ejecutivos, legislan para ellos desde el legislativo y espían desde detrás de la venda judicial para que no haya ningún error y siempre ganen los dueños del circo.
Es en esta selva de argumentos tan insostenibles como el del sol que gira alrededor de la tierra, en esta reiteración de boludeces que por reiteradas terminan pareciendo cosas serias, es que aparece el León Milei, un personaje casi circense que da formas rudas a un discurso que se ha convertido en parte del sentido común y que por eso se vende y se compra tan fácil
Viejas novedades
De todo este discurso dominante – “el problema es la clase política y el déficit fiscal” – Javier Milei es la dura mano derecha, el que lo lleva al extremo proponiendo demoler el Banco Central o privatizar las calles. Pero no alcanza con reírse de ellas por descabelladas, porque lo cierto es que esas declaraciones delirantes hacen pie en un sector social, porque están apoyadas en ese “sentido común” que contamina todas las posiciones políticas.
Del macrismo y sus divulgadores no hace falta decir nada, porque se autoperciben ajustadores y entonces, a confesión de parte relevo de prueba. Del actual oficialismo digamos que ya ha quedado claro que la meta fiscal del Ministro de Economía Martín Guzmán es bajar el déficit primario y es por eso que – entre otras cosas – el IFE se terminó antes que la pandemia y es por eso también que el gobierno de Alberto Fernández se ha convertido sin vacilar en cómplice del más brutal extractivismo que convierte a los campos y a las montañas – soja y minería mediante – en gigantescas fabricas de dólares para seguírselos llevando.
Incluso la propia izquierda que se define anticapitalista también se contamina con esta visión de contabilidad de kiosco y – por ejemplo – plantea que dejar de pagar la deuda haría que esos fondos estuvieran disponibles para otras necesidades, olvidando que la deuda externa es un chantaje político antes que un problema de caja.
Si es que ya te enteraste de los plagios de Milei a varios textos de economistas de la escuela austriaca, ya estarás enterado de que este señor no trae nada nuevo, al punto de que no ve necesario ni siquiera cambiar un punto o una coma de aquellos viejos escritos. Su ideario, al igual que sus notas plagiadas, es un refrito de viejas posturas ya demolidas por la historia.
Vale decir – para buscar algunos antecedentes aquí en Buenos Aires y no en la lejana Viena – que este señor abreva en las mismas fuentes ideológicas que aquel conocido Alvarito Alsogaray que se hizo famoso en sus años mozos con aquella frase de “hay que pasar el invierno” y en sus años seniles por hacer de comparsa del gobierno de Carlos Menem.
Las ideas de Milei y sus amiguitos, al igual que las de Alsogaray, no son demasiadas. Sueña con un Estado que no se meta en los negocios, pero no pueden superar la contradicción de que necesitan de ese Estado en su función primordial, el de mano armada que pone orden en el gallinero en el que los capitalistas juntan sus huevos. Sueña con la libertad económica – que puedas hacer lo que te convenga caiga quien caiga – que termina siendo la libertad de esclavizar al otro, de volverlo una máquina a tu servicio.
Sus payasadas lo convierten en la mano derecha de la boludez y, de ese modo, en un nuevo obstáculo para avanzar en una crítica al capitalismo que no es sólo la crítica a sus formas corruptas sino especialmente a sus formas “normales” que se apoyan en el robo del trabajo ajeno – son unos los que trabajan y son otros los que viajan a Miami – una crítica integral a su funcionamiento que es el que impide que sean los mismos productores – que son simultáneamente consumidores del producto del trabajo – los que decidan qué y cómo se produce y cómo se organiza la vida social.
Justamente para que sea vida.
Nota original: La mano derecha de la boludez (08/09/2021) – Miguel Espinaco – Cosas para leer