Alevoso asesinato de un periodista titularon los diarios de la época, refiriéndose al asesinato de un periodista el 3 de octubre de 1973 en la redacción del diario local “El Norte” de la ciudad de San Nicolás.
Ese día, José colombo fue a trabajar como cualquier otro día. Seguramente no pasó por su cabeza que su vida llegaría a su fin durante una jornada normal de trabajo, y de una manera tan brutal. José Domingo ni siquiera se percató, según contaron los testigos, de que Juan Sanz y Ramón González lo esperaban en su oficina para ultimarlo. Tal vez, el periodista solo alcanzó observar a Sanz apretando el gatillo de la itaka que éste portaba en sus manos.
Tras cometer el crimen los asesinos escaparon en un auto rápidamente pero fueron detenidos ese mismo día y dieron con sus huesos a la cárcel. En septiembre del 76 recibieron la condena de prisión perpetua por parte del poder judicial. Tiempo después el autor material, Sanz, el que jaló el gatillo, falleció en un calabozo. En cambio, el “buchón” González, tras 19 años preso quedó en libertad, pero el destinó le jugó su propia ironía. En 1993, al ser detenido por la policía, sufrió torturas por agentes de dicha fuerza que le provocaron la muerte.
Sin embargo, ¿qué sucedió con los autores “intelectuales” y los responsables políticos? ¿Aunque sea existió un avance para conocer las causas de semejante acto de barbarie contra un periodista? ¿o cómo muchas de otras causas de esa etapa oscura del país, fue quedando en el olvido, el cual jamás es una consecuencia fortuita?
Aproximaciones para entender las causas.
Desde un primer momento quedó calo que el asesinato de José Colombo estuvo lejos de ser un hecho más del mundillo delictivo; por diversos motivos que intentaremos exponer, los cuales necesitan investigarse en mayor profundidad, el crimen presentaba características de un crimen político, en un periodo de una feroz escalada represiva.
José Domingo Colombo tenía 37 años y era oriundo de Pergamino; amante del ajedrez y de la cultura, se radicó en San Nicolás para trabajar en el diario local. Aída de Pauli, su compañera de la vida, lo describió como un hombre que le gustaba la música, la cultura, la filosofía, la lectura y el estudio, algo “peligroso” para las fuerzas reaccionarias de todo color y pelaje.
Por estas características personales y profesionales era tildado de “trosco” y “bolche” por los sectores reaccionarios locales, especialmente desde la burocracia sindical que lo consideraba un “marxista”. En San Nicolás, por su estructura económica social basada en la industria metalúrgica, la UOM y la UOCRA detentaban un vasto poder opresivo contra los trabajadores, y actuaban de manera funcional al poder empresario y político. Entre los gremialistas que sobresalían con tales dotes era Antonio Magaldi.
Testimonios varios cuentan que alrededor de un mes antes de su asesinato, Colombo se negó a publicar una carta de la CGT local contra el interventor del partido justicialista de ese momento. El propio dueño del diario El Norte afirmó, que esto provocó que llegara a su persona un volante firmado por un comando peronista advirtiendo que se sacara de encima al periodista o sino lo harían ellos. Una semana más tarde cumplieron con sus promesas.
José Domingo no era un marxista ni un militante revolucionario según lo aseguraban sus compañeros de trabajo pero su desempeño profesional de no ser un instrumento servicial del poder le valió su lugar como objetivo de la “depuración ideológica” planificada por las clases dominantes, y que comenzaba a ser ejecutada por esos tiempos por los agentes estatales y del sistema político tradicional de éstas, entre ellos, los sectores sindicales burocráticos del peronismo y por elementos de las FFAA y de la policía, apelando, también, a fuerzas parapoliciales.
Por eso, se entienden los rumores y los dichos del boca en boca de la ciudad que colocaban entre posibles responsables al gremialismo local. Era de público conocimiento que ambos sicarios estaban vinculados a la burocracia sindical de la UOM y de la UOCRA. También, los rumores sobre los autores intelectuales señalaron a un grupo de ultraderecha llamado COR (comando de organización) y a la figura del gremialista Magaldi, aunque sin pruebas concretas.
La situación del país y la escalada represiva
Las causas van tomando claridad si vinculamos el hecho a la realidad que sufría el país y la ciudad durante el período. En octubre de 1973 estaba en funciones el gobierno interino de Raúl Lastiri, quien había asumido el poder ejecutivo el 13 de julio del mismo año tras la renuncia de Cámpora. La llegada de Lastiri al gobierno marcó la explícita decisión por parte del peronismo de aumentar la escala represiva del Estado hacia las clases dominadas, y hacia todos aquellos que osaran cuestionar el orden existente, como José Colombo.
El país se encontraba en una situación de tensión máxima en el terreno de la lucha de clases. Para 1973, la rebelión de amplias capas de la clase obrera y de la juventud estaba en plena ebullición, incluso en las bases del movimiento peronista. Ante la rebelión, Perón y el peronismo “oficial”, si se me permite el término actuó en consecuencia, de fiel servidor del orden establecido, implementando “el pacto social” de junio del 73 que buscaba contener las demandas obreras, y encarando una línea represiva que quedó plasmada en el denominado “documento reservado” elaborado tras el ajusticimiento de su lugarteniente José Rucci el 25 de septiembre de 1973, símbolo del Peronismo conservador y reaccionario. Tal política de terrorismo de Estado se mostró en gran magnitud con la llamada “masacre de Ezeiza” de junio del mismo año cuando Perón regresó al país después de 18 años de exilio.
En esa ofensiva reaccionaria cualquiera que cuestionara el orden establecido desde cualquier posición era un blanco, una molestia a eliminar. Y en los sistemas dictatoriales, los periodistas serios y jugados son un peligro para el poder.
Lo que sucedía en la Argentina era reflejo de un panorama internacional caliente. Para 1973, la burguesía extranjera y nacional, ya habían comenzado a desplegar los mecanismos para desactivar y romper el ascenso revolucionario comenzado en el cono sur americano con imposición de dictaduras militares bajo el paraguas del denominado “Plan Cóndor” ideado por EEUU. Unos días antes del asesinato de Colombo, el 11 de septiembre en Chile, el Gral Pinochet había derrocado mediante un golpe de Estado el gobierno de Allende instaurando una feroz dictadura, que fue reconocida por el gobierno de Lastiri y por Perón.
El ajusticiamiento de José Rucci, el 25 de septiembre de 1973, marcó un punto de inflexión que volcó a Perón y a la estructura más recalcitrante a actuar contra su ala izquierda, los montoneros, sus vinculaciones y los militantes revolucionarios, es decir, contra la vanguardia obrera y juvenil. De esa decisión salió el famoso “documento reservado” que explicitaba eliminar a los “izquierdistas”. El documento rezaba en el punto 10…Sanciones: La defección de esta lucha, la falta de colaboración para la misma, la participación de cualquier clase en actos favorables al enemigo y aun la tolerancia con ellos, así como la falta de ejecución de estas directivas, se considerará falta gravísima, que dará lugar a la expulsión del Movimiento, con todas sus consecuencias (José Pablo Feiman, Peronismo, filosofía política de una obstinación argentina. documento II).
Ese era el clima en esas semanas. Eran días de un gobierno peronista que estaba en su apogeo, al igual que las ocupaciones de fábricas y de lugares de trabajo, las huelgas, o las movilizaciones reclamando algún derecho o defendiendo alguna conquista. Para desbaratarlas, el Estado y las bandas paramilitares usaron toda la violencia a su alcance para instaurar el terror. El crimen de Colombo estuvo inscripto es esa lógica demencial.
Eran los albores de la nefasta triple AAA instrumentada por el ministro del interior López Rega, y liderada por los altos oficiales de policía ascendidos por Perón, Rodolfo Almirón, Juan Ramón Morales, Alberto Villar, Luis Margaide u Osinde que bajo el paraguas del líder y del Estado atacaron a la vanguardia revolucionaria dejando alrededor de mil muertos según cifras que se manejan.
Eran tiempos de los comienzos de una escala represiva a cargo del Peronismo que abrió paso al terrorismo de Estado que tuvo su máxima expresión durante la dictadura de Videla y compañía (1976-1983)
San Nicolás, no escapó a esa política, ni la región tampoco, la cual se desplegó en todo su esplendor con el oprobioso operativo “serpiente roja del Paraná” que aplastó al “Villazo” en marzo de 1975.
El olvido en la historia
La historia es un campo de batalla política, como varios otros. Lo que persiste en la memoria colectiva, mayormente, son las lecciones que las clases dominantes quieren que se reproduzcan de acuerdo a sus intereses. Y lo que interesa a la burguesía y a sus ejércitos de secuaces es que los hechos que la condenan queden en el olvido o se presenten de forma parcial y distorsionada. Esto es lo que sucede con un período histórico en particular de la historia argentina, el de 1973 a 1976, cuando gobernó el país, el Peronismo.
El asesinato de Colombo y su posterior olvido tiene que ver con lo expresado más arriba. Es que el desplegar una historia completa de dicho periodo expone a los poderosos de ayer y de hoy. Desde la clase empresarial, pasando por los gobernantes hasta a la burocracia sindical. Por tal motivo, es crucial la búsqueda de una historia desde la perspectiva de las clases oprimidas. José Domingo era un periodista que se resistía estar al servicio de las clases dominantes. Su estilo culto, amante del teatro, de la cultura y del ajedrez es un retrato totalmente opuesto a sus ejecutores, dos matones que actuaron de autores materiales. Y si hubo quienes apretaron el gatillo, también existieron responsables políticos. Si bien, todavía no está claro quienes dieron la orden puntualmente, se sabe muy bien en donde encontrar las responsabilidades. Los silencios en la historia no son algo fortuito, son una política consciente del poder.
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